“O yo no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo”. Sentencia muy sabia de Monsiváis que surge, de inmediato, cuando lo que ocurre en el país carece de sentido y decencia, o ciertas acciones están preñadas de símbolos equívocos por decirlo suave, o barbaridades a secas para ser exactos. Abundan en el sol de hoy. Veamos dos.
El SNTE, para enfatizar su claro compromiso con la educación, lanzó un programa que ofende sólo con su nombre, cuantimás en la intención: “Cultura del ahorro: alimenta al cochinito y apoya una escuela”. Coordinado por Juan Díaz de la Torre, mandamás de la cúpula sindical, inició con la entrega de los “cochinitos” (alcancías) a los alumnos, padres de familia y profesores para hacer ahorro durante los próximos dos meses. Lo que se recaude será para “cubrir alguna necesidad de la escuela que elija el propio donador, en su entidad de origen”. Díaz aclaró que conforme a la costumbre de los dirigentes de su organización —nos consta— “habrá transparencia en el manejo de los recursos, se conocerá el número de alcancías entregadas, así como el monto y destino del dinero”.
¿Qué tiene que hacer la dirigencia sindical en procura de fondos, con un sistema tan parecido al condolido Teletón, cuando la responsabilidad de que las instalaciones de las escuelas públicas del país no sólo sean mejores, sino excelentes (sobre todo las más desvalidas, donde asisten quienes tienen más necesidad de educación de calidad) corresponde al Estado? Es un derecho constitucional, no una dádiva, pues en la calidad que se afirma en la nueva versión del artículo III debe contemplarse la infraestructura necesaria para acoger al proceso formativo de los alumnos. Exigencia, no concesión. El gobierno anunció que destinará 7.5 mil millones para avituallar a las 20 mil escuelas más descuidadas del país. ¿Gracias?
Así como aportar dinero para que haya aspirinas, o gasas, en los hospitales públicos es un remedio temporal, que ha de acompañarse de la reivindicación inmediata del derecho a la salud en serio por parte de quienes tienen ese mandato, las instalaciones escolares que se financian con recursos fiscales han de ser equivalentes a la dignidad que cada niña tiene por serlo. La educación básica nacional no puede seguir siendo terreno de la caridad, de goles, o donación en los cajeros. Y no porque quien lo haga tenga mala intención, sino porque encubre la ausencia o cabal presencia del Estado en donde no puede ser sustituido por el altruismo: de no estar atentos, oculta la irresponsabilidad de larga data en la materia por quienes ocupan esos puestos.
¿No me da mi calaverita? Es para la educación. ¿Quiere cooperar? Va para poner agua en la escuela. No hay problema, anticipo la respuesta: no se condicionarán los documentos ni la dotación del servicio a la entrega de la alcancía con monedas o billetes. El “Snteón” es, como las impresentables cuotas, un acto voluntario por la educación de tus hijos. Pago y donación, pero si usted quiere… ¿Gratuidad?
En vez de cochinitos, hay una pocilga impune al interior del aparato del SNTE y en su relación con la SEP: limpiar ese estercolero liberaría más recursos que huchas abiertas a la propina. También los 5 mil millones que gasta el gobierno en anuncios en los medios para decir, entre otras cosas, que la educación de calidad ya llegó, no estarían de más para mejorar las aulas. ¿Teletón educativo a cargo de una pandilla de bribones coludida con la SEP por años?
Otro caso: la editorial pública más importante del país organiza un foro para que luzca el Presidente y ante la crítica su director no discute: descalifica, echa piedras a su tejado. Lo dicho: no entiendo, o bien, tenía razón don Eusebio: “Este país no tiene compostura”. No, abuelo, es preciso hallar cómo enderezarlo. Y, eso sí, a fondo.
@ManuelGilAnton mgil@colmex.mx
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
Publicado en El Universal