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Golpe a la 22: el debate / El suicidio de la inteligencia / Emilio Blanco

Nota del editorTribuna Milenio convocó a cuatro destacados analistas: Manuel Gil Antón  (ColMex y Educación Futura); Sergio Cárdenas (CIDE); Emilio Blanco (ColMex), y Fernando Ruiz  Ruiz (Mexicanos Primero), a debatir sobre el presente y futuro del IEEPO y la CNTE en Oaxaca. Por ser de interés general, reproducimos aquí el debate.  Bienvenida la deliberación pública.

Emilio Blanco (ColMex)
En México la educación es una extensión de la política, por lo que siempre (diría Von Clausewitz) está latente la posibilidad de una guerra. Este juego no siempre lo gana el más fuerte sino el mejor estratega, quien disponga de más tiempo, o quien logre legitimar mejor sus fines.

Desde el golpe contra Gordillo en 2013 el gobierno federal mostró que jugaba diferente a los gobiernos anteriores. A pesar de los promisorios resultados (el SNTE doblegado y la lideresa abandonada a su suerte), dos años después la continuidad de la estrategia no estaba clara. La actual ofensiva contra la CNTE despeja algunas dudas: el gobierno avanza en su plan de acotar el hipertrofiado poder sindical. La verdadera reforma “educativa” de nuestros días podría ser esta reestructuración política en pos de condiciones mínimas de gobernabilidad. Pero cabe preguntarse: ¿hasta dónde, y para qué?

En principio esta estrategia parece necesaria. Si bien a muchos no nos seduce el brillo de la evaluación docente, es evidente que debe recuperarse la rectoría de la educación. La situación política de la educación oaxaqueña era (es) totalmente impresentable, como lo era que el SNTE chantajeara al gobierno encaramado en tacones de Jimmy Choo. Tras la finta de la “suspensión” de la evaluación, en junio pasado, quedó claro que nadie aceptaría un retorno a la parálisis de sexenios anteriores. Ninguna reforma puede hacerse a espaldas de los maestros, pero tampoco dentro de los mezquinos límites del liderazgo sindical.

Dicho esto, es incomprensible el aplauso frenético o despistado de algunos opinólogos, que sostienen que la CNTE es la Causa de Todos Los Males Del Suroeste; que sólo la CNTE desvía recursos o condiciona programas sociales. El rezago educativo de Oaxaca, afirma esta candorosa propaganda bélica, es una anomalía cuyos culpables son pocos y ajenos. Son voces que replican, invirtiéndolo, el discurso populista y mesiánico que combaten. Inventan su propia e hilarante versión de “la mafia del poder” y festejan cualquier fantasía de venganza. Una explicación posible es el odio ideológico. Otra, más compasiva, es que este discurso (su desprecio por la historia y la política, su ignorancia de las matemáticas más elementales) quizá sea el mejor ejemplo de los problemas educativos de México.

Se me ocurren algunas preguntas para prevenir el suicidio de la inteligencia. ¿Hasta dónde piensa llegar el gobierno en este proceso? ¿Es sostenible esta estrategia a mediano plazo? ¿Por qué se esperó hasta ahora para intervenir en Oaxaca? ¿Cómo diseñar instituciones que eviten la cooptación sindical de las estructuras educativas, así como otras formas de corrupción? ¿Será hora de repensar el federalismo educativo? ¿Se combatirá con igual decisión a todas las situaciones irregulares, por ejemplo eventuales desvíos de recursos educativos a nivel estatal? ¿Se va a transparentar el uso de recursos del SNTE? ¿Cómo se piensa, en fin, legitimar la reforma en Oaxaca y en el resto del país?

Es aquí donde el gobierno debería adoptar una estrategia educativa más amplia y una narrativa más clara hacia la sociedad y los maestros. La mano firme no es suficiente: se necesitan objetivos que la justifiquen. Debe admitirse que el problema educativo es más complejo que la corrupción de algunos dirigentes o la negativa de algunos maestros a ser evaluados. Se debe terminar con años de improvisación para establecer líneas de acción a largo plazo. Es imprescindible atacar la desigualdad social y educativa, especialmente el abandono en que se encuentran las escuelas de las regiones más pobres. Hay que escuchar en serio a los maestros y ver en qué condiciones trabajan.

No se puede gobernar un sistema educativo con operativos sorpresa; es importante construir una narrativa coherente y creíble. De otra forma será imposible convencer a los maestros –sin los cuales no es posible mejorar la educación– de plegarse a una reforma que, hasta ahora, sólo los ha invitado a sentarse en el banquillo de los acusados.

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