La ceguera de las élites

Wenceslao Vargas Márquez

Consideraron que el problema era Enrique Ochoa Reza y lo separaron del cargo a principios de mayo. Resulta que, como hemos dicho aquí, el problema era (y es) muy otro. Esto en 2018. Más de un siglo atrás, en 1909, el veracruzano Carlos Díaz Dufoo escribió un libro sobre la vida del financiero consentido de Porfirio Díaz, el multicitado Limantour.

La introducción del libro está fechada en diciembre de ese 1909, la página final en mayo de 1910. ¿Tienen conexión los temas de 1909 y 2018? Tienen la conexión de que narro hechos de élites (la del PRI y la porfirista) que no logran ver lo que viene. No hay ningún renglón, en ninguna parte, que permita suponer que Díaz Dufoo atisbaba que apenas unos pocos meses después estallaría el mundo porfirista en un cataclismo que dejó miles y miles de muertes con el consiguiente cambio de gobierno. Es inconcebible tanta ceguera en las élites.

No hubo en el PRI ni idea del cataclismo que se avecinaba. La prueba está en haber culpado a Ochoa, en pretender que con eso se arreglaba la campaña. Escribió Díaz Dufoo al finalizar el libro biográfico: “Al narrar (la vida) del señor Limantour, no podemos olvidar –como él no ha olvidado nunca- el nombre del General Díaz, tan profundamente grabado en el corazón de los mexicanos”. Hasta el final Díaz Dufoo alabó al hombre que causaba todos los problemas. Complacencia y autocomplacencia, ninguna autocrítica, cuando la élite a la que pertenecían el biografiado y el autor estaba por ser llamada por la historia para hacer mutis. Ninguno de las dos élites se dio cuenta, ni aquella de antaño ni ésta de hogaño. 

En septiembre del mismo año de 1910 Porfirio Díaz celebraba el centenario del inicio de la guerra por la Independencia con bailes, vinos y rosas. Nunca escuchó, destapando champaña, cómo los revolucionarios ruidosamente cortaban cartucho. No vio, no oyó; pasó sólo octubre y el 20 de noviembre le estalló en la cara la guerra civil. Nadie se dio cuenta en una clase política porfirista ciega y sorda.

El rey romano Tarquino nunca vio venir la avalancha de inconformidades que acabaron con la monarquía romana para que naciera la república que derivaría después en imperio. Iturbide nunca vio que su ciclo había terminado y volvió a México sólo para ser fusilado en 1824. Santa Anna, Calles, Díaz, fueron al exilio, igual que el rey romano Tarquino, apellidado, no sé si por sus contemporáneos o por la posteridad, el Soberbio. Maximiliano e Iturbide terminaron fusilados. Las élites no se dan cuenta del momento en que les toca salir de la escena.

Porfiristas hubo que practicaban el espiritismo y la adivinación del futuro. A mediados de 2017 escribíamos aquí que uno de estos iniciados fue el escritor y político porfirista Federico Gamboa, el famosísimo autor de la novela Santa. Dijimos entonces: “Fue notorio que con toda la sabiduría ocultista del mundo para adivinar el futuro, la revolución no pudo ser prevista ni por Casasús, ni por Gamboa ni por Díaz ni por el misterioso conde de Sarak. Eran muy magos y muy brujos y muy ocultistas pero nunca la vieron venir. Se enteraron de la guerra civil maderista cuando les cayeron sobre la ropa las primeras incandescentes y dolorosas esquirlas”.

Las élites no tienen conciencia de su salida porque, en el caso del partido que entregará la presidencia en el próximo diciembre, además, se quedó sin doctrinarios. Su último gran doctrinario fue Reyes Heroles. Si los priistas revisan su presente no encontrarán un solo doctrinario o ideólogo. La derrota del 2018 será para el PRI (nacido en 1929) la tercera derrota presidencial, la más grave por el tamaño y sus porcentajes, a manos de un partido nacido hace cuatro años, en 2014.

Son siete los siglos de sociedad mexicana (desde 1325 en que se fundó Tenochtitlan) que empujan laboriosamente con prodigiosos miligramos, como el de Arreola, la fuerza de cambio de nuestra historia. Las élites, por su ceguera, no se dan cuenta de la hora en que les toca salir de escena. Cada uno de los votos en favor de López Obrador fue un milímetro de empuje hacia una exigencia de cambio derivada del hartazgo, y el cobro de facturas de parte de los dañados, de los golpeados, de los humillados, de los escupidos: una fuerza por goteo de acumulación milimétricamente lenta.

Cada uno de los votos fue una fracción pequeñísima de inercia, de inercia vigorosa y lenta, de fuerzas imponderables, imperceptibles, como la fuerza de continentes lentos que se desplazan.

Twitter @WenceslaoXalapa

 

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