Educación Futura

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  • Balance de la reforma educativa

    Balance de la reforma educativa

    El INEE invitó a la SEP a rendir cuentas sobre la reforma educativa (a casi cinco años de iniciada) en un evento público, abierto a los medios de comunicación, y la SEP, amablemente, aceptó. Así se armó el seminario “La reforma educativa: avances y desafíos” que se realiza los miércoles de cada semana a las 17 horas (se puede seguir en streaming en www.inee.edu.mx).

    Que una administración educativa acepte someter a escrutinio sus realizaciones, es, en México, un ejercicio sin precedente y, desde todos los puntos de vista, encomiable. Los ponentes, en cada conferencia son los subsecretarios y funcionarios responsables directos de cada tema que se discute y cada conferencia es criticada por dos comentaristas expertos.

    El miércoles 13 de septiembre se trató el primer tema: la evaluación docente. El ponente fue el subsecretario de planeación de la SEP, Otto Granados Roldán(lo acompañó Ana Ma. Aceves) y los comentaristas fueron Rodolfo Ramírez (Instituto Belisario Domínguez) y Teresa Bracho (INEE). Ricardo Rafael actuó como moderador. El sismo obligó a posponer (para el 1º de noviembre) la segunda conferencia que se ocupa del tema formación inicial y continua de docentes y en la cual participarán como ponentes los subsecretarios Javier Treviño y Salvador Jara.

    “La escuela al centro” fue el tercer tema (27 de septiembre), expuesto por el subsecretario de educación básica Javier Treviño (quien fue acompañado en la mesa por Pedro Velazco Sodi); los comentaristas fueron Oralia Bonilla (Innovación y Asesoría Educativa, A. C.) y Francisco Miranda (INEE).  El moderador fue José Buendía. La semana siguiente se abordó el tema “Atención educativa a las poblaciones desfavorecidas”, el ponente fue Rodolfo Tuirán y los comentaristas, Emilio Blanco (Colmex) y Margarita Zorrilla (INEE). Gabriela Warketin fungió como conductora de la mesa.

    El miércoles 11 de octubre tuvo lugar la siguiente mesa sobre el tema “El nuevo modelo educativo”, la expositora fue Elisa Bonilla, los comentaristas Marisol Silva Laya (Universidad Iberoamericana) y Jorge Hernández Uralde (INEE). José Carreño desempeñó el papel de moderador. Pasado mañana, Eduardo Backhoff, presidente del INEE, hablará sobre las tareas que se le asignaron al Instituto dentro de la reforma educativa y el miércoles 25 volverá al seminario Otto Granados Roldán para presentar una ponencia sobre “La gobernanza del sistema educativo”.

    El seminario ha sido un éxito. Las exposiciones de los funcionarios han sido conferencias documentadas y expresiones francas, frecuentemente acompañadas de reflexión y autocrítica. Las intervenciones de los comentaristas, por otra parte, han sido inteligentes, informadas y críticas y la participación del público, acertada. Aunque no se puede hacer todavía una evaluación del evento, que no ha concluido, se pueden percibir desde ahora varios resultados, el más ostensible ha sido que este ejercicio pone al alcance de los maestros y de los ciudadanos una información, comprimida, pero esencial, de lo que ha sido la reforma educativa que se puso en práctica desde 2013.

    El hecho de que altos funcionarios de la SEP expongan en público juicios y consideraciones sobre la labor que han desarrollado hasta ahora, es un fenómeno inédito, que siente un precedente saludable para México. Su disposición afirma ante todo una filosofía de transparencia que se opone, por principio, al secretismo y la opacidad que en distintos momentos exhibió el sector educativo. Esta apertura, yo creo, beneficiará sobre todo a la educación nacional.

  • El INEE y el cambio educativo

    El INEE y el cambio educativo

    Entre las novedades que trajo este sexenio a la educación nacional figura, en lugar destacado, la creación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. El INEE, es una institución autónoma y está facultada por la ley para evaluar todos los elementos del sistema educativo nacional.
    Se trata, como se ve, de una entidad nueva, sin antecedentes históricos que, a través de sus evaluaciones, puede fungir de facto como motor del cambio educativo y actuar como balanza ante la autoridad educativa.

    Hasta ahora, el INEE ha ganado prestigio social por sus desarrollos técnicos y por la calidad de sus evaluaciones, pero para cumplir su nuevo papel, deberá dotarse de un nuevo plan estratégico de evaluaciones.

    De hecho, la creación del INEE modificó la estructura del sistema educativo. La arquitectura tradicional de éste se configuraba con dos componentes centrales, la SEP y el SNTE (dualidad de poderes que se reproducía en los estados en el binomio autoridades-secciones sindicales), pero con la aparición del INEE el viejo sistema de equilibrios ha comenzado a modificarse.

    El INEE es una institución de estado, pero es, asimismo, una entidad autónoma, o sea que su actuación no está sujeta a la soberanía de la SEP ni a la de otra autoridad educati bva.  Esa condición excepcional le permite al Instituto actuar conforme a una racionalidad de estado y no subordinar su desempeño a las decisiones particulares de una administración gubernamental determinada.

    El INEE puede evaluar prácticamente todo, a saber: alumnos, docentes, directores, escuelas, supervisores, padres de familia, planes de estudio, materiales, financiamiento, estructuras de gestión, formación inicial, formación continua, programas, políticas, condiciones de trabajo de los profesores, sistemas educativos estatales, regiones del país, etc., etc.

    La evaluación en sí posee un significado enorme, de hecho, es la principal palanca para el rendimiento de cuentas. Te dice cómo funciona el sistema educativo, te informa sobre el desarrollo de los procesos, te revela qué elementos funcionan bien y qué elementos funcionan mal y, finalmente, ofrece a la sociedad información sobre el éxito que tienen las acciones gubernamentales.

    Por añadidura, los actuales directivos del INEE (su junta de Gobierno) han proclamado el compromiso de la institución para pugnar por una educación de calidad, y con equidad, para todos. Todos estos rasgos y circunstancias ofrecen al Instituto perspectivas de acción que pueden tener gran impacto en el desarrollo del sistema educativo.

    La evaluación es —o debería ser—el motor eficiente de la innovación continua del sistema. La evaluación no es una fuerza conservadora, es, por el contrario, un vector que impulsa el cambio, la renovación y la actualización. Esto significa que la evaluación puede actuar eficazmente como instrumento para combatir la ineficacia, los dispendios y las malas prácticas.

    La evaluación, sin embargo, no es un fin en sí mismo, es un medio, es decir, sólo se justifica por los impactos reales que produce. No basta saber que nuestros alumnos de secundaria no aprenden bien el álgebra, lo que se necesita es que, una vez que los sepamos, actuemos en consecuencia. La evaluación sólo se justifica si repercute generando acciones consustanciales.

    En el horizonte hay, sin embargo, no pocas incertidumbres. Observo al menos dos: la primera es que el desenvolvimiento futuro del INEE va a depender estrechamente de la velocidad con la cual se construya en el país una cultura de la evaluación (en otras palabras, que la práctica de la evaluación tenga su propia legitimidad social) y la segunda, que la alternancia política en el ejecutivo no vaya a derivar hacia una política inopinada que se proponga, cómo los bárbaros, construir sobre las ruinas de la obra que realizó la administración anterior.

    Gilberto Guevara Niebla
    Profesor del Colegio de Pedagohttp://campusmilenio.mx/administrator/index.php?option=com_k2&view=item#gía de la UNAM; Consejero del INEE.

  • El gobierno del sistema educativo

    El gobierno del sistema educativo

    En el gobierno de la educación deben estar personas honestas, técnica-mente calificadas y con vocación pedagógica; los funcionarios educativos deben ser auténticos líderes, que enarbolen proyectos pertinentes y movilicen al magisterio en pos de la mejora de la educación nacional.

    La tarea de esos líderes es vasta y compleja. Se necesita reconstruir el sistema para asegurar —en los hechos, en la realidad— una educación de calidad para todos. No es (no debe ser) retórica. Hay que tomar las experiencias exitosas y conservarlas, pero hay que eliminar o renovar las áreas viciadas del sistema.
    El principal problema del gobierno educativo en México es la recurrente invasión de la política-política (es decir, la política partidaria), sobre lo propiamente educativo. Los políticos profesionales y los gobernantes frecuentemente conciben al sistema educativo de manera instrumental, como un aparato clientelar y una organización que, en época de elecciones, moviliza a gran número de votantes.

    Los gobernantes aplican criterios políticos o personales al nombrar a los dirigentes de la educación de tal manera que a la cabeza de la empresa educativa quedan individuos que en muchas ocasiones carecen de visión o de ideas educativas y que aplican en su trabajo políticas conservadoras para preservar los equilibrios de poder y solventar los conflictos dentro de sus sistemas educativos.

    El SNTE influye de manera determinante en muchos niveles del gobierno educativo. En los estados impone secretarios, subsecretarios y directores; controla a muchos directores de escuelas normales; influye diariamente en la vida de las escuelas; tiene presencia en muchas esferas del sistema, pero su intervención es guiada más por intereses políticos —gremiales o de grupo— que por intereses educativos.
    El sindicato es una estructura de dimensiones pantagruélicas, herencia de la tradición corporativa y clientelar del viejo PRI. El Estado le otorgó al gremio desde su nacimiento posiciones de control que introducen confusión en el gobierno de las escuelas: por ejemplo, los directores y supervisores que son los encargados de dirigir el trabajo en las comunidades escolares —es decir, deberían ser autoridades—, son, sin embargo, “miembros de base” del SNTE.

    Dicho en otras palabras: el SNTE afilia tanto a los profesores, como a sus jefes. Negocio redondo. Sin embargo, esta confusión en las relaciones laborales ha impedido que se establezca en las escuelas una cultura de trabajo basada en una distribución adecuada de responsabilidades y ha favorecido en cambio el relajamiento de la disciplina laboral, con los efectos negativos consiguientes sobre la educación.
    La reforma de 1992 vulneró la unidad y funcionalidad global del sistema educativo en su conjunto al asignar a los gobiernos locales la administración de las escuelas y de su personal. La operación se fue a los estados, pero los estados no asumieron como propia la tarea de desarrollar proyectos educativos locales que dinamizaran pedagógicamente al sistema y lo indujeran a producir mejores resultados.

    En cierta forma las iniciativas e ideas siguieron proviniendo del gobierno federal. Pero con la descentralización el gobierno federal perdió contacto directo con las escuelas, de modo que las nuevas políticas federales tuvieron que ser filtradas, necesariamente, por la “meso-estructura” burocrática de los estados y en este nivel, invariablemente, se ha producido el fenómeno de “teléfono descompuesto”.
    La puesta en práctica del Sistema Profesional Docente puso en evidencia notables fallas de comunicación federación-estados que fueron subsanadas con medidas momentáneas e improvisadas, pero no de forma estructural. En fin, estos son algunos problemas de gobierno del sistema educativo.

  • Apostar en serio por la educación

    Apostar en serio por la educación

    Gilberto Guevara Niebla

    El indicador principal de la crisis que sufre la educación es que los alumnos no aprenden en la escuela lo que deberían aprender. Analicemos matemáticas. En la prueba Planea 2015, 60.5  por ciento de los alumnos de sexto de primaria y 65.4  por ciento de los alumnos de tercero de secundaria obtuvieron calificaciones insuficientes en matemáticas. Los resultados de la prueba Planea para educación media superior, que acaban de darse a conocer por el INEE, fueron igualmente desastrosos: el 66. 2 por ciento obtuvo calificaciones insuficientes en esa misma materia.

    Estos datos son —o deberían ser— demoledores para nuestra ética compartida. Decir esto no es hacer catastrofismo, no se hace patria engañando o auto-engañándonos, en cambio, se cumple con el propio deber cívico cuando se dicen con franqueza y objetividad los problemas que enfrenta México.

    ¿Qué se puede colegir del hecho de que los alumnos no aprendan lo que deben? Muchas cosas. Es verdad que las explicaciones técnicas nos dicen que los resultados de aprendizaje son consecuencia de innumerables factores, pero el simple estudio de la expansión del sistema educativo —que fue enorme entre 1960 y 2017— correlacionado con los datos de aprendizaje nos dicen que a lo largo de este tiempo se proporcionó escuela a los niños, pero no se atendió la calidad de la educación que la escuela impartía.
    Escolarizamos al país de manera acelerada, pero en el proceso sacrificamos factores determinantes de la calidad educativa como son: la formación inicial y continua de los docentes; la modernización y el fortalecimiento de las escuelas, la claridad de los objetivos educativos, la simplificación de los planes de estudio, los sistemas de evaluación, etc.

    Los bajos resultados de aprendizaje expresan el efecto acumulado de años de gestión opaca y errática del sistema educativo. En 1960 se lanzó una cruzada para construir escuelas (Plan de Once Años) pero este fue el último esfuerzo político mayúsculo en la materia: en las décadas que siguieron se pusieron en práctica políticas curriculares audaces (como el plan de estudios por áreas, de 1973) o cambios en la gestión (como la descentralización de 1992), innovaciones que, sin embargo, no modificaron en nada la estructura básica de poder del sistema y las relaciones viciadas entre autoridades educativas y sindicato.

    Esa inercia reproductiva se rompió con el lanzamiento del Servicio Profesional Docente en 2013, una política que cambió la regulación de las plazas docentes y con ello rompió un mecanismo básico de control y poder del viejo gremialismo sindical (SNTE). Por lo mismo, esa reforma encontró —y sigue encontrando— una enorme resistencia entre los grupos sindicales.

    Hoy se tiene mayor claridad sobre los problemas del sistema educativo, pero se necesita que sociedad y estado, siguiendo el ejemplo de Corea, Singapur y Finlandia, tomen la decisión de apostar en serio por la educación. Apostar en serio por la educación significaría movilizar de manera permanente al país entero (a la sociedad) en torno a la educación; acabar con la recurrente invasión de la política —y de los intereses sindicales—sobre las decisiones educativas; crear una política fiscal dirigida explícitamente a aumentar de forma exponencial la inversión educativa; dignificar la profesión docente con salarios altos y ofrecerle medios técnicos para su desarrollo; consolidar en las escuelas una ética de trabajo y de excelencia en la enseñanza; hacer de las escuelas normales verdaderos centros universitarios; impulsar una organización magisterial que apoye la superación académica de los maestros; asegurar una participación activa y constante de los padres de familia en la tarea educativa; desarrollar un estrategia vigorosa de investigación educativa; afirmar en la escuela la cultura de la evaluación; lanzar una política de amplio alcance para fomentar en el país una cultura pedagógica; rediseñar a fondo la arquitectura institucional del sistema educativo para dotarla de unidad y flexibilidad; etc. He aquí, en parte, lo que significa apostar en serio por la educación.

  • Reforma educativa: un balance

    Reforma educativa: un balance

    La idea motriz es la convicción de que la educación no debe estar en bancarrota, que hay que pugnar por levantarla de su postración.

    ¿Qué posibilidades tiene México para remontar su crisis educativa? ¿Qué alcances han tenido los cambios que se aplicaron en educación obligatoria durante este sexenio? ¿Qué dificultades enfrentaron los cambios? ¿Qué se ha logrado? ¿Qué fallas se observan en el sistema educativo? ¿Qué escenarios serían deseables para el próximo sexenio?

    En busca de respuestas a interrogantes como estas, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) ha convocado a la realización del seminario La Reforma Educativa: avances y desafíos. El evento comprenderá siete conferencias que tendrán lugar los días miércoles de cada semana, comenzando el día 13 de septiembre y concluyendo el 25 de octubre. El seminario estará abierto a los medios y, además, será video-grabado y trasmitido directamente al público (se podrá seguir en www.inee.edu.mx).

    Los temas a tratar son: 1) La evaluación docente; 2) Desafíos de la formación de docentes; 3) La escuela al centro y el SATE; 4) La atención educativa a poblaciones desfavorecidas; 5) El nuevo modelo educativo; 6) El INEE dentro de la reforma educativa y 7) Dilemas en la gobernanza del sistema educativo.

    ¿Quiénes serán los conferenciantes? Se ha pedido que sean los funcionarios de la SEP responsables de cada área temática quienes ocien como ponentes y que sus expresiones sean comentadas por dos académicos destacados (uno del INEE y otro independiente). Ponentes y comentaristas debatirán entre ellos y enseguida se ofrecerá la palabra al público —integrado por profesores, directores de escuela, normalistas, académicos universitarios y otros expertos. ¿Qué se busca? El propósito es múltiple.

    Se quiere promover una reflexión colectiva sobre los cambios que ha habido en educación básica y media superior en los últimos cuatro años y medio, hacer una reflexión crítica de la reforma educativa, conocer las realizaciones, los errores, los problemas y los desafíos dentro de cada campo para perfilar hacia el futuro un conjunto de ideas que pueden, sobre un base racional y objetiva, orientar el debate educativo de los próximos meses y años. En el horizonte cercano está la campaña electoral y el cambio de autoridades educativas de 2018.

    Lo que se pretende es ofrecer un material que sea insumo para la discusión pública y para la reflexión de los propios candidatos y de sus equipos técnicos y que también sirva como punto de apoyo para su plataforma y sus programas. Esta es la aspiración. En síntesis: se busca enriquecer con información y conocimientos rigurosos la deliberación pública y conjurar el peligro, siempre latente, de que, tras el cambio gubernamental, se incurra en el conocido error de Sísifo:comenzar todo desde cero y no dar continuidad lógica a las realizaciones precedentes.

    Todos conocemos los términos de la crisis educativa: las pruebas demuestran que en la escuela los aprendizajes que adquieren los alumnos son muy bajos; entendemos también el significado profundo que esto tiene para México, para la economía, para la política y para la realización de la justicia social. Nuestro país no podrá salir del estancamiento en que se encuentra si no mejora su educación. Esta consideración mueve al INEE cuando convoca a este seminario.

    La idea motriz es la convicción de que la educación no debe estar en bancarrota, que hay que pugnar por levantarla de su postración y que para ello hay que reunir los esfuerzos de profesores, padres de familia, ciudadanos y académicos comprometidos con el futuro de México.

  • El sistema se mueve

    El sistema se mueve

    Un logro de la actual reforma educativa es que puso a la educación en el primer plano del debate público. Maestros, investigadores, periodistas y líderes de opinión se volcaron en los últimos cuatro años a discutir los temas educativos, aunque esa discusión, hay que decirlo, no siempre estuvo a la altura de los estándares democráticos. Un factor que exaltó la polémica fue la presencia en el escenario durante 2015 y 2016 de un ruidoso y violento movimiento de oposición a la reforma.

    Todo cambio suscita resistencias, pero en el caso de la reforma educativa el cambio golpeó directamente una antigua estructura de poder y una masa de intereses que medraron durante décadas el sistema educativo, me refiero, por un lado, a los intereses de los dirigentes sindicales y, por el otro, a los intereses de los burócratas de las secretarías de educación locales que, junto a los líderes gremiales, se beneficiaban con la venta de plazas.

    La reforma enfrentó, además, la inercia poderosa de los hábitos arraigados en las escuelas, rompió la rutina, alteró el ritmo del trabajo e impuso nuevas prácticas en el sistema. La paz que se vivía en las escuelas fue rota de manera abrupta y esa sacudida, comprensiblemente, suscitó inquietud, malestar, irritación.

    La paz que se vivía en el sistema educativo era una verdadera paz porfiriana que se prolongó por más de medio siglo. No fue, sin embargo, una paz coronada por el éxito, una paz producto de un sistema que avanzaba y que exhibía en ascenso creciente los indicadores del desarrollo educativo. No, fue una paz guiada por la inercia, arropada por una mala administración, sin mecanismos de control y fiscalización de las escuelas, apoyada por la opacidad del sistema y alimentada por errores políticos recurrentes en la dirección educativa (federal y estatal).

    La reforma entrañó un esfuerzo descomunal. La puesta en práctica del motor principal de la reforma —el servicio profesional docente— fue una tarea complicada y no exenta de errores. Se presentaron muchos problemas: hubo que diseñar nuevos procesos, erigir nuevas instituciones (el INEE y la CNSPD), iniciar las evaluaciones en tiempos perentorios, definir perfiles, precisar procedimientos, concertar a miles de operadores, capacitar a personal a toda velocidad, elaborar materiales, crear sistemas digitales, etc. En suma, fue una tarea monumental.

    Esta tarea de construcción enfrentó la resistencia de muchos docentes que se negaban —y algunos continúan negándose— a aceptar las nuevas reglas del juego sin reparar que, volver al antiguo modelo de gestión de la carrera significa, ni más ni menos, que devolver el control de la profesión magisterial a las fuerzas más funestas de la educación mexicana.

    Otra fuente de dificultad derivó, lógicamente, de la dimensión del universo en el cual se pretendía poner en práctica el servicio profesional docente: un grupo de aproximadamente 1.5 millones de personas. Una prueba de fuego fue la evaluación de desempeño de 2015. Según se puede ver en el reporte del grupo OREALC-UNESCO que supervisó dicha evaluación, hubo muchas quejas de los docentes, quejas asociadas a numerosos errores de implementación.

    De 2014 a la fecha, casi 900 mil docentes se han evaluado.  En este lapso, se extendió la convicción de que todo movimiento en la carrera docente debe basarse en el mérito y no en el arbitrio de un líder sindical o un burócrata. A cuatro años y medio de distancia es fácil advertir algunos efectos positivos: él mérito individual se ha convertido en regla para cualquier movimiento dentro de la profesión, la evaluación motiva al estudio, ha surgido un movimiento creciente de reflexión sobre la práctica docente y sobre los efectos de ésta sobre el aprendizaje; hoy muchos docentes se esfuerzan por racionalizar el trabajo que realizan y por pensar fórmulas que eleven su eficacia.

    Junto a esto, comienzan a cristalizar otras políticas, de suyo benéficas, como las acciones para dotar a las escuelas de mejor infraestructura, la estrategia para disminuir sus cargas administrativas, el esfuerzo para dotarlas de recursos financieros, el nuevo modelo educativo, la política de vigorizar los consejos técnicos escolares, los programas para fortalecer el papel académicos de directores y supervisores, el impulso a los asesores técnico pedagógicos y al servicio de asistencia técnica a la escuela, etc. Todo lo cual informa que, a pesar del gigantismo, el sistema educativo se mueve (martes 8 de agosto 2017).

    Gilberto Guevara Niebla
    Profesor del Colegio de Pedagohttp://campusmilenio.mx/administrator/index.php?option=com_k2&view=item#gía de la UNAM; Consejero del INEE.

  • Las normales rurales

    Las normales rurales

    A lo largo de la historia, las escuelas norma-les rurales (ENR) han generado en su entorno una mitología según la cual ellas tienen una orientación ideológica socialista, popular, crítica, de lucha por la emancipación del pueblo. Pero me pregunto: ¿Tienen las ENR una orientación ideológica distinta a la que postula la Constitución?

    El carácter distintivo de las ENR puede surgir de otra idea, dado que nacieron al calor de la educación socialista y dado que la Federación de Estudiantes Campesinos y Socialistas (1935) fue creada durante el sexenio de Cárdenas, es posible que esas escuelas se identifiquen primeramente con la ideología educativa del contexto de su nacimiento.

    Lo real es que las ENR ofrecen estudios para hijos de campesinos pobres y constituyen una palanca real de movilidad social para las comunidades donde se encuentran. Según escuché decir a un maestro, las ENR ofrecen cinco tipos de estudios: 1) Académico; 2) Productivo, 3) Cultural, 4) Deportivo y 5) Político.

    En abstracto, estas categorías son inobjetables. Pero me vuelvo a preguntar: ¿Las ENR no se sujetan al currículum oficial? Maestros y alumnos confiesan, que en esas escuelas se estudia marxismo, además de los “problemas de la realidad nacional”.  El estudio de estos dos campos se justifica, dicen ellos, porqué las ENR tienen una misión que consiste en “abrir la mente de las personas”.

    Este postulado supone que la mente de las personas está cerrada, lo cual, en muchos aspectos, es cierto. ¿Pero qué revelación pueden alumnos y maestros de las ENR aportar a la inteligencia de las personas? Esta teoría del despertar de la conciencia, creo, responde a la sugerencia que hace un marxismo-leninismo rudimentario en el sentido de que el pueblo, en el capitalismo, vive alienado e inconsciente de la explotación que sufre y que sólo romperá con su alienación cuando la vanguardia revolucionaria lo incite a hacerlo.

    En tal caso surge otra interrogante crucial: ¿Es que las ENR se proponen hacer una revolución? En esa dirección apuntan algunas acusaciones torpes hechas por políticos locales prepotentes que las han acusado de ser “semilleros de guerrilleros”. Los estudiantes de la FECySM niegan categóricamente esta acusación, sin embargo, la propia federación estudiantil dice actuar en la “semiclandestinidad” y en los edificios de algunas ENR (por ejemplo, Ayotzinapa) se encuentra murales glorificando a guerrilleros que fueron maestros como Lucio Cabañas y Genaro Vásquez y al ícono de la violencia guerrillera, Ernesto “Ché” Guevara. Esto, por lo menos, crea confusión.

    Los líderes de la FECySM sostienen que su lucha es para defenderse del afán del gobierno (o los gobiernos) para suprimir las ENR. ¿Es esto cierto? ¿Existe algún plan oficial para consumar eso? No hay ninguna evidencia —en los últimos años, por lo menos que así lo demuestre. Es verdad que hace 50 años, el presidente Díaz Ordaz ordenó la supresión de 16 de estas escuelas, y también es cierto que muchos años después (2003), la escuela Luis Villarreal de El Mexe (Hgo) fue clausurada y substituida por una universidad politécnica, pero decir que existe una política dirigida a desaparecer las ENR es, sinceramente, un falso.

    Cuando se les interroga, ni estudiantes ni maestros de las ENR admiten que se propongan destruir al poder público, lo que es cierto, en cambio, es que la FECySM tiene enfrentamientos frecuentes contra las autoridades locales y federales, enfrentamientos que se suscitan por motivos diversos, algunos muy justificados (sobre todo cuando sufren atropellos de la autoridad local). Lo que es difícil de entender es que casi sin excepción estos enfrentamientos desembocan en hechos de violencia y que se producen, en muchos casos, por iniciativa de los mismos estudiantes. Los líderes de las ENR piensan que su lucha es correcta y sienten —sinceramente— que cargan sobre sus espaldas la responsabilidad inmensa de lograr la justicia social en el país.

  • Escuelas normales: lo que les falta

    Escuelas normales: lo que les falta

    Muchas veces he escuchado esta pregunta: ¿Por qué un maestro normalista no dirige la SEP? En efecto, han sido muy pocos maestros normalistas los que han logrado ocupar la silla de José Vasconcelos —quien, por cierto, no era maestro. Los dos maestros de profesión que han tenido el privilegio de ser secretarios fueron José Ángel Ceniceros (1952-1958) y José Ángel Pescador (1994), aunque ambos completaron su formación con estudios universitarios.

    Hay molestia cuando el magisterio advierte que algunos puestos de dirección educativa —tanto federales como estatales—son ocupados por personas que provienen de fuera del sistema educativo. Esto sucede porque los gobernantes —presidentes o gobernadores—suelen conceder las posiciones directivas de la educación a sus amigos o a sus compañeros de partido, pero siempre siguiendo criterios políticos y no criterios de experiencia académica o educativa.

    Esto ocurre frecuentemente, pero no hay que perder de vista otro motivo que actúa en esas circunstancias: el hecho cierto de que no hay maestros normalistas técnicamente preparados para dirigir la educación nacional. Esta afirmación seguramente indignará a algunos docentes, pero es incuestionable. Los maestros están preparados para enseñar y cumplen muy bien con su trabajo en la escuela, pero casi ninguno ha adquirido las competencias para dirigir la empresa social más grande del país (2 millones de empleados, 25 millones de clientes). Para ser secretario (me refiero, claro, a un buen secretario) se necesita tener, no solo habilidad política, la cual es indispensable, sino también verdadera vocación por la educación, estar empapado en la cultura (o las culturas) de México, conocer en sus pormenores el sistema educativo, dominar en su intimidad la materia educativa, saber la historia de la educación nacional, tener excelentes habilidades para el liderazgo y para la gestión pública, etc., etc.

    Tomar el timón de este barco no es cualquier cosa. Cabe, sin embargo, preguntarse: ¿qué institución de México está formando cuadros técnico-políticos con el conjunto de virtudes que se requieren para tomar el mando de la educación nacional? En mi opinión, ninguna. Deberían ser las escuelas normales, pero ellas fueron pensadas por los políticos del siglo XX para entrenar a maestros de banquillo, pero no para capacitar a las personas que habrían de dirigir la empresa educativa: por añadidura, las normales han vivido durante mucho tiempo tanto abandono y descuido, que algunas se encuentran en franca declinación. Ha faltado en nuestro escenario, una visión mayor, más ambiciosa, más grande, de la escuela normal y han faltado autoridades educativas —federales y estatales— con voluntad para impulsar el crecimiento de estas instituciones.

    Lamentablemente en las escuelas normales se ha instalado el academicismo formal como ideología dominante. ¿Qué es el academicismo formal? Es la visión que propone hacer crecer a las normales a través de la mera creación de posgrados, sin importar muchas veces el contenido y la utilidad práctica que esos posgrados puedan tener. Antes de pensar en posgrados, hay que pensar en funciones. Y las grandes funciones que las escuelas normales no cumplen satisfactoriamente son: 1) Formar cuadros expertos de alto nivel para dirigir la educación; 2) Impulsar la investigación educativa con orientación pragmática y utilitaria (a saber, una investigación que produzca conocimientos que retroalimenten la práctica educativa) y 3) Desarrollar políticas en materia de formación continua para involucrarlas directamente con el quehacer de las escuelas (después del entrenamiento profesional, debe venir la formación continua, tal y como como lo hacen las mejores universidades).

    He aquí, resumido, todo un programa de acción que debería ponerse en práctica lo más pronto posible, aunque sabemos muy bien de la negligencia, de la dispersión, y de los pequeños intereses que, frecuentemente, mueven a las personas que toman las decisiones en este país

  • 1968: Las consecuencias

    1968: Las consecuencias

    El movimiento estudiantil de 1968 fue una explosión política que dejó honda huella en el país, aunque se han estudiado poco sus consecuencias. Es evidente que el movimiento cristalizó en cambios institucionales: la reforma política de 1977, la creación de la Comisión de Derechos Humanos de 1990, etcétera. “Interrogando a la institución —dice Alberoni— se encuentra el mensaje elaborado por el movimiento. Por otra parte, el movimiento es siempre portador de proyecto, es decir, ya contiene en sí mismo, potencialmente, a la institución”.

    Hubo otra consecuencia, menos edificante, del movimiento de 1968. Me refiero al trauma de la masacre de Tlatelolco y cómo fue procesada la experiencia por los estudiantes de aquella época. Las balas del Ejército y la policía no sólo dañaron los cuerpos de los asistentes al mitin del 2 de octubre, también destruyeron las ideas, las actitudes y las expectativas de toda una generación de estudiantes. Tlatelolco hizo volar en pedazos la confianza ingenua que los estudiantes tenían en el orden legal, en la democracia, en las instituciones, en la Revolución Mexicana, y en lugar de esos valores y creencias se creó en ellos, primero, un vacío, después un rencor desesperado, un sentimiento denso de odio y coraje que sólo podía conducir a al delirio y a la locura.

    La corriente estudiantil democrática fue derrotada por la masacre de Tlatelolco; en cambio, la matanza hizo que triunfaran las corrientes revolucionarias, no democráticas. Perdimos quienes creíamos que el pliego petitorio sería eventualmente atendido y resuelto por las autoridades. Ganaron los que pregonaban que México no tenía un régimen democrático y que de nada servía cumplir buscar solución pacífica y política a las demandas estudiantiles. Lo que debía hacerse, decían los revolucionarios, era o bien abandonar la universidad para “ir al pueblo” (maoístas), o bien preparar la revolución armada mediante guerrillas urbanas.

    La brutal matanza de Tlatelolco pareció darles la razón y contribuyó a reafirmar en esos grupos que México vivía un momento “pre-revolucionario”. En ese ambiente de furia e indignación se produjo una deserción masiva de estudiantes que resolvían irse a trabajar al campo o a las colonias urbanas populares, para organizar la lucha revolucionaria popular (después de todo, lo hechos habían  demostrado que los estudiantes eran una fuerza débil y “pequeñoburguesa”) y, por otro lado, surgieron los primeros grupos guerrilleros urbanos. Desde 1970, la guerrilla comenzó a atraer poderosamente el interés de muchos jóvenes: jóvenes inteligentes, sensibles, solidarios, generosos y valientes que decidían, de un momento a otro, dejarlo todo, bienestar, amigos, familia, comodidades para incorporarse a una aventura que podía, eventualmente, arrancarles la vida.

    En todas las universidades se operó un cambio radical en el ambiente estudiantil. Una ola de radicalismo antidemocrático recorrió todos los centros de educación superior del país y las universidades fueron por años escuelas que enseñaban política radical. En 1971 era ya ostensible que la corriente democrática estudiantil había eclipsado. Los llamados “comités de lucha” progresivamente fueron asimilados por las corrientes radicales; 1971, 1972 y 1973 fueron años fatídicos. Los estudiantes revolucionarios —o pro-guerrilla— desataron una campaña violenta de agresión contra los estudiantes democráticos (que eran descalificados con calificativos peyorativos como “tibios”, “reformistas o “aperturos”) campaña que desembocó en acontecimientos trágicos, como el asesinato de un profesor del CCH y la balacera en la Universidad de Sinaloa —mayo 1973—, donde murieron dos estudiantes.

    Es la hora del balance: Habría que preguntarnos seriamente cuál es el precio que México pagó por la consumación| de la masacre de Tlatelolco. Preguntarnos cuánto daño nos hizo y nos sigue haciendo. Las balas del Ejército en Tlatelolco acabaron con un sueño y nos instalaron en una pesadilla. Sepultaron de golpe la fe candorosa de los estudiantes en la ley, la creencia de que se vivía dentro de un orden civilizado, la suposición de que prevalecía la razón, la confianza en que, a la postre, el gobierno cedería y otorgaría, si no todos, algunos de los puntos del pliego petitorio. Pero esas mismas balas inauguraron una cauda salvaje de violencia, irracionalidad, barbarie e ilegalidad que, de alguna manera, sigue presente en el México actual y que constituye el mayor obstáculo para que salgamos del abismo en que nos encontramos.

  • El círculo de la barbarie

    El círculo de la barbarie

    La violencia es una forma de acción que destruye las  relaciones sociales, es, concep-tualmente, la negación de la educación —lo opuesto a racionalidad, inteligencia, humanidad, derechos humanos y moral. No obstante, sorprende advertir que en México algunos alumnos de normales y maestros, recurren frecuentemente a la violencia para obtener determinados fines: la violencia se ha instalado como cultura en algunos grupos del magisterio.

    Siempre he defendido las escuelas normales, tengo muchos amigos normalistas y me consta que entre no pocos de ellos subsiste la idea de que el gobierno (federal o estatal) pretende destruir las escuelas normales. Esta idea ha alimentado durante años una agresiva política “de defensa y resistencia” de los grupos estudiantiles dirigentes de las normales rurales que proponen un continuo activismo violento contra los enemigos del pueblo, que son los mismos que buscan acabar con sus escuelas.

    Las tácticas de lucha de los normalistas rurales son por definición violentas: cierre de carreteras, clausura de edificios públicos, destrucción de vehículos, asalto a camiones con mercancías, etc. La violencia provoca otra violencia, en este caso la policiaca y, cuando ésta irrumpe, los normalistas, siempre agraviados, comprueban en la práctica que, en efecto, el gobierno los agrede y que, una vez más, ellos son las víctimas.

    Una coartada perfecta para los pregoneros del victimismo. El respeto a las leyes que rigen al país, desde luego, no es un valor para muchos de estos futuros maestros y el argumento para pisotear las normas es claro: ¿porqué respetar la ley cuando los demás la violan?

    Este relativismo moral rudimentario —tan difundido en nuestro país—, olvida que ellos son futuros maestros: es decir, las personas que habrán de educar tarde o temprano a los futuros ciudadanos. Lo que cabría en todo caso es preguntar es: ¿Qué país aspiran a construir desde el salón de clases? ¿Se quiere construir una sociedad democrática (basada en leyes) o, por el contrario, se pretende edificar un mundo de anomia y barbarie?

    Esa misma pregunta es válida para muchos maestros de Oaxaca y Chiapas que, año con año, o Guelaguetza a Guelaguetza, hacen ostentación de los recursos menos civilizados para lograr satisfacción a sus demandas (casi siempre ilegales o excesivas) clausurando carreteras, aeropuertos, lanzando bombas molotov a la policía o secuestrando a los funcionarios encargados de realizar la evaluación de docentes.

    El problema se complica cuando del otro lado, del lado del Estado, actúa otra barbarie: las tragedias de Ayotzinapa y Nochixtlán ilustran el extremo demencial al que puede llegar la torpeza y perversión de las policías. Estos eventos son dos llagas dolorosas en el cuerpo de la nación, sin embargo, lo que es discutible es que, a partir del agravio educadores adopten actitudes vengativas y conductas violentas e irracionales que reproducen el circulo de la barbarie.

    La violencia es el opuesto de la educación. Lo que la escuela busca es ayudar a construir una sociedad justa y democrática, lo cual implica un orden basado en el ejercicio libre del voto, en el diálogo inteligente y racional, en comportamientos que respeten los derechos humanos (consagrados en las leyes), en el respeto a las instituciones que la sociedad, a veces con muchos esfuerzos, ha creado.
    Los valores que la escuela promete transmitir (autonomía, tolerancia, honestidad, legalidad, respeto a los derechos humanos, fraternidad, solidaridad, paz, solidaridad, altruismo, etc.) deben formar parte del equipaje intelectual, moral y emocional de los docentes. Ningún docente puede transmitir a sus alumnos una cualidad que no le sea propia. ¿Quién puede enseñar legalidad y tolerancia cuando en la práctica (lanzando bombas molotov a la policía) demuestra que no tiene el menor respeto por esos valores?