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La sombra de los libros de texto

Alberto Sebastián Barragán *

Los libros de texto son prioritarios para el aprendizaje. Según su época, contenido o finalidad han tenido muchos nombres, desde: Manual educativo, Libros elementales, Florilegio, Silabario, Compilación, Colección, Miscelánea, Epítome, Compendio, etcétera; sin embargo, hay que rastrear sus orígenes para comprender su situación actual, en específico, en estos momentos del sistema educativo mexicano.

Desde el siglo XVII Juan Amos Comenio esbozaba la trascendencia de los libros escolares, para mejorar las actividades de enseñanza y optimizar el aprendizaje de los educandos. Proponía que los libros estuvieran en forma de diálogo para favorecer el entendimiento de los niños, y que desarrollaran procesos cognitivos desde el lenguaje escrito.

Más de un siglo después, y una vez terminada la revolución francesa, se erigían proyectos educativos para inculcar los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad. En 1791, Charles-Maurice de Talleyrand presentó un informe sobre la instrucción pública, donde se declaraba la importancia y necesidad de los libros elementales, para construir verdades universales y ahorrar los esfuerzos para aprenderlas.

Durante todo el siglo XIX, los libros escolares se convirtieron en insumo del nacionalismo, al nivel de las monedas o los símbolos patrios, los libros de texto constituyeron elementos de identidad nacional. En muchos países, y en el nuestro, nacieron los sistemas educativos y establecieron los principales ejes de la tarea educativa de cada nación.

Desde 1821, nuestro país tuvo un largo proceso de luchas entre proyectos de nación, hasta que a finales del siglo XIX se estableció el porfiriato, un régimen dictatorial que generó desatinos, pero también desarrolló la ruta de proyectos positivista que mantenían la formación normalista de docentes, la universidad pública, y la educación primaria con textos escolares para los alumnos.

Después de la revolución mexicana, y con la modificación del artículo tercero, José Vasconcelos impulsó la creación de una Secretaría de Educación Pública (SEP), la cual contaba con tres departamentos: el Escolar, el de Bibliotecas y Archivos, y el de Bellas Artes. Desde hace casi cien años se consideraba relevante el acceso a la educación y a los libros, para ir cultivando la alfabetización y el conocimiento de los mexicanos.

El secretario particular de José Vasconcelos, fue un joven escritor, quien a su temprana edad ya contaba con obras literarias publicadas: Jaime Torres Bodet, quien vivió el nacimiento de la SEP, y posteriormente, entre 1922 y 1924, fue director de bibliotecas de la SEP. En los gobiernos de Álvaro Obregón, Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho, se realizaron proyectos educativos para dotar a los alumnos de cartillas de alfabetización y libros escolares.

La prioridad de esas primeras décadas de la SEP, había sido la cobertura de educación primaria. En esa construcción de escuelas y prestación del servicio educativo público, se impulsaba también la distribución inicial de libros escolares. La creciente población escolar fue agudizando la demanda de espacios y de materiales educativos. Desde 1920 el mercado de libros de texto estaba competido por empresas de Estados Unidos, Francia, Alemania y España. Para la década de los 50, se habían consolidado las firmas españolas, tanto por la cercanía del lenguaje, como por la residencia en México de españoles y nuevos exiliados del régimen franquista, apoderándose del mercado de manuales escolares.

Para la segunda gestión de Torres Bodet como secretario de educación, en 1958 se puso en marcha el Plan de Once Años y se fundó la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG). El gobierno mexicano se convirtió en autor, editor, impresor y distribuidor de libros escolares. Un rasgo notable de esta comisión fue la unificación de contenidos, y el tiraje masivo de ejemplares para todos los alumnos de escuelas públicas. Esta política educativa acentuó el papel social del estado educador, y disminuyó la influencia de las editoriales españolas.

Desde la década de los 60 hasta finales de los 90, la CONALITEG mantenía la producción de Libros para alumnos, Libros en Braille, Materiales para maestros, Antologías de Educación Normal, Libros por entidad, y una diversa producción editorial. En todo momento, la producción de libros de texto acompaña la aplicación de reformas curriculares, y los libros de los alumnos se vuelven un insumo central para la aplicación de las modificaciones a los programas escolares.

Ya para 1997, se impulsó la entrega de libros gratuitos para estudiantes de secundaria, los cuales actualmente son comprados por la SEP a editoriales privadas. Y desde 2014, se anunció que habría entrega de libros de texto gratuito a los alumnos del bachillerato obligatorio.

Sin duda, los libros escolares en México, han sido un ejemplo de reconocimiento internacional. Han sido una empresa titánica que ha favorecido el proceso de alfabetización y desarrollo académico de nuestra sociedad. Sin embargo, hay muchos elementos por revisar. No hay que perder de vista que el nacimiento de la CONALITEG generó límites al enriquecimiento de particulares españoles de la industria editorial a costa de la educación pública; pues, en estos momentos de reforma educativa, se cocinan los textos que pondrán en marcha el nuevo modelo educativo. Y no se han anunciado modificaciones, ya que le seguirán vendiendo libros a la SEP dos casas editoriales: Fernández Editores y Grupo Editorial Santillana, ambas de origen español. La sombra de los libros de texto sigue ahí.

* Jefe de redacción de Voces Normalistas.

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