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Alarde educativo

Hay palabras que no tienen desperdicio. Alarde es una de ellas: “ostentación y gala que se hace de algo”, indica el diccionario. Alardear es presumir. En Narvarte, a quien lo hace le decimos farolero. El gobierno actual, en materia educativa (aunque no sólo en ella, ni mucho menos), no cesa de recurrir al alarde. Y con un agravante: ostentar o presumir lo que se tiene es de mal gusto, pero exhibir como un logro lo que no existe es simple demagogia. Propaganda.

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Reforma educativa,¿con qué cara?

Lo que expresa el discurso de la reforma educativa, en cuanto a la formación en valores cívicos, lo contradice, de manera contumaz y cotidiana, la acción, palabra y silencio de quienes la proponen e impulsan: el gobierno actual carece de la legitimidad ética e intelectual para sostenerlo. Se solía armar, hace tiempo, que lo que la escuela hace en la mañana, en la tarde la televisión lo desmorona: se procura una formación basada en el conocimiento racional y riguroso, ajeno a dogmas y supersticiones, y en la tele (casi) no falta, digamos, el horóscopo.

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Nuevo Modelo Educativo: del gris al tecnicolor

Un niño, fastidiado, pregunta: “Maestra, ¿y esto para qué sirve?”. Sorprendida, se queda un instante pasmada; luego sonríe y, justo cuando exclama: “¿qué les parece si en lugar de repetir, tratamos de entender”, la imagen pierde el gris y se llena de colores. Asombrados, miran aparecer los rayos típicos de las varitas mágicas o los milagros: llegó el Hada o San Judas Tadeo.

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El reloj educativo del sexenio

Es interesante trasladar el periodo sexenal a una escala de 24 horas: 91 días equivalen a una hora, y 1.52 días a un minuto. Con base en esta conversión, se puede apreciar mejor el ritmo con el que fue conducida la reforma educativa. Arrancaron de prisa: el Presidente envía la iniciativa correspondiente al Congreso a 7 minutos de iniciada su gerencia en Los Pinos. El legislativo aprueba, no discute, la reforma constitucional en el minuto 14.

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Nuestra profesora

Desde la sencillez que no mengua su aplomo, Estela Hernández indicó, en pocas palabras, el rumbo de la transformación educativa que necesitamos con urgencia. Expresó lo que ha sido incapaz, no digamos de enunciar, ni siquiera imaginar, este gobierno: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Vaya claridad y contundencia.

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El ombligo

Hace años aprendí que, en Tzeltal, la traducción literal —en “castilla”— de las preguntas: ¿dónde naciste? o ¿de dónde eres? es magistral: ¿dónde quedó enterrado tu ombligo? La palabra, el modo de hablar nos descubre si sabemos oír. Y la forma de preguntar a otro nos ubica: nadie ha enterrado su propio ombligo.

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La reforma ausente

Se dijo que el paquete de reformas estructurales cambiaría el rumbo de México. Lo movería. La madre de todas, se ha reiterado, es la educativa. Su tropiezo de fondo fue confundir a la evaluación con el afán de control: la primera está orientada a mejorar los procesos de aprendizaje, y el segundo a asegurar la sumisión del magisterio al gobierno, con base en el sometimiento que contradice, por ello, lo que proclama: la docencia como profesión.

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