Educación Futura

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  • La amenaza de la IA en la educación: jóvenes que dejan de pensar

    La amenaza de la IA en la educación: jóvenes que dejan de pensar

    Mientras la Inteligencia Artificial (IA) se integra cada vez más a la vida cotidiana, desde las oficinas hasta las aulas, crece la preocupación entre expertos y académicos sobre el impacto de esta herramienta en la capacidad de los jóvenes para pensar de manera crítica y creativa.

    En un reciente artículo publicado en The Wall Street Journal, la periodista Allysia Finley explica lo que ha encendido las alarmas en el mundo educativo: el uso excesivo de la IA, especialmente entre niños, adolescentes y universitarios, “podría estar afectando el desarrollo de sus habilidades cognitivas fundamentales”.

    “No se trata solo de que los robots nos quiten el trabajo, sino de que las personas, especialmente los jóvenes, dejen de pensar”, señaló Finley, citando preocupaciones de académicos y líderes empresariales como Andy Jassy, CEO de Amazon, quien ha dicho que la automatización y la IA exigen una mayor capacidad de pensamiento estratégico y creativo por parte de las personas.

    Sin embargo, la evidencia sugiere que está ocurriendo lo contrario. Según investigaciones recientes, los estudiantes que dependen de dispositivos electrónicos y programas de IA para tomar apuntes o resolver tareas muestran niveles más bajos de actividad cerebral, en comparación con quienes escriben a mano o se enfrentan directamente a los problemas. Este fenómeno, conocido como “descarga cognitiva”, implica que al delegar el esfuerzo mental a las máquinas, el cerebro deja de ejercitarse y pierde su capacidad de formar conexiones profundas entre ideas.

    El problema no es solo teórico. Profesores universitarios consultados por elk diario neoyorquino reportaron un aumento en trabajos escritos por IA que, aunque libres de errores gramaticales, carecen de originalidad, análisis o argumentos sólidos. En el caso de los adolescentes, el riesgo es aún mayor: el cerebro humano sigue desarrollándose hasta los 25 años, y requiere ser estimulado a través de procesos que impliquen esfuerzo, reflexión y creatividad.

    Los expertos citados por The Wall Street Journal señalan que incluso tareas aparentemente simples, como escribir a mano o resolver problemas matemáticos sin la ayuda de IA, son esenciales para fortalecer las redes neuronales que permiten el aprendizaje complejo. De lo contrario, advierten, nos encaminamos hacia una generación que, aunque tecnológicamente competente, será intelectualmente débil.

  • ¡Apaga tu IPhone; no me ignores!

    ¡Apaga tu IPhone; no me ignores!

    ¿Es cierto que el iPhone nos hace menos inteligentes y empeora nuestras relaciones y productividad?

    El iPhone, y en general los teléfonos inteligentes, son quizá el producto más exitoso de la historia. Estos artilugios, a diferencia de otras tecnologías como el avión o automóvil, nos acompañan todo el día a todas partes, incluso duermen con nosotros.

    Estudiosos del tema reportaron en abril en Computers in Human Behavior, que algunas personas sienten un “ataque de pánico” cuando pierden su iPhone.

    No es para menos. Los teléfonos inteligentes no solo nos comunican, también son centros de entretenimiento, estudio y juego; es más, son asistentes ejecutivos. Nos recuerdan eventos y guían por el camino sin que nuestros cerebros tengan que ejercitar habilidades de mapeo (Carr, N., The Glass Cage); nos dan la hora, despiertan y avisan de reuniones; nos dan las noticias (verdaderas y falsas), recomiendan restaurantes y lugares que visitar; nos monitorean la salud, distraen todo el tiempo y nos ayudan a aislarnos de manera segura cuando estamos fuera de la zona de confort, como cuando en un evento no conocemos a nadie (Fullwood et al, Computers in Human Behavior), y lo hacen de una manera que sintoniza con el diseño natural del cerebro para reaccionar automáticamente ante su llamado. Las notificaciones son llamadas de atención que alertan al cerebro de que algo importante sucede.

    El iPhone, o más bien lo que el iPhone representa, es conductista, adictivo y, por eso, imposible de ignorar.

    Pero, ¿qué efectos tiene para nuestros cerebros, mentes y relaciones personales? Hallazgos recientes sugieren que el uso del iPhone nos hace menos inteligentes y más superficiales (Carr, N., WSJ); más vacuos (Alvesson, M., The Triumph of Emptiness); menos enfocados y menos productivos aun sin contestar las notificaciones recibidas. Según Stothart et al, en el Journal of Experimental Psychology: “La mera presencia del propio teléfono inteligente [aún apagado] reduce la capacidad cognitiva”.

    En el año 2012, en Australia, se inventó una palabra para describir la acción de ignorar a otros en favor del teléfono: phubbing que proviene de phone (teléfono) y snub (ignorar). El phubber es un menospreciador. Todo el mundo lo hace, aunque algunos más que otros.

    Según Wikipedia y Newzoo, cerca de 53 millones de mexicanos usamos el teléfono inteligente. Si como sostienen los estudiosos el uso del iPhone y el phubbing reducen las habilidades cognitivas y la productividad, el resultado es una pérdida intelectual colectiva con aislamiento social. Si sumamos estos resultados con el reciente hallazgo de Shakya y Christakis en el American Journal of Epidemiology de que a más uso de Facebook menor bienestar, salud física y mental, la marcha tecnológica quizá se convierta en una lenta pero constante reducción de humanismo e intelectualidad. En efecto la era del conocimiento podría convertirse en la era de la ignorancia, la superficialidad y la distracción con efectos perversos para la democracia.

    Hay indicadores de que algunas escuelas elitistas precisamente en Silicon Valley prohíben el uso de teléfonos y tabletas (Lewis, P., The Guardian, 2017) como lo han hecho por años las escuelas japonesas (Andere., E. 2016). Varios de los ingenieros que ayudaron a la explosión de los medios como Google, Facebook y Twitter ahora abanderan causas diferentes que limiten la distracción y aumenten la atención (Lewis, P., The Guardian, 2017).

    Por tanto, con base en lo anterior y en el artículo de Roberts, Williams y David en Computers in Human Behavior, donde hallaron una reducción del entusiasmo y efectividad de los trabajadores en la medida que sus jefes usaban el iPhone, por favor, “apaga tu teléfono y escúchame”.

    Ah, por cierto, la versión final de este artículo la leí en mi iPhone.

    El autor es investigador visitante de la Universidad de Nueva York y miembro del consejo editorial de Educación Futura.

  • Cerebro y educación

    Cerebro y educación

    Niño e ideasNueva York. En una vitrina de un museo leí: “¿Cómo es que los niños son tan inteligentes y los hombres tan estúpidos? Debe ser la educación lo que los cambia.” (Alejandro Dumas, hijo).

    Cuando hablamos de la educación de los niños lo que en realidad queremos decir es la educación de sus cerebros. El cerebro es una “máquina” de aprendizaje, aunque sabemos muy poco sobre su funcionamiento profundo. Los científicos aún debaten sobre la fuerza del aprendizaje: genes o experiencias.

    Hemos aprendido más del cerebro en los últimos 30 años que en los últimos 300; aún así, hasta hace muy poco, casi todo mundo afirmaba que el número de neuronas en el cerebro humano era 100 billones cortos; la realidad es distinta: 86 billones cortos, según Suzana Herculano-Houzel.

    Pero, es realmente impresionante que en más de dos mil años de escuela, desde la helénica hasta la industrial y global, no hayamos discernido el secreto para que la inteligencia, sagacidad, curiosidad y entusiasmo de los cerebros infantiles no se eche a perder con la educación.

    Dos mil años de experiencia escolar nos han entregado sistemas educativos que se reforman una y otra vez, porque su última reforma no funcionó. Así le pasó a México con la Reforma de Salinas suplantada por la de Peña. Y a Estados Unidos con la reforma de Bush abrogada por Obama el 10 de diciembre pasado.

    Lo que reformas interminables alrededor del mundo demuestran es que sabemos muy poco sobre lo que hace que el cerebro aprenda. Por supuesto que sabemos cosas en el extremo y mucho de lo que hacemos es contradictorio. Por ejemplo, los temas de moda son autorregulación, autocontrol, esfuerzo, carácter, trabajo duro. Todo esto requiere cierta función de control de parte del maestro o del sistema sobre el desarrollo del niño.

    a brincar¿Qué hace que un grupo de pequeños brinque, salte o grite dentro de una sala? Su cerebro desinhibido, no autocontrolado. ¿Qué hace que treinta años después esos niños se comporten en orden, silencio, sociabilidad y mesura? Su cerebro inhibido, que fue sometido por al menos 16 años a: “no hagas esto”, “no hagas el otro”, “no brinques”, “no corras”, “siéntate”, “aguanta”, “tolera”, “estudia” y “posterga”. Y entre más pequeño mejor, “así te harás erudito o genio y le ganarás a todos los demás”.

    Al mismo tiempo, la ciencia que trata de estudiar la creatividad nos dice que existen al menos tres condiciones observadas en los seres creativos: inteligencia suficiente, conocimiento suficiente y desinhibición cognitiva. Entonces, aparentemente tenemos dos tendencias escolares que trabajan en sentido opuesto. Resultado: cerebros inhibidos, cohibidos, confundidos, que en el mejor de los casos odiarán el estudio, la lectura y las matemáticas. Con este tipo de cerebros, Dumas tiene razón.

    Así que maestras y maestros, mamás y papás, estamos a punto de ver una auténtica revolución educativa; los sistemas educativos se tardarán en responder por la burocracia; pero en el hogar y el aula, la respuesta depende de ustedes. El secreto es cómo apretar sin asfixiar. Lo que vemos de reformas educativas en México y otras partes del mundo no tiene que hacer nada con lo que viene en el futuro.

    Uno no es popular si no dice: la neurociencia y el aprendizaje, aunque en realidad sepamos nada o muy poco del tema. Puesto en términos muy sencillos, y con lo poco que sabemos, veremos en el futuro escuelas para pequeños mucho más orientadas al juego que a la lectura; a la expedición que a la lección; al aire libre que al encierro; al movimiento que a la silla; a juntar piedras que contar números. El verdadero resultado de aprendizaje en los niños pequeños no es qué tanto leen o suman sino qué tanto corren, hurgan, juegan, indagan, buscan, curiosean, cooperan y preguntan. Y si al alimón saben leer y contar pues qué bien. Estos niños serán los dueños de su futuro. ¿Por qué? Porque permiten que su cerebro trabaje como lo diseñó la naturaleza. No podemos adelantar el desarrollo natural del cerebro sin perjudicar su natural desarrollo.

    El autor es investigador visitante del Colegio de Boston y la Universidad de Nueva York y miembro del consejo editorial de Educación de Futura.

  • El cerebro, las escuelas y la política educativa

    Home schooling¿Cual es la mejor escuela para mis hijos? Con frecuencia en mi bandeja digital o al final de mis conferencias algunos papás me preguntan sobre ésta o aquélla escuela; si es mejor una escuela tradicional o progresista, etc. La verdad es que no existe “la mejor escuela”.

    Gracias a los avances de la neuroeducación hoy sabemos que la mejor escuela es el hogar. Niños pobres, abandonados, con tensión tóxica (permanente) o sujetos a negligencia muestran, en las imágenes, cerebros dañados. Por el contrario, infantes y niños que viven un ambiente cordial, relajado, emocional y cognitivamente rico en casa, muestran cerebros sanos, neurológicamente activos. Estos cerebros, a partir de un ambiente positivo y colaborativo en casa, son ejemplo de una entonación o sinergia virtuosa de las neuronas: neuronas que se disparan juntas se quedan juntas. Lo que un ambiente de esta naturaleza ofrece en el hogar son los cimientos para una vida socialmente positiva, cognitivamente abierta y emocionalmente equilibrada. En general, estos son los niños ideales para enseñar y aprender.

    Este conocimiento derivado de las ciencias del cerebro y la mente, o del desarrollo infantil, es corroborado por la economía y la sociología de la educación que sostienen que lo que pasa en casa, desde el punto de vista socioeconómico y cultural, es más importante que lo que pasa en la escuela para explicar la diferencia en el desempeño académico de los niños y jóvenes.

    imageEntonces el hogar es más importante. Dicho eso, la sociedad y la escuela, aunque en menor escala, son importantes también.

    Los niños que del hogar llegan a la escuela con cerebros serenos, acostumbrados a un ambiente seguro y relajado, si encuentran en la escuela un ambiente similar, tendrán el mejor espacio para potenciar su desarrollo. Y los cerebros que provienen de ambientes tensos y difíciles, más impotentes serán si llegan a un ambiente social y escolar, tenso e inseguro; se potenciará su subdesarrollo cerebral.

    De ahí que la escuela del siglo XXI heredada del siglo XX no tenga casi nada que ver con la escuela de la era de la neuroeducación. Desde los primeros maestros de occidente, los sofistas, hasta las primeras escuelas grecolatinas, el énfasis escolar ha sido el desarrollo cognitivo, a cualquier costo: “la letra con sangre entra”. La versión moderna de esta sentencia es el frenesí por las pruebas estandarizadas de alto impacto pero sobre todo los esquemas de rendición de cuentas; léase, evaluación de maestros atada a los resultados de sus alumnos. No se trata de decir no a las pruebas, se trata de que las pruebas y uso de sus resultados, estén entonados con las ciencias del desarrollo cerebral y humano.

    Las escuelas formadoras de maestros en el mundo, excepto, quizá, las de Finlandia, están en crisis. Los maestros no quieren ser maestros: mal capacitados, mal pagados, mal apreciados y, todo el tiempo, examinados; no suena como a un buen trabajo y menos a un proyecto de vida. Así, ¿quién quiere ser maestro? Necesitamos urgentemente cambiar tanto la formación de maestros como el concepto de escuela.

    Un detalle simple: la evidencia neurológica se abulta para sugerir que el arte y su enseñanza y el aprendizaje en movimiento, es decir, niños que practican moviéndose, aumentan la cognición y el aprendizaje de la geometría y las matemáticas; además de que producen con más facilidad los químicos o el coctel de la felicidad: oxitocinas, endorfinas, dopaminas y serotoninas; que son esenciales para la motivación desde la casa hasta la vida.

    ¿Qué significa esto para la política educativa? Más horas de matemáticas a costa del arte puede ser perverso. Regalar iPads o tabletas, ciertamente aumenta algunos químicos de la felicidad como los que producen euforia y satisfacción; sensación de recompensa. El problema es que para mantener a los niños felices, así, necesitamos darles a cada rato una mejor tableta. No, lo que realmente ayudaría es repensar por completo la atracción, formación y retribución de la carrera docente y reinventar a la escuela.

    imageLas escuelas no deben verse más como recintos donde se enseña por horas a cerebros naturalmente desinhibidos a ser inhibidos—lo cual es una aburrición para niños y maestros—sino como espacios donde se desarrollan cerebros.

    Actualmente las escuelas son fábricas de inhibición, obstaculizadoras de la creatividad y la sabiduría; debemos convertirlas en verdaderos laboratorios humanos de desarrollo cerebral. ¿Qué tipo de profesionales necesitamos para esa desafío? ¿Qué les ofreceremos a cambio? Bueno, para empezar un salario digno, pero más importante, un ambiente profesional y un proyecto de vida.

    http://eduardoandere.net

  • Cerebro, una quisicosa

    mente y cerebro

    El cerebro es un enigma que lentamente sucumbe ante los ineluctables avances de la ciencia. En el nombre de la ciencia se descubre la naturaleza del hombre. No somos más que alrededor de cien mil millones de células cerebrales y unos cuantos trillones de comunicaciones entre ellas. Lo que comúnmente llamamos ser humano en realidad es un sistema encefálico-nervioso disfrazado de ser humano; y lo que normalmente llamamos consciencia no es otra cosa que el funcionamiento del tercer cerebro, el racional, el más desarrollado de los tres órganos evolucionados que componen nuestra masa encefálica: el reptiliano, límbico y neocortical.

    De hecho mi capacidad de escribir estas líneas, como las tuyas de leerlas y sobre todo la consciencia de escribirlas y leerlas, demuestran el trabajo de este exquisito y todavía, pero no por mucho tiempo más, misterioso órgano nervioso.

    Antes de las últimas dos o tres décadas solamente teníamos idea del funcionamiento del cerebro derivado del estudio en cerebros de animales (ratones, chimpancés) y cerebros humanos dañados, como el famosísimo caso de Phineas P. Gage del siglo XIX.

    Pero el conocimiento profundo del cerebro apenas empezó hace un par de décadas con el advenimiento de las nuevas tecnologías no invasivas de estudio. Estas tecnologías pueden literalmente “leer” hasta los pensamientos.

    Existen incipientes, pero promisorios, desarrollos tecnológicos con implantes cerebrales conocidos como interfaz cerebro-computadora que captan y digitalizan las señales del cerebro. Por ejemplo, estos interfaces son capaces de detectar la actividad ocasionada por un pensamiento específico donde una computadora programada interpreta y traduce dicho pensamiento (señal) en un efecto físico visible (activar una máquina, mover un brazo). Así, la ciencia persigue la esencia del hombre: el pensamiento no es producto del alma o del espíritu; es algo físico y, por tanto, medible.

    Este es el futuro. Suena a ciencia ficción y quizá no lo veamos en actividad comercializada y democratizada sino dentro de 60 o 70 años, que fue el tiempo que transcurrió entre la primera computadora Konrad Z3 en 1941 y el iPhone en 2007, pero que transformará todo, desde la medicina, hasta la educación, la religión, la psicología y la filosofía del ser humano.

    Pero ver el futuro no es algo aleatorio. ¿Quiénes ven el futuro? Quienes tienen más conocimiento y creatividad: dos capacidades cognitivas conectadas con otras secciones del cerebro que otrora se pensaban solamente emocionales o automáticas. El cerebro funciona como partes y como todo; focalizado e interconectado a la vez. Bien, ven mejor el futuro quienes invierten tiempo y esfuerzo en el aprendizaje, la investigación, la ciencia, la tecnología y su aplicación.

    No sorprende entonces que el año pasado, tanto el presidente Obama, como la Unión Europea hayan lanzado multimillonarios esfuerzos para mapear el cerebro humano, algo así como el impresionante proyecto del genoma humano.

    A través de ingeniería inversa y mapeos, el objeto visible de las iniciativas es descubrir formas de tratar enfermedades neurológicas y psiquiátricas. Pero como sucede en la historia de la ciencia un camino abre muchos otros, y hallazgos no buscados se descubren por casualidad pero no por suerte, sino por serendipia.

    Los impresionantes avances de la neurología, nanociencia, imagenología, inteligencia artificial, genética y computación abren nuevas avenidas para un futuro humano que apenas si vislumbramos, mucho más dramático e impactante que el futuro de nuestros antepasados.

    Ahora el mundo es diferente, y la ciencia empieza a devanar la madeja del intricado y complejísimo cerebro humano.

    En México tenemos un grupo extraordinario de científicos, pero muy pequeño. El 0.30% o 0.40% del PIB que históricamente México ha invertido en investigación y desarrollo es extremadamente bajo, inclusive si se eleva al doble o triple. Durante toda la década pasada México fue el país con la menor inversión en este rubro entre los miembros de la OCDE.

    Los recursos son escasos. Bueno, no tan escasos. Si hay dinero para obsequiar millones de computadoras, pizarrones electrónicos y tabletas cuya utilidad para el aprendizaje está científicamente cuestionada, entonces los 20 mil millones de pesos que costó Enciclomedia hace 10 años, bien podrían haberse utilizado para el desarrollo de ciencia y tecnología. Y ¿en qué invertir? No en las prioridades del gobierno, sino en la excelencia científica aunque parezca irrelevante. Uno nunca sabe.

     El autor es profesor investigador visitante de la Universidad de Nueva York.

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  • ¿Qué somos: mente o cerebro?

    mente y cerebro

    No todos los neurólogos aceptan la existencia de la mente; pero ningún psicólogo niega la del cerebro. Suponiendo que mente y cerebro co-existen: ¿quién domina a quién?

    No somos seres humanos provistos de un cerebro o de un encéfalo con el adyacente sistema de nervios; somos, por el contrario, encéfalos encubiertos por una vestimenta, epidermis, que le da forma o contiene a lo que hemos llamado “ser humano” . Es una prenda maravillosa que se ostenta en diferentes colores, tamaños, magnitudes y géneros. No es el ser humano el que controla a uno de sus órganos, i.e., el cerebro, sino todo lo contrario.

    Si lo pensamos bien, y nos vemos tal y como es la máquina bioquímica que nos da vida y movimiento, en realidad, somos entes encefálicos, como alienígenos que deambulamos por las calles, entre aparadores y cruceros, para comprar vestimentas. ¡Pensemos en ello! No hay mente sin cerebro; pero sí hay cerebro sin mente. Ninguno pensamiento escrito o narrado existe sin un cerebro consciente. Ni siquiera el sentimiento existe, a menos que pensemos en ello. No hay un espíritu flotando por ahí que crea pensamientos y sentimientos, sino más bien una masa material (medible en peso y tamaño) que crea la sensación de lo inmaterial como un escape a la prisión de la materia limitada. En este mundo un pensamiento es una expresión física de un conjunto de conexiones físicas; sinapsis y sinopsis; o sea, patrones o líneas sinápticas que se manifiestan como expresiones sinópticas.

    El cerebro es una masa muy compleja y bastante impactante a simple vista, de unos 1300 o 1400 gramos de peso; repleto de células o fibras que llamamos neuronas y sus extensiones o prolongaciones que las conectan y neurotransmisores, neuromoduladores y hormonas que las disparan o inhiben. Se estima que un cerebro humano tiene más o menos 100 mil millones de neuronas con una cantidad mucho mayor (trillones o cuatrillones) de conexiones (de 1000 a 10000 por cada neurona típica), a través de procesos conocidos como sinapsis.

    Los avances más importantes en la investigación neurológica a través de nuevas tecnologías no invasivas de observación como resonancias magnéticas o tomografías simples y contrastadas, pasivas o funcionales, así como el aprendizaje o desarrollo de nuevas neuronas (neurogénesis) o nuevas conexiones (neuroplasticidad) observadas en cerebros físicamente dañados que son capaces de recuperar funciones cognitivas y no-cognitivas en áreas o secciones del cerebro que se pensaban dañadas o destinadas a otras funciones, nos permiten deducir el enorme potencial de crecimiento cuantitativo, pero sobre todo cualitativo (selectivo) del cerebro a lo largo de su vida fisiológica.

    Pero en el centro del debate filosófico, psicológico y neurológico está la discusión si un ente ciento por ciento material (cerebro) es capaz de crear un ente inmaterial (mente), no tan visiblemente complejo como el primero, pero más complicado.

    Si uno es esotérico, por supuesto que lo inmaterial, la luz universal, la fuente universal de toda vida y los ángeles existen; si uno es religioso, existe también el “cerebro espiritual”, que trasciende lo físico y de alguna manera sublima o condena la existencia humana; pero si uno es científico, una masa material es una masa material, que no puede dar pie a una existencia metafísica; en este mundo, la mente es un fenómeno físico, no inmaterial y mucho menos espiritual.

    En ese sentido estricto la psicología no es más que una extensión de la neurología. Los traumas, los miedos, las pasiones, los deseos, la euforia, la depresión, el amor, la alegría, la tristeza, el odio, la envidia, y otras tantas cosas, no son más que productos de procesos neurológicos, de neuronas que se dispararon juntas y pegaron juntas. Son patrones de conexiones neuronales derivados de la interacción genética y ambiental a la que están sujetos los cerebros (seres humanos).

    En el mundo ambientalista, las experiencias ricas o diferentes de aprendizaje pueden detonar nuevos patrones neuronales, y, por tanto, nuevos aprendizajes, nuevas conductas. ¿Es acaso cierto que el ambiente puede modificar el cerebro? ¿Quiere esto decir que la mente es capaz, por sí misma, de modificar al cerebro? ¿Es la mente más poderosa que el cerebro? ¿Existe el cerebro de Buda? Es decir, que un proceso mental sea capaz de modificar un proceso cerebral. En el mundo de la neurología sí es posible, siempre y cuando el proceso mental sea considerado físico también; o sea, producto del proceso cerebral. Aquí, la mente no es más que un efecto de los procesos químico-biológicos del cerebro. Pensamos lo que somos; no somos lo que pensamos.

    Aún en este mundo físico, donde la mente es materia; la mente, que es un efecto del cerebro, por una exquisita aunque infinitamente compleja estructura y función cerebral, es capaz de rebobinar el circuito o cableado cerebral, al intentar nuevos aprendizajes; como caminar para atrás; lavarse los dientes con la mano izquierda si uno es diestro; escribir de derecha a izquierda o aprender un nuevo idioma, o leer un libro nuevo, o caminar y trabajar en lugar de echarse o flojear, o nutrirse saludablemente, o llevar una vida con carga ligera.

    El misterio es que el cerebro humano es capaz de crear una fuerza que parece inmaterial pero no lo es, y que es capaz de rebobinarlo como la mano que se pinta a sí misma de Escher; o la imagen que se ve a sí misma, o el ojo que ve lo que ve de Magritte. La mente es el instrumento del cerebro para crear y recrear; para inventar, innovar; modificar patrones. Pero la mente para ser activa requiere voluntad. Y la voluntad es otra de esas creaciones del cerebro que es difícil asir.

    Mente y cerebro son la misma cosa y son diferentes a la vez. Las implicaciones de este conocimiento llegan a la educación y a las escuelas de manera lenta pero consistente.  Poco a poco aprendemos cómo aprende el cerebro y qué hábitos mentales pueden ayudarnos a desaprender lo aprendido para aprender nuevas cosas. Cuando un maestro le pregunta a un alumno “¿qué sabes sobre la mejor forma de hacer tal o cual cosa; o qué sabes sobre el contexto de la Revolución Mexicana?” Lo que hace en realidad es recibir información diagnóstica de las creencias (“conocimientos verdaderos o falsos”) del niño. Si sus creencias son mitos, el camino es desaprender. Si sus creencias son ciertas el camino es reforzar. Lo mismo ocurre con nuestros miedos, traumas y angustias; motivación, flojera y actitudes. El psicólogo del aprendizaje trata de escudriñar para llevarnos por un nuevo aprendizaje. En neurología, esto es recablear o rebobinar las conexiones neuronales. Es como administrar el cerebro; o dicho de otra manera, administrar la inteligencia, el conocimiento y el aprendizaje. La creación de ambientes de aprendizaje está en el centro de esta fascinante discusión.

    El autor es profesor-investigador visitante de la Escuela Steinhardt de Cultura, Educación y Desarrollo Humano de la Universidad de Nueva York y autor del libro: Teachers’ Perspectives on Finnish School Education: Creating Leaning Environments. Springer. Switzerland. 2014.