Arnoldo Kraus
En México, donde corrupción, impunidad y desigualdad son males endémicos y trascienden más que enseñanza y sabiduría, la educación, es, y ha sido, una suerte de aporía. Lo es en este régimen y en los anteriores. Las aporías no nacen del azar, se construyen. No son fruto de la casualidad, se urden. No se elaboran conscientemente: son producto de la inconsciencia de quienes detentan el poder. En este entramado, inconsciencia es sinónimo de descuido, de ignorancia, de corrupción. Si en un país la educación, es decir los profesores, poco importan, ¿qué es entonces lo trascendental?: todo lo que convenga al poder, mantenga su hegemonía e incremente la brecha entre hunos y hotros (las hs, en plural, se las debemos a don Miguel de Unamuno y a nuestra clase política).
Aporía, se sabe, significa “sin camino”, o “camino sin salida”. Explica J. Ferrater Mora: “la aporía es entendida casi siempre como una proposición sin salida lógica, como una dificultad lógica insuperable”. Convertir la educación en un camino sin salida, y no encontrar las vías lógicas para remediar el añejo conflicto con los maestros, es propio de la política mexicana. Los pactos de los gobiernos previos con Elba Esther Gordillo favorecieron a su grupúsculo y a oscuros intereses políticos; los intereses de los maestros, las inquietudes de los padres de familia, y la educación han sido desdeñados.
La consigna ha sido pactar y pagar para no educar. Nuestros políticos deberían saber que México ocupa el último lugar en educación de los países integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y que en la Evaluación Internacional de Alumnos (Programme for International Student Assesment, PISA) efectuada en 2009, nuestro país se ubicó en el lugar 48 entre los 65 países evaluados.
La Ciudad de México está de moda. Es noticia cotidiana en incontables periódicos extranjeros y causa de malestar citadino. A vuelapluma, marchas, plantones, tráfico infernal, pérdidas económicas de muchos comerciantes en el centro de la ciudad, así como los bloqueos en los accesos al aeropuerto son intolerables para los defeños, y pésima, pero veraz, imagen de nuestra nación en el extranjero. No a vuelapluma, marginando a los sectores de maestros no comprometidos con su labor, o manipulados, los magros sueldos del magisterio, la imperturbable e histórica alianza entre gobierno y el feudo encabezado por la ahora encarcelada Profesora, cuya matriz es corrupción (dinero por votos) e impunidad (los políticos son totti potenciales) explican las movilizaciones. Sin despreciar a quienes laboran en las gasolineras del Distrito Federal, podría afirmar que las propinas superan a los sueldos de los maestros.
Apostar por no educar ha sido política gubernamental. A las cifras antes citadas agrego otras no menos demoledoras: en 2012 el Foro Económico Mundial informó que México ocupó el lugar número 100 de un total de 142 países evaluados en calidad de educación, y PISA advirtió que somos, dentro de los países de la OCDE, el último lugar en matemáticas. Los números no mienten: en educación hemos fracasado. Pobreza e insalubridad son antesala de la magra educación. La tríada previa es responsabilidad gubernamental.
Albert Camus recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957. Huérfano de padre al año de edad, pobre, hijo de una lavandera analfabeta, sin oportunidades, tuvo la suerte de ser alumno, en la primaria, de Louis Germain. Tras recibir el Premio Nobel le escribió a su mentor:
“París, 19 de noviembre de 1957.
Querido señor Germain:
Esperé a que se apague un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande que no he buscado ni pedido. Cuando supe la noticia pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.
Ahora tengo la oportunidad de decirle lo que usted ha sido para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Lo abrazo con todas mis fuerzas, Albert Camus”.
A Camus le otorgaron el Nobel “por el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”. Camus le escribió a su profesor hace casi 60 años. Camus supo que detrás del premio estaba la figura del profesor. La aporía impuesta por la pobreza de Camus quedó atrás gracias a la educación, gracias al señor profesor Germain.
Publicado en El Universal
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