Educación: voz y salida
- José Woldenberg
- 26 diciembre, 2013
- Opinión
- escuelas públicas
Hace más de 40 años Albert O. Hirschman escribió: “En una obra reciente traté de explicar por qué los ferrocarriles nigerianos habían trabajado tan mal frente a la competencia de los camiones… Me quedaba sin explicar la prolongada incapacidad de la administración de los ferrocarriles para corregir algunas de sus insuficiencias más obvias, a pesar de una competencia activa… Propuse la explicación siguiente: la presencia de una alternativa fácil al transporte por ferrocarril vuelve menos probable el ataque a las fallas de los ferrocarriles. Cuando se dispone de transporte en camiones y autobuses, un deterioro del servicio ferrocarrilero no es tan grave… tal deterioro puede soportarse durante largo tiempo sin generar fuertes presiones públicas… En lugar de estimular una actuación mejor u óptima, la presencia de un sustituto fácil y satisfactorio para los servicios ofrecidos por la empresa pública sólo la priva de un precioso mecanismo de información que opera al máximo cuando los clientes están cautivos. Los administradores de la empresa pública, siempre confiados en que la tesorería nacional no los abandonará, pueden ser menos sensibles a la pérdida de ingreso derivada del desplazamiento de los consumidores hacia un sistema competidor que a las protestas de un público enojado que tenga interés vital en el servicio y que al no tener alternativa arma un escándalo”. (Salida, voz y lealtad. FCE, 1970).
El ejemplo era utilizado por Hirschman para ilustrar la posibilidad de que en circunstancias particulares ni la “voz” ni la “salida” fueran instrumentos eficientes para modificar la actuación de los responsables de una empresa, organización o servicio público. Del caso derivaba que “la combinación de la salida y la voz resultaba particularmente negativa para toda la recuperación: la salida no tenía su efecto acostumbrado de llamar la atención porque la pérdida del ingreso no representaba una cuestión de máxima gravedad para la administración; y la voz no funcionaba mientras los más enojados… fuesen los primeros en cambiar los ferrocarriles por los camiones”.
Leí de nuevo esas líneas pensando en la escuela pública mexicana y sus relaciones con las escuelas privadas. Quizá quienes podrían haber alzado la voz durante las largas décadas de deterioro (real o imaginado o artificialmente construido, para el caso es lo mismo) emigraron y fortalecieron a las escuelas privadas. Y esa salida prácticamente no fue tomada en cuenta por los responsables de la educación, porque se convertía en una válvula de escape que les quitaba presión, mientras estaban seguros que el apoyo estatal se encontraba atado (en buena hora).
Resultó que mi analogía no era siquiera ingeniosa. El propio continuaba su argumentación precisamente con las escuelas norteamericanas. Escribió: “Si en lugar de los ferrocarriles y camiones de Nigeria contamos la historia de las escuelas públicas y privadas en algunas partes de los Estados Unidos, obtendremos un resultado similar. Supongamos que… las escuelas públicas se deterioran. En consecuencia, un número cada vez mayor de padres conscientes de la calidad de la educación enviará a sus hijos a escuelas privadas. Esta “salida” puede generar cierto impulso hacia un mejoramiento de la escuela pública; pero aquí también este impulso es mucho menos potente que la pérdida por parte de las escuelas públicas de los miembros-clientes que estarían más motivados y decididos a pelear contra el directorio si no tuviesen la alternativa de las escuelas privadas”.
Recordemos que para el autor multicitado, la salida y la voz eran dos mecanismos idóneos para alertar sobre comportamientos deficientes. Las voces discordantes, las huidas e incluso las amenazas de salida, eran resortes eficientes que estaban al alcance de consumidores -en relación a diferentes productos-, integrantes de organizaciones, incluidos partidos -en relación a sus respectivas direcciones-, votantes -en relación a las opciones partidistas- e incluso ciudadanos en relación a sus respectivos regímenes de gobierno -la posibilidad de expresar su disidencia o migrar-. Pues bien, el propio Hirschman argumentaba contra él mismo, ejemplificando con situaciones en las cuales ambos resortes se anulaban uno al otro. La salida inhibía a la voz y la voz se extinguía precisamente porque existía la posibilidad de salida.
Bueno, es una idea más que eventualmente puede ayudarnos a explicar lo que sucedió con nuestras escuelas públicas. Y además esbozada en vacaciones.