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Los límites ante el genocidio y el Apartheid contra el pueblo palestino

por Bruno Velázquez
28 mayo, 2025
en Actualidad, Opinión
Ilustración conceptual del poder opresor en Medio Oriente y la destrucción del pueblo palestino, con una bandera.
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Bruno Velázquez Delgado*

Bruno Velázquez Delgado
Bruno Velázquez Delgado

Una de las razones que galvanizó la realización del seminario “Los límites del aparato escópico. Lecturas del genocidio en Gaza desde las resistencias del Sur” (una colaboración del MUAC-Campus expandido y la Cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos en las Artes, UNAM) fue el hecho de que, en el mes de enero de 2024, la Republica de Sudáfrica presentó ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) una acusación contra el Estado de Israel por el delito de genocidio.

Algo que, como nos lo hacen ver Sergio Beltrán García y Elis Menodoza, tan sólo llevó a que tras una no muy dilatada deliberación, la CIJ declarara la ocupación del Estado de Israel en los territorios de Cisjordania y en la Franja de Gaza como ilegal. Sin embargo, desde entonces “no se han visto cambios ni en la ejecución de sus agresiones ni en el discurso con respecto al genocidio y brutalización en curso del pueblo palestino. Lo anterior nos obliga a considerar que las medidas cautelares y sentencias provenientes de cortes internacionales posiblemente ya no sean ejecutables y que tampoco logran ser efectivos los mecanismos de rendición de cuentas de los organismos internacionales” (Beltrán García, y Mendoza 2024).

Ante este impasse nos preguntamos, ¿qué caso tiene presentar acusaciones de cualquier índole en tribunales internacionales? Habrá que atreverse a decir: Ninguno; ¿Cuál es el rol de facto en la actualidad de estos organismos internacionales?  A mi parecer, mantener, con alfileres, la farsa de que la “civilización occidental”, y el “Estado democrático” son algo distinto a una mascarada del capitalismo oligárquico mundial. Una farsa que a muchos les hace seguir creyendo que vivimos en regímenes democráticos y no más bien en uno burocrático partidista al servicio de los más evidentes e insospechados patrocinios materiales -muchas veces criminales-. Un Estado que dejó hace mucho tiempo de intentar responder a los postulados políticos y morales de muy interesantes -por aceptables, razonables y accesibles- propuestas teóricas como las del liberalismo clásico, el positivismo original, el utilitarismo, la praxis del paleocristianismo o a los principios de la religiosidad secular expresada en el discurso esencialista de los Derechos Humanos.

En este sentido, creo que estamos siendo testigos del desfondamiento de una época y un sistema, y eso es esperanzador; pero estar situados en el vórtice telúrico de un nuevo colapso del mundo no deja de ser aterrador y angustiante. Y, ante esto que parece evidente, es necesario ser radical. Ir a la raíz y forjar nuevas preguntas con respecto a lo que creemos que es nuestro mundo y las macroestructuras que lo sostienen. Tenemos que dejar la ingenuidad, el confort burgués del “pensar crítico” desde una posición privilegiada con base academicista-institucional, para empezar a desenmascarar las ilusiones que confundimos como hechos reales:

Por ejemplo, el orden global del Mundo que no es uno de Repúblicas sino de Leviatanes; el de las relaciones entre los Estados que no responde a una lógica federalista -ni sus interacciones forman un concierto de naciones-, sino donde más bien lo que impera es la disonancia confrontativa y lo que impone es la fuerza; el de la Diplomacia como un espacio de diálogo y búsqueda de consenso y no como lo que se dijo sin reservas desde su origen que era: la extensión y el rostro hipócrita de la beligerancia y la subyugación del débil por el fuerte.

Habrá que releer y tomarse en serio a Hobbes y a Maquiavelo, como lo hizo Rousseau, y dejar en paz a Rousseau -que no se tomaba demasiado en serio a sí mismo-.

Ya no podemos pretender ignorar que los Estados-Leviatanes se han impuesto y sostenido por la potencia más elemental y que, desde su origen, son el brazo que administra y mantiene el orden del verdadero Soberano: el Poder brutal de la maquinaria de guerra y conquista, y el del Dinero en bruto. Ningún Estado es una Democracia surgida de un contrato social entre voluntades libres, plurales, diversas y racionales -con la misma agencia política- ni trabaja en aras del bien común.

Dejar de creer que la responsabilidad real de los Estados está con el inconmensurable sentir y los buenos deseos de los pueblos que gobiernan. Su responsabilidad está y se debe a sus patrocinadores que son los dueños del mercado, legal e ilegal. La clase política no representa a las gentes ni a las voluntades de los sectores sociales. Representa a los intereses de grupos de poder que han creado partidos políticos, que han hecho de “la política” una profesión sumamente rentable y onerosa y que, a su vez, han hecho de sus instituciones sectarias y partidistas instrumentos que se ofrecen al mejor postor de los no pocos intereses preponderantes.

Y lo que decimos no es gratuito. Hay “expertos” y lideres de opinión que, desde una enorme ingenuidad o desconocimiento, hablan de que el Estado ha sido capturado y que, entonces, de lo que se trata es de des-capturar al Estado. Pero, el Estado nunca fue capturado por poderes espurios: el Estado es el invento de los poderes fácticos, que en un ardid gatopardista, supieron sobrevivir a las grandes revoluciones utópicas que comenzaron en el siglo XIX con la comuna de Paris y que murieron, primero, en los campos de España cuando los “comunistas” se aliaron con el capitalismo global para erradicar la experiencia anarquista y, después, en el tiro de gracia que se le dio a la revolución cubana.

Desde este entendido entonces sí me atrevería a hablar de los límites que nos impiden imponer la razón y la búsqueda del bien común en todas las latitudes del mundo. En particular en cuanto al genocidio que ha seguido al apartheid aplicado durante décadas por el Leviatán Israel sobre el pueblo palestino. 

Entonces, ¿cuáles límites son estos? El principal, a mi entender la Cultura de Guerra. Misma que, en el tardocapitalismo neoliberal, ha promovido la creación de sociedades del espectáculo -y de redes digitales inocuas-, consumistas, individualistas, narcisistas, simplistas y, si acaso -en sus sectores críticos progresistas- buenistas. 

Lo anterior es mucho más complejo de lo que parece pues ni siquiera Kant, o los neokantianos que aún creen en la efectividad de sus teorías del Derecho y del Estado como fundamentos de los organizamos multilaterales, sospecharon que la Guerra es, y seguirá siendo, el principal negocio impulsado por los líderes mundiales. El mercado global funciona en grandísima medida gracias a la producción de constantes destrucciones y de instrumentos de muerte. La “Paz perpetua”, donde Kant postula su fe en el cosmopolitismo, el progreso moral y material conjunto, y en la teleología histórica hacia el reino de la libertad y la justicia, es el texto más ingenuo jamás escrito por una mente genial; que, ya sea por inocencia o por la ceguera de quien nunca salió de su pequeña ciudad, nunca imaginó el estrepitoso fracaso concreto de su ilustrado idealismo, ni la oscuridad que acecha a las luces de la razón.

Hablamos aquí de límites ideológicos y culturales: De la Cultura de guerra que incluso se cuela subrepticiamente en instituciones humanistas que se autoproclaman “reservas morales de la sociedad” como lo son las Universidades (ahí está Atenea, la diosa de la guerra y la sabiduría como símbolo de no pocas instituciones “humanistas” -curiosa y sospechosa coincidencia entre la ciencia y la violencia).

Hablemos de los limites filosóficos, por ejemplo, de la moral del semejante que es la propia de las culturas abrahámicas (la judía, la cristiana dogmática que ha traicionado la esencia del evangelio, y la islámica). Una moral que obliga a ser responsable ante el prójimo (el igual y no el distinto a mí) y a odiar, rechazar o negar al diferente. Una moral patriarcal, violenta, misógina, misopédica (Mónica González Contró, 2024) y xenófoba, que lleva impresa en lo más profundo, la idea de la justicia retributiva: la ley del talión (pentateuco:  libro del Éxodo, el Levítico y el Deuteronomio)

Reconozcamos los límites históricos: la larga tradición de odios, confrontación, guerras y genocidios fratricidas que han marcado el ritmo del acontecer de nuestra especie a lo largo de los siglos. Algo que incluso el romántico Hegel o el desilusionado Freud reconocían. Entendamos que los ciclos y los deseos de venganza no se resuelven con negociaciones, armisticios ni con terapias. Que el banco traumático de la memoria de un sobreviviente de la guerra o, aún peor, de un genocidio, aflora tarde o temprano, con furia y desenfreno. Que el modo típico de nuestras relaciones es el que nos ofrecen los múltiples rostros de la violencia y que, las menos, son aquellas personas que logran sublimar sus pulsiones.

Pensemos en los límites de la política real o de la realpolitik.Dos veces se ha vencido al apartheid racista impuesto por un Leviatán (militarista y autoritario en esencia): Cuando una movilización masiva, de estudiantes, confederaciones de iglesias, movimientos políticos, sindicatos y líderes carismáticos derrumbaron las Leyes Jim Crow en el sur de EE.UU. Y esto mediante la estrategia de la no violencia, la desobediencia civil y la organización horizontal anti jerárquica y no institucional. Y, segundo, cuando se derrotó al régimen sudafricano por medio de las armas y la guerra frontal y abierta -después de que todas las otras vías posibles habían fallado (políticas, electorales, movilización social, resistencia clandestina e incluso acciones violentas de sabotaje)-. Algo que sólo fue posible culminar gracias a la acción militar internacionalista del ejército cubano (armado por la Unión soviética) en la batalla de Cuito Cuanavale. 

Por último, pensemos en los límites de la barbarie y el fanatismo que parecen difuminarse y expandirse cada vez que los “proyectos civilizatorios” colapsan.Pensemos en la pulsión de guerra y muerte que, en el caso concreto de Israel, se ve en cientos de miles de personas -sumamente cultas, inteligentes, privilegiadas y estudiadas-, que van fuertemente armadas para realizar sus actividades cotidianas y que participan felizmente de un programa que les obliga a ir al frente de batalla cuando menos una vez en la vida. Pensemos en un Leviatán, sostenido por el Leviatán de leviatanes, que ha encerrado a su propio pueblo en un disciplinamiento atroz -haciéndoles cómplices de los más aberrantes crímenes- y en una jaula de oro -con todos los lujos y mercancías posibles a la mano- pero minada, artillada, vigilada y rodeada de odio y miseria.

Pero pensemos también en un pueblo sin Estado que resiste y se sostiene sin ayuda efectiva ni suficiente de nadie -que está preso y es víctima de los más grandes canallas del mundo, así como de sus propios demonios-, pero que se sostiene al fin y al cabo, libre y con una dignidad que pocos podrían gracias a la solidaridad, la ayuda mutua, el altruismo, la organización horizontal, el mantenimiento de la memoria y la esperanza por medio de la poesía y la fe de millones de heroínas y héroes anónimos a quienes les tiene sin cuidado la egolatría de quienes se creen salvadores de nada. Un pueblo de personas que viven, sufren, odian, mueren y aman –como todos- pero en el peor de los escenarios posibles. Y que, sin embargo, no sucumben, ni pierden voluntad, ni creen necesitar de ningún gobierno o líder mesiánico que los engañe y vuelva a traicionar.

El límite está en que, en vez de imaginar y construir un nuevo mundo, seguimos queriendo revivir a éste, con sus mismos órganos disfuncionales, y que ya da muestra de estar irremediablemente desahuciado.

Tal vez esta distopía, que en Palestina se revela sin ambages, sea el valle de lágrimas que anteceda a una nueva era donde los pueblo se liberen de las tiranías de sus Leviatanes. Ojalá así sea.

*Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

Notas: Para ver la sesión del Seminario “Los límites del aparato escópico. Lecturas del genocidio en Gaza desde las resistencias del Sur”, realizado en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM el 15 de noviembre de 2024, y dónde se leyó este texto véase:  https://youtu.be/j7_bdgsEK7I

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