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La marcha y el telar

Una Luz por AyotzinapaReforma está repleto. Dicen que a la marcha del 22 de octubre asistieron 50 mil personas. En la escala humana, a ras de piso, fueron más. El dato preciso es otro: sin cuenta. Sin cuenta pares de zapatos, sin cuenta veladoras, sin cuenta voces y ratos largos de silencio. Incontables las arrugas en la cara de los padres con el hueco incierto del paradero de sus hijos. Cala.

En medio, como parte del grupo de estudiantes y colegas de El Colmex, pensé cuando el silencio era muy fuerte: ¿Qué va a pasar después con tantos que expresan su enojo, el hastío por un país que abre nuevos barrancos cada día y se encuentra con la muerte anónima, despiadada, sin mesura?

Desde hace tiempo se ha dado en llamar reparación del “tejido social” a lo que necesitamos. Requerimos, se dice, parques, actividades artísticas o deportivas para alejar a los muchachos de la delincuencia, porque “el tejido social está roto”.

Tal imagen puede ponerse en relación con la marcha y la carencia nacional quizá más urgente: ¿cómo se teje o repara la tela que nos unía y daba sentido de pertenencia, más allá de acciones aisladas? ¿De qué manera organizar la rabia, la desolación, el ¡ya basta! que, al salir del Zócalo, se pierden camino al Metro? ¿Cómo evitar que lo compacto que impide caminar, luego se disuelva sin pasar del grito a la confluencia de largo plazo?

La bronca es el telar. Ya sea en su forma artesanal o industrial, para formar un tejido se requiere un soporte de madera o metal, resistente, en el que se colocan, en paralelo, hilos verticales que forman la urdimbre y que han de estar tensos, firmes. El tejedor, entonces, engarza a la lanzadera otros hilos horizontales, la trama, y los entrecruza para formar la superficie, el lienzo unido. Otra pieza, también sólida, une, congrega, sujeta fuerte y poco a poco el tejido para dale consistencia: la señora en Chiapas, o la máquina en la fábrica, la acciona cada tanto. Así se consigue tejer bien.

Si el telar está podrido y se rompe, no se puede conseguir la prenda. Imagine que las cuerdas del mecapal de la tejedora, con que jala y detiene los hilos para entrecruzar los otros, quiebra la madera: todo se afloja y se pierde lo avanzado; que el tensor con que se juntan las vueltas también se ha apolillado y se troza en sus manos. No hay nada qué hacer.

Cada uno en la manifestación somos hilo posible, incluso real. Pero al buscar el telar, o queda lejísimos o está roto y no nos sostiene. Y sin bastidor, no hay modo de quedar juntos, haciendo una relación duradera de resistencia y propuestas. Las instituciones son, en el caso de la acción política organizada, lo que el telar a la tela. Y las nuestras están apolilladas, llenas de bichos que las horadan y debilitan. Por eso se quiebran y no dan confianza para enlazarnos a ellas. La policía, los jueces, cabildos, ministerios públicos… gobernantes y sus séquitos. Rotas. Y sobre todo los partidos políticos que serían, en una democracia razonable, los vínculos para juntar las expectativas de muchos por lograr otro modo de ser en el país, que no tolere la desigualdad ni la sordidez de la impunidad translúcida y la corrupción que ahoga.

Lejísimos, en el gran Pacto por México, se unieron para mover al país: ilusos, se menearon ellos solos al ritmo de los intereses de sus integrantes, sin conexión con los que marcharon en tantas ciudades, los que viajan en el micro o no acabalan para el gasto en la quincena. ¿A dónde va la rabia, el estupor, la indignación sin el telar de instituciones confiables y partidos en contacto con la ciudadanía? La protesta no pasa a la organización, se ahonda el abismo y ahí caben, sin control, los que fincan su prosperidad en la violencia de cualquier tipo. No es menor lo que sucede: los estudiantes marchan, gritan, inventan consignas. Bien. ¿Y luego qué?

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