La vorágine de la información que circula en lo educativo tiene que ver con la Evaluación, Presupuestos, Concursos de Plazas, exigencia del Modelo Educativo y de la Reforma a las Normales, etc… hemos dejado de poner atención a un tema toral: el Federalismo Educativo.
Por razones políticas, enfrentar o complacer -según fuera el caso- al Sindicato más grande de América Latina, fue definiendo en buena medida, la forma en que el Gobierno tomaba decisiones, nombraba Secretarios, escondía evaluaciones, modificaba contenidos o definía el gasto.
Lo que los niños y jóvenes aprendían pasaba a segundo plano. Los buenos docentes, que siempre ha habido, dan buenos resultados, pero no siempre cuentan con el apoyo estructural y la libertad para ejercer su vocación.
En mayo de 1992, con el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, se transfirieron a los Estados los presupuestos y las facultades operativas, dejando a las oficinas centrales la normatividad. Esta decisión se modificó nuevamente a partir de enero de 2015. El Gobierno Federal volvió a concentrar las funciones y los gobiernos locales se convirtieron en “cajeros pagadores” de sus docentes.
Este atavismo lo hemos vivido por cientos de años. México pasó todo el siglo XIX decidiendo si sería centralista o federalista. Nos quedamos a mitad de camino. La soberanía de los estados se lee muy bonita en la Constitución, pero el poder central se ejerce desde Los Pinos. Durante los años de la alternancia, los Gobernadores pasaron a ser virreyes, pero vimos crecer la deuda local en proporciones estratosféricas. No así el desarrollo de esas entidades.
En el péndulo esquizofrénico entre ser centralista “para que no abusen” los locales, o ser federalista “para fortalecer el crecimiento desde lo local”, la Educación es una de las víctimas en el recuento de los daños. El colofón de esta historia es que no han faltado gobernadores que exigen a la federación lo que no están dispuestos a conceder a los municipios de su entidad.
La clave está en la ciudadanía, requerimos una sociedad exigente, participativa, que pida cuenta a sus autoridades, que reconozca logros, los fiscalice y apoye para alcanzar los objetivos, que son de todos.
Los resultados de la prueba Planea, y antes de ENLACE, muestran que cuando hay apoyo local a la educación, se nota la mejora. Cuando las autoridades están más interesadas en sus cálculos políticos, las primeras víctimas son los niños y jóvenes que no pueden acceder a un futuro mejor.
Cualquiera se desanima si no se permite que el talento y la creatividad tengan su propio cauce de desarrollo.
La Reforma Educativa está atorada a mitad de camino mientras no se legisle adecuadamente el federalismo educativo y se vea como positivo detonar la fuerza creadora de docentes y autoridades locales. Incluyendo, por supuesto, el papel de los Ayuntamientos, que han quedado reducidos a cuidar la calle de la escuela, y en ocasiones, a reparar los inmuebles. Simples espectadores. No son pocos los países que brindan libertad no sólo a sus autoridades municipales, sino a los mismos docentes y alumnos, para potenciar su talento.
Aprendamos de Finlandia. Y si nos parece lejano, de Chile. Aquí suena impensable que el padre de familia decida con la subvención del gobierno a cuál escuela lleva a sus hijos. En México, los padres casi suplican a los directores que los reciban. En Chile, los docentes andan tras la subvención, convenciendo a los papás de porqué son su mejor opción. Claro que la distancia de la escuela al trabajo, a la casa, puede ser significativa en la decisión, pero es de los papás. Aquí parece que nuestra cultura es agradecer a las autoridades escolares y gubernamentales que nos den la oportunidad de educar a nuestros hijos, cuando todo se paga con nuestros impuestos.
Por soñar no se paga.
Presidenta Ejecutiva de Suma por la Educación
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