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Si Elba Esther regresa: ganadores y perdedores

Las personas con vocación política nunca se jubilan, al menos por su propia voluntad. Viven su vida en medio de la pasión que excita la búsqueda del poder o de recuperarlo en caso de haberlo perdido. Parece que proceden bajo un arrebato constante para estar en la brega partidista o del funcionariado o de las instituciones (aparatos) del Estado que les permite disfrutar de mieses y, en contrapartida, sufrir derrotas. Su existencia es una brega constante dictada por el afán de poder.

El prestigio o la deshonra están asociados a la relación política. Los hombres o las mujeres que consagran su existencia a la vida pública pueden gozar de buena fama si es que en su hacer se comportan con virtud republicana, según la sentencia de Maquiavelo. En dirección opuesta, quienes deshonran su cargo, son indecentes y lucran con los bienes públicos, se ganan el repudio social, aunque sigan ejerciendo el poder.

En México, a juzgar por encuestas de opinión y consejas populares, los políticos y sus partidos ocupan los niveles más bajos en las escalas de apreciación general y muchos habitan en el descrédito permanente. Sin embargo, siguen saboreando los endulces del poder sin importarles el desdoro en que caen con sus acciones y su historial. Incluso, si su vanidad es mucha, acaso piensen que su acción es correcta, juiciosa y para bien de la sociedad y la patria. Les vale poco la opinión general, sólo escuchan la de sus allegados y otros interesados en obtener algo a cambio de elogios o sumisión.

La señora Elba Esther Gordillo parece que cabe bien en ese retrato que resumí de reflexiones de Maquiavelo y Weber. Se presenta en público como una víctima, como una dirigente virtuosa que todo lo que hizo fue para bien de los maestros y de la educación de México. Su fortuna, asegura, es bien habida, se deriva de una herencia de su madre y de inversiones provechosas que le dieron rendimientos inesperados.

Por eso aspira —lo profiere a cada momento— regresar a disfrutar del poder dentro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Claro, expone que es para servir al magisterio. Ella es, dice, la presidente legal y legítima del sindicato más grande de América Latina. Y desea de corazón dedicar de nuevo su quehacer político para que brille como antes. Ella trata de entregar su experiencia para engrandecer a los maestros y a su organización sindical, no valerse de ellos como, asegura, lo hacen los líderes espurios, como Juan Díaz de la Torre.

Ya no veo imposible su retorno al control de las riendas sindicales, aunque sea por interpósita persona. Parece que los astros se alinean para que eso suceda. Si así llegara a suceder, especulo, habría triunfadores y derrotados. Los primeros serían, obvio, ella misma, su familia y los miembros de su grupo cercano.

Pienso que su eventual retorno también generaría ganancias para los combatientes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Sería —ya es— el pretexto perfecto para continuar con su estrategia de siempre: movilización-negociación-movilización. Sería la pieza clave para tener una enemiga central, un punto de apoyo para utilizar las palancas que da su poder (subordinado, no el hegemónico, diría Giddens): protestas callejeras, paros, bloqueos de carreteras y otros actos vandálicos.

En el lado de los perjudicados estaría, por supuesto, Juan Díaz de la Torre y su grupo. Es difícil poner en tela de juicio tal contingencia. El futuro gobierno sería el otro perdedor, pienso. Si es que es cierto —como dicen allegados a la señora Gordillo— que el presidente electo y su futuro secretario de Educación Pública favorecen su repatriación, ocurriría un conflicto permanente en las filas magisteriales. Los funcionarios estarían sujetos a presiones de todo tipo —entre ellas, los esfuerzos por recolonizar el mando en la educación básica que el gobierno que fenece casi les quitó— y no tendrían tiempo de pensar en lo sustantivo, menos de ejercer el poder.

Empero, el quebranto mayor recaería en los niños y jóvenes escolares que estarían en medio de la disputa constante por el poder en la educación. El sistema educativo mexicano volvería al caos; las grillas sindicales ocuparían la luz de la plaza pública y se hablaría poco, muy poco, del derecho a la educación.

Weber tenía razón. La vanidad de los políticos que sólo luchan por el poder daña a la política, a la vida pública y a las instituciones. Ojalá y se aplicara el retiro obligatorio para ellos.

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