Eduardo-Backhoff

Contar verdades: esencia de las democracias

Recientemente, Mario Palma, ex vicepresidente del INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática), publicó la historia de esta institución en el libro Contar Verdades: la Saga del INEGI. Más allá de lo valioso que resulta cada uno de sus capítulos para entender la historia, naturaleza, programas, métodos y logros de esta institución –encargada de generar información estratégica de los distintos ámbitos de un país–, resulta de especial relevancia el capítulo 11 que describe la vulnerabilidad de este tipo de instituciones técnicas y los intentos de ciertos gobiernos de manipular la información estadística generada con el objetivo de beneficiar su imagen pública con fines políticos.

Escuchando que el presidente siempre tiene “otros datos” cuando se le cuestiona, me propongo resaltar lo que a mi parecer debe ser la esencia de este tipo de instituciones: generar información válida, pertinente y oportuna que sirva para la toma de decisiones gubernamentales y la rendición de cuentas a la sociedad.

Para empezar, es esencial que se aprecie la importancia del INEGI, que aporta información básica al Estado mexicano, sin la cual es imposible que cumpla con sus funciones. Dos grandes ámbitos de esta institución son la geografía y la estadística. Si bien, la cartografía se empezó a desarrollar dos mil años antes de Cristo, con mapas rudimentarios para poder navegar, colonizar y trazar rutas comerciales, es hasta el siglo XV que se desarrollan los primeros mapas modernos y con ellos el descubrimiento de América. Sin embargo, es hasta la Segunda Guerra Mundial que esta disciplina adopta estándares técnicos de alta calidad e incorpora la fotografía aérea y después la fotografía satelital. Por su parte, la estadística inicia desde la antigüedad cuando los pueblos requerían organizarse como sociedad, para lo cual era indispensable conocer, además de su territorio, sus recursos humanos y materiales. Desde épocas muy remotas se tienen registros poblacionales rudimentarios, aunque la estadística moderna se desarrolla a mitad del milenio pasado, convirtiéndose en una herramienta indispensable para la generación de información y tratamiento de datos de las naciones.

Se dice que la información es poder, lo que es esencialmente cierto en el contexto de la política, cuya racionalidad se centra en la sobrevivencia de los partidos y de sus agremiados en puestos claves del gobierno. Por ello, en la historia de cada nación los gobernantes han querido ocultar, controlar y, hasta, distorsionar la información que les incomoda. Así, no es de extrañar que al INEGI se le otorgue su autonomía constitucional hasta 2006, siendo que sus inicios se ubican en 1833, con el Instituto Nacional de Geografía e Historia, y se crea con su nombre actual, por decreto presidencial, en 1983.

El control y manipulación de la información es un fenómeno mundial. Mario Palma describe varios casos, entre los que destacan: 1) el segundo censo poblacional de la Unión Soviética (1937) en el que los resultados no fueron los esperados por Stalin (la población era menor a la que él suponía y las personas seguían con sus prácticas religiosas), declarándolos inválidos y acusando de traidores a los técnicos encargados del estudio, por lo que se les ejecutó; 2) los datos de inflación de Argentina en el gobierno de Kirchner (2006) que le eran desfavorables, por lo que destituyó a los responsables del instituto de estadística y los sustituyó por personas afines al gobierno, quienes redujeron las cifras de inflación con “estadísticas militantes” (por considerarlos falsos, The Economist dejó de publicar temporalmente los datos de inflación de Argentina); 3) la información sobre el grado de desforestación en el Amazonas, generado por el instituto de investigación espacial del país (2019), que le disgustó al presidente Bolsonaro por considerar que era un invento del director de este instituto, razón por la cual lo despidió, 4) el reporte de la Comisión Europea sobre las estadísticas del déficit y la deuda de Grecia (2005-2009), en la que identificó errores deliberados de las cifras y, después, el Parlamento Europeo encontró un fraude estadístico del programa Troika. También se reportan los casos de China, Canadá, Estados Unidos, Puerto Rico y Ruritania, con distintos matices. En el caso de México, se describen las diferencias de las estadísticas de algunos estados con las del INEGI.

El libro cierra con una serie de reflexiones sobre la importancia de la integridad de los datos, llagando a la conclusión de que los villanos son casi siempre las autoridades que, a veces, cuentan con aliados en las instituciones encargadas de generar información. Es decir, es el Estado el transgresor del derecho que tienen los ciudadanos a conocer su realidad con veracidad y oportunidad pues, cuando la información la considera contraria a sus expectativas incurre en el engaño, ya sea ocultando o reservando la información o, bien, manipulándola.

Contar verdades es la misión del INEGI, así como de otros organismos autónomos, como es el caso del CONEVAL (y como lo fue del extinto INEE). La verdad junto con la transparencia son componentes sine qua non de las democracias. Por el contrario, las mentiras y la opacidad son propias de las demagogias y de las dictaduras. El nuevo decreto del presidente de reservar la información de sus obras prioritarias, por considerarlas de seguridad nacional, habla mucho de qué lado se inclina.


Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa A. C.
@EduardoBackhoff 
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