A propósito del 17 de mayo
- José Luis Blancas
- 26 marzo, 2014
- Opinión
- DÍA MUNDIAL CONTRA LA HOMOFOBIA, EDUCACIÓN SEXUAL
El pasado 21 de marzo de 2014, el poder ejecutivo federal decretó en el Diario Oficial de la Federación el 17 de mayo de cada año como “Día Nacional de la Lucha Contra la Homofobia”. Este día permite recordar que en esa misma fecha, pero de 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Celebro este decreto oficial por muchas razones.
En primer lugar, me alegro que por fin se llame a las cosas por su nombre. En 2010, el 17 de mayo fue decretado por el gobierno calderonista como “Día Nacional de la Tolerancia y el Respeto a las Preferencias”. Siempre he considerado que invisibilizar discursivamente es también un acto de homofobia. Celebrar con eufemismos un día tan relevante social y culturalmente era algo indigno. En segundo lugar, este decreto representa un avance histórico para el país. Mencionar y reconocer sin eufemismos la diversidad de preferencias sexuales de las personas y admitir los problemas de discriminación que estas viven, son acciones congruentes y coherentes con las legislaciones nacionales e internacionales que, en materia de derechos humanos, buscan prevenir y eliminar la discriminación en cualquiera de sus manifestaciones. Tercero, este decreto marca un hito para el gobierno en turno, no solo porque le permite distanciarse de su antecesor, sino porque bien puede comenzar a cimentar el acceso equitativo a la justicia e igualdad social. A su vez, permite colocar a México a la altura de otras naciones que han mostrado avances paradigmáticos en materia de legislación relacionada con la agenda de la diversidad sexual. Finalmente, celebro esta decisión gubernamental porque bien puede concebirse como un logro más de la lucha que desde hace años vienen emprendiendo grupos defensores de la diversidad sexual.
Decretar el 17 de mayo como “Día Nacional de la Lucha Contra la Homofobia” es el primer paso para establecer una serie de acciones de política que permitan erradicar, paulatina y gradualmente, el problema de la homofobia, y de otras formas de discriminación. En materia de política educativa, sin duda, este decreto deriva en profundos y apremiantes retos que parecen estar pendientes. Llamaré ahora la atención sobre algunos de ellos, en el entendido de que éstos no agotan el tema.
1) Hacia esquemas formativos de educación sexual.
La sexualidad es una dimensión constitutiva del ser humano que se expresa a lo largo de toda la vida. La educación básica es una etapa formativa significativa para potenciar el desarrollo de los individuos, por lo que es fundamental ofrecer una educación de calidad que incorpore esquemas de educación en y para la sexualidad. La introducción de una educación sexual como parte del currículum escolar es una estrategia para atender este rasgo humano como expresión de los derechos de niñas, niños y jóvenes.
En nuestro país, desde 1974, la educación sexual forma parte del currículum de educación básica, principalmente en el área de las ciencias naturales. Desde entonces cierto avance se ha logrado: superar un enfoque biologista o reproductor de la sexualidad para pasar también a preparar a los estudiantes para que actúen con responsabilidad. Sin embargo, dados los avances legislativos en materia de diversidad sexual, es necesario que esta educación transite hacia esquemas de formación que también tiendan al reconocimiento, respeto y aceptación de las diversas formas de ejercer y vivir la sexualidad. Esto implicaría un paso adelante para hacer de la escuela un espacio más democrático y plural, para que lo aprendido en ella tenga más sentido para la vida y, sobre todo, para darle espacio, posición, atención y cuidado a una parte significativa de la experiencia humana.
La educación en y para la sexualidad implica ofrecer a niños, niñas y jóvenes que transitan por la educación básica no sólo un conjunto de conocimientos para la prevención de embarazos e infecciones de transmisión sexual, por ejemplo. Implica sobre todo formarlos en valores, sentimientos y actitudes positivas frente al ejercicio pleno de la sexualidad, o en todo caso, de las diversas sexualidades. Concebida así, la educación sexual ha de tener como fin ofrecer información oportuna, auténtica y actualizada sobre aspectos vitales del ejercicio de la sexualidad y, a su vez, brindar las herramientas necesarias para vivir la sexualidad responsable y plenamente.
2) Hacia una educación centrada en valores de convivencia humana
Una de las principales finalidades atribuidas a la escuela es proporcionar a los estudiantes que transitan por ella los recursos necesarios que les permitan vivir de la manera más feliz y humana posible. La educación ofrecida en la escuela debería de contribuir al cumplimiento de este fin. Los procesos y prácticas que se configuran en el espacio escolar deben estar centrados en la promoción de valores de convivencia humana. Este es un paso fundamental para transitar hacia sociedades que respetan y valoran las diferencias. La adquisición de estos valores de convivencia humana conlleva tres componentes.
El primer componente es el cognitivo. La puesta en práctica de valores humanos tiene que ver con el conocimiento sobre “los otros”. En el caso de la diversidad sexual comporta la adquisición de un conjunto de información válida y confiable sobre las diversas formas de ejercer y expresar la sexualidad, que a su vez esté alejada de dogmas o miradas radicales de la vida humana. Esta información comporta, además, el reconocimiento y valor de las diferencias para el desarrollo tanto individual como social.
El segundo componente es el afectivo. Accionar valores humanos está estrechamente relacionado con expresar gustos y preferencias. Con respecto al tema de la diversidad sexual, las prácticas escolares han de permitir, en un marco de respeto, la expresión de los gustos, preferencias, intereses, etc., asociados al pleno ejercicio de la sexualidad. O en todo caso, ha de tender a ayudar a que esta expresión afectiva sea de la forma más humana posible, es decir, que no limite emocionalmente a los individuos.
Finalmente el componente conductual. La adquisición de valores humanos se ha de reflejar y traducir en comportamientos positivos ante la diversidad de prácticas sociales y culturales que la vida cotidiana impone. Es necesario que la educación ofrecida en la escuela ayude a los estudiantes a cambiar actitudes negativas frente a las diferencias, frente a la diversidad. En este sentido será de suma importancia que los implique en cambios actitudinales que les permitan establecer poderosos vínculos de convivencia humana.
3) Hacia una educación más inclusiva que exclusiva
Lograr una sociedad que respete las diferencias y preferencias individuales conlleva que en la escuela se fomenten procesos y prácticas incluyentes y no excluyentes, para con ello contribuir también a la mejorara de la calidad y equidad de la misma. Para avanzar hacia una sociedad más justa, equitativa y democrática es menester de la escuela desarrollar acciones y estrategias inclusivas para con ello no solo garantizar el acceso a la misma, sino también superar las desigualdades y erradicar actitudes negativas hacia las diferencias.
La educación ofrecida en la escuela no sólo ha de buscar que los estudiantes se apropien de los contenidos relevantes culturalmente, sino que también ha de contribuir a que cada uno de ellos desarrolle, en un marco de respeto, su propia identidad. Esto comporta ejercer el derecho a la propia identidad y la obligación de respetar a cada individuo tal y como es. Ejercer este derecho desde la escuela supone poner en acción una serie de atributos y cualidades biopsicosociales que permitan a los estudiantes constituirse como individuos plenos y, a su vez, insertarse como tal en la sociedad.
Desde las prácticas escolares inclusivas se ha de promover que los estudiantes acepten, valoren y reconozcan las diferencias de ellos y entre ellos. Esto conlleva la apreciación del otro como “un sujeto que es capaz de hacerme crecer y del cual puedo aprender”. Una educación inclusiva es base para el desarrollo de una sociedad que acepta la diversidad; es un medio fundamental para lograr nuevas formas de convivencia humana basadas en el respeto y entendimiento mutuo.
En días en los que la educación en México (sus finalidades, estructura, contenidos, atributos, etc.), está en el centro del debate nacional, es valioso y fundamental introducir temas de relevancia social como asuntos que también han de ser cubiertos con ella. No se trata de depositar en la educación formal la solución a todos los males, sino de concebirla como una poderosa herramienta para transformar el mundo en la medida que permita formar individuos capaces de comprenderlo y de respetarlo en su interacción con él. La educación ofrecida en la escuela, en tanto espacio de socialización primaria, es sólo un eslabón hacia el tránsito a sociedades más equitativas, igualitarias y justas. Será necesario también ir tejiendo cambios en otros espacios institucionales de interacción social.
El respeto a la diversidad sexual finalmente ha sido colocado en la agenda política. Será objeto de las instancias correspondientes el establecimiento de líneas de acción claras y puntuales que hagan que lo decretado oficialmente no se convierta en letra muerta. Si como nación queremos avanzar hacia un pleno desarrollo, es urgente que México (y no solo la Ciudad de México y algunas otras entidades) esté a la vanguardia con respecto a la inclusión de la diversidad sexual. Afortunadamente hoy en día ser heterosexual, homosexual, lesbiana, bisexual, transexual, etc., es sinónimo de ser un ciudadano con obligaciones y derechos. Si bien aún queda mucho por hacer en la agenda pública de la diversidad sexual, cada uno, desde nuestro propio campo de acción que nos corresponde, podemos contribuir a que el respeto a la diversidad también sea posible. Lograr esto es un reto de todos y para todos.
El autor es maestro en Ciencias en la Especialidad de Investigaciones Educativas.
@jlblanher