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Ganaron el dinero y el país chiquito

De acuerdo con los resultados oficiales disponibles hasta el momento, en las elecciones del Estado de México el domingo pasado ganó, sobre todo, el dinero. Ese con el que, en la vida electoral mexicana, hemos reemplazado casi todo lo demás: ideas, capacidad de convencer, buen gobierno, servicios públicos dignos de tal nombre.

Ganó el dinero contante y sonante. Carretonadas de dinero, cuya masividad y ubicuidad han terminado por corromper hasta la médula al sistema político todo. A los partidos, a los políticos, a los gobiernos y a todas las interfaces en las que se se tocan sociedad por un lado, y gobierno y política por otro.

Triunfaron los ríos de dinero empleados ya no, prioritariamente y como en el pasado, para costear maquinarias clientelares y relaciones de dependencia recurrentes. Ganaron las millonadas de recursos –legales e ilegales– usados en su mayoría para pagar una infinidad de transacciones puntuales, acotadas y efímeras (por ejemplo, acceso a programas sociales a cambio de votos; nueve mil pesos a cambio de la entrega de una credencial de elector).

En esta ocasión ya ni siquiera se invirtió mayormente en discursos legitimatorios, o en celebraciones multitudinarias orientadas a representar o simular algún sentido de comunidad. Esta vez la estrategia fue menos compleja, fue más llana y más directa: compra-venta de votos a lo grande, desnuda y descarnada.

A la victoria del arreglo político de siempre, ese arreglo cada vez más carcomido y cada vez menos capaz de producir gobernabilidad mínimamente ordenadora y posibilitante, contribuyeron también otros factores. Destaco a continuación los siguientes.

En primerísimo término, la decisión del gobierno federal y del PRI de echar toda la carne al asador en la elección en la tierra chica del presidente Peña Nieto y la joya de la corona del mapa electoral del país. Toda es toda. Relegamiento a segundo término de todo asunto de gobierno, más allá de su importancia para el conjunto de los ciudadanos, distinto a la elección en el Estado de México. Campaña y estrategia electoral diseñada y operada desde Los Pinos.

Acciones y estratagemas diversos y cambiantes para fragmentar la oposición al PRI, en general, y muy particularmente para debilitar a la candidata de Morena, Delfina Gómez. Presencia continua en la entidad de secretarios de Estado federales. Programas y recursos federales a granel. Movilización coordinada de la maquinaria electoral federal y local. En suma, toda la fuerza del gobierno federal y del gobierno local, a través de sus muy extensas redes y maquinarias granulares, a favor del candidato del statu quo, Alfredo del Mazo.

Segundo, la decisión de un PRD moribundo, aunque armado con un candidato –Juan Zepeda– bastante presentable, de hacerle la ‘valona’ al PRI. Su decisión, esto es, de ir solo tras su incapacidad de acordar una candidatura común con el PAN en pos de la gubernatura del Estado de México, y de hacerle la jugada al PRI de restarle votos a Delfina Gómez.

A juzgar por los resultados obtenidos por Zepeda, esta movida del PRD resultó extraordinariamente provechosa para el PRI. No sé si alguna vez sabremos qué y cuánto en concreto ganó el PRD, pero es claro que le debe haber venido muy bien el oxígeno obtenido, tan desprovisto de aire como está.

Tercero, la decisión del PAN, tras su fallido intento de alianza con el PRD, de ir solo y, poco después y ante las pocas perspectivas de triunfo de su candidata, de sacrificar el Estado de México en aras de movimientos en un ajedrez más amplio. Decisión entendible en términos estratégicos e ideológicos, misma que, como era de esperar, le permitió a Acción Nacional concentrar sus fichas en contiendas con mayores posibilidades de ganancias, al tiempo de ofrecerle la oportunidad de hacerle de comparsa al PRI para evitar el triunfo de Morena en la entidad.

Cuarto, reglas electorales y procesos de aplicación de las mismas que parecieran diseñados para hacer imposible la plena vigencia de elecciones en las que la ilegalidad y el despilfarro de recursos millonarios tengan costos reales para los contendientes. Y autoridades electorales omisas frente a la violación pública y flagrante de las normas e incluso del más elemental decoro.

Autoridades para quienes, en suma, intereses de grupo, partido o directamente personales resultan, a juzgar por su actuar y sobre todo por su no actuar, mucho más importantes que asumir cualquier riesgo asociado a salvaguardar la integridad legal y moral de los procesos electorales bajo su encargo.

Quinto, un horizonte cultural dominado por un establishment integrado, con pocas aunque notables excepciones, por medios y formadores de opinión que exhibieron, como pocas veces, su profundo clasismo y racismo. En público y en privado, buena parte de nuestras élites parlantes y escribientes nos compartieron, con sus gestos, su tono y su manera de referirse a ella, su desprecio, su sorna, su susto y su disgusto frente a la candidata de Morena. Una mujer, como la inmensa mayoría de los mexicanos, que no habla, se comporta o viste como nuestras minúsculas élites.

En el Estado de México ganó el país pequeñito que tiene al país grande postrado, enfermo y desgarrado de tanto despilfarro, tanta desigualdad y tanta injusticia. No alcanzó esta vez el hartazgo y la ilusión de algo distinto, pero le faltó poco.

Twitter: @BlancaHerediaR

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