Ni para dónde hacerse, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, anda desatado. Hoy visita una escuela, mañana se reúne con gobernadores, luego un artículo en un periódico de circulación nacional y actos simbólicos a cada momento. ¡Está en lo suyo! Está sembrando, pero en suelo disparejo y con surcos irregulares.
El lunes 7 de marzo presentó su estrategia del Programa de Formación Continua y Desarrollo Profesional Docente, lo hizo en el patio de la Secretaría de Educación Pública. A fe mía que en ese acto contaron más los símbolos que el texto de su mensaje. El secretario Nuño no sólo colocó la tribuna para que las estatuas de Vasconcelos y Torres Bodet lo escoltaran, sino que lo hizo patente en su pieza.
El marco del acto es importante. No es lo mismo reunir gente en un teatro cerrado, aunque sea muy elegante, que en un edificio de alzada histórica y belleza excepcional. Cuando se mandan mensajes desde un escenario bien montado, el efecto en la opinión pública es mayor, aunque la sustancia del discurso pase a segundo plano. Como sucedió con la presentación de dicho programa.
Por ejemplo, los elogios del secretario Nuño, a Juan Díaz de la Torre —presidente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación— encierran señales confusas. Hace apenas tres semanas, aunque no lo haya mencionado por su nombre, era el comandante de la fuerza colonizadora que había que expulsar del gobierno de la educación. El lunes 7 de marzo el secretario lanzó tales aclamaciones al dirigente, al sindicato y a los maestros, que parecían exageraciones.
Pudiera pensarse que las palabras de aliento al magisterio fueron exuberantes, pero renglones abajo —citando a Torres Bodet— marcó la distancia: “…al decirles que les ofrecía pleno y absoluto respeto a la autonomía de este nuevo gran sindicato que se conformaba, y que a su vez también pedía plena autonomía a las decisiones que le tocaba tomar a la autoridad”.
Sin embargo, el abuso de ciertos símbolos, como saludar a todo mundo, alargar las piezas oratorias y perder el foco, resultan contraproducentes a los fines esperados; el primero, convencer de la bondad del nuevo programa y de la Reforma Educativa en general.
Los siete puntos de la estrategia —al secretario le cuadra el siete, pues es el mismo número de puntos que el privilegia para la puesta en práctica de la Reforma Educativa— no son mera palabrería, contienen sustancia, aunque habrá que analizar su práctica, pues no todo será como un traje a la medida, como él lo resaltó.
El secretario hizo críticas severas a los programas de actualización del pasado porque, con base en opiniones de expertos y de organismos internacionales, no son aptos para las demandas del siglo XXI. El secretario destacó las quejas de maestros, en sus visitas las escuelas, como una de las fuentes del programa.
Entresaco los dos puntos que me parecen más importantes de esa estrategia. El primero se refiere al financiamiento. Para comenzar, el programa contará con un presupuesto de más de mil 800 millones de pesos, 900% más que el año pasado.
El secretario planteó el segundo asunto en tono edificante, pero el recado para las escuelas normales parece sombrío. Expresó: “será primordialmente a través de las universidades de mayor calidad en el país, tanto públicas como privadas, que se ofrecerá esta amplia gama de cursos”.
Tal vez el gobierno llegó a la conclusión de que las escuelas normales ya no están a la altura de las demandas actuales, pero no tienen la fuerza ni la legitimidad suficientes para cerrarlas. Quizá, como apuntó Alberto Arnaut, en su conferencia en el Congreso Nacional de Investigación Educativa del año pasado, la estrategia gubernamental será dejarlas morir por inanición. Ya están perdiendo matrícula, sus egresados ya no adquieren una plaza automática, ya no la pueden recibir en herencia y tendrán que competir con egresados de las universidades por cada puesto de trabajo vacante o de nueva creación.
No sé cuáles, pero estoy convencido de que el secretario Nuño va a obtener frutos, aunque el tiempo nada más le alcance para una cosecha.
RETAZOS
De nuevo, el secretario Nuño gastó más de mil palabras en dar la bienvenida y ofrecer reconocimientos. Se retrasó en exceso para ir al grano.
El aplausómetro favoreció a Juan Díaz de la Torre. La mayor parte del auditorio eran cuadros fieles del SNTE.
El gobernador de Oaxaca, Gabino Cué, mostró que no puede leer un texto de corrido. ¡Mal ejemplo!