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Invertir en la infancia: la política más justa y redituable

En México hay gran desigualdad en la disponibilidad de libros y el acceso a la cultura escrita. Sólo una minoría de hogares tiene libros y, para la gran mayoría de los niños mexicanos, la cercanía con ellos y el acceso a una rica variedad de experiencias lectoras es muy limitada. Para compensar esta grave desigualdad e impulsar el desarrollo perdurable de las capacidades lingüísticas de los 4.9 millones de niños de 3 a 5 años que cursan el preescolar, en agosto de 2018 la Secretaría de Educación Pública (SEP) seleccionó 120 títulos (30 para primer grado, 40 para segundo y 50 para tercero) y desarrolló una ingeniosa estrategia de entrega de dos libros distintos a cada niño, uno literario y otro informativo. Los alumnos de una misma clase intercambian los libros para leer tanto los propios como los de los compañeros. Así, al concluir preescolar, cada niño habrá leído al menos 120 títulos e ingresará a primaria con mayor potencial de éxito escolar. A comienzos del ciclo escolar, la SEP distribuyó 10 millones de ejemplares de libros infantiles a las 90 mil escuelas públicas y privadas de preescolar, con una inversión relativamente pequeña, de 44 pesos por alumno y de 221 millones de pesos en total. Hoy, el futuro de esta importante política está en entredicho, porque la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos tiene un déficit presupuestal de 1,900 millones de pesos respecto del año anterior.

Las reformas en educación no producen resultados a corto plazo. Las buenas políticas —como la disponibilidad de libros en preescolar y el acceso temprano a la cultura escrita— han de sostenerse a lo largo del tiempo para que tengan el buen impacto que persiguen. Por ello, regularizar 221 millones de pesos en el presupuesto de la SEP —apenas el 0.07% del total en 2019— para adquirir anualmente estos libros sería un paso importantísimo hacia la sostenibilidad de la política de igualación de oportunidades en el desarrollo lingüístico de los alumnos de preescolar.

Como bien explica Judy Kalman, la sola disponibilidad de libros en las escuelas no es condición suficiente para que los alumnos logren su desarrollo lingüístico; pero, su presencia sí es indispensable, porque genera las condiciones materiales para ese desarrollo. La disponibilidad de libros es una condición necesaria. Sin libros, las maestras no pueden organizar buenas experiencias lectoras que aseguren a los preescolares el acceso a la cultura escrita, con el consecuente incremento de la inequidad que tanto lastima a México. La desigualdad social es el problema más lacerante del país y acabar con ella, acortando las brechas entre quienes más y quienes menos tienen, es el gran reto que necesitamos remontar. No existe una solución simple porque la desigualdad es multifactorial y requiere ser atacada desde múltiples frentes. La educación es uno de esos frentes y, especialmente, la educación de los menores de cinco años. Para acabar con la desigualdad no basta con políticas que apunten a reducir la pobreza de los adultos, en paralelo, es necesario poner en marcha acciones que compensen la vulnerabilidad de la población infantil y que aprovechen las oportunidades educativas que brinda esta edad. Entre más pronto los niños desarrollen capacidades cognitivas, emocionales, sociales y culturales, que sean perdurables en el largo plazo, más fortalezas tendrán para labrarse un futuro más fecundo y promisorio que el de sus padres.

Hoy hay una base sólida de resultados de investigación sobre la intervención educativa a edades tempranas que provienen de diversas disciplinas: pedagogía, psicología, neurociencia e incluso economía. Según James Heckman, premio Nobel de Economía, la educación de calidad en esta etapa tiene grandes beneficios en el largo plazo: mayores ingresos laborales, menores probabilidades de delinquir, mejores tasas de egreso de la educación media e incluso mayores probabilidades de tener casa propia antes de los 40. Demostró que la tasa de retorno de la inversión en programas de alta calidad para la primera infancia es una de la más altas que un gobierno puede hacer —13% en promedio, por niño, por año— y, por eso, cada vez más países le invierten más recursos. Según la OECD, Chile, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Israel, Noruega, Rusia, Eslovenia y Suecia ya le destinan más del 1% de su PIB anual. La neurociencia refuerza que esta etapa brinda una oportunidad única para el desarrollo del lenguaje, las capacidades visuales, auditivas, emocionales y del pensamiento, pues en los primeros años de vida se generan múltiples redes neuronales que afinan la organización cerebral. Jack Shonkoff documentó la importancia de brindar una buena atención a los menores y una rica interacción, tanto entre niños y adultos como entre los propios niños.

En psicología, diversos estudios longitudinales muestran que desde los nueve meses de edad se registran diferencias importantes en el desarrollo cognitivo entre quienes tienen acceso a experiencias ricas en aprendizajes y quienes no las tienen. Estas injustas brechas en el desarrollo cognitivo tienden a mantenerse a lo largo de la vida escolar, más allá de la secundaria, e incluso a ensancharse, a menos que los menores en situación vulnerable reciban atención compensatoria. En particular, asegurar a los niños de 3 a 5 años una educación preescolar de calidad, con acceso a buenos libros, es el mejor antídoto para reducir sustancialmente esas brechas: 94.4% de quienes cursan este nivel educativo con buenas experiencias de aprendizaje logran desarrollar capacidades lingüísticas con efectos perdurables en el tiempo, que impactan favorablemente sus aprendizajes en grados escolares posteriores.

La pedagogía explica en qué consisten esas buenas experiencias de aprendizaje. Recomienda familiarizar a los niños con libros, mediante el contacto libre y permanente con ellos, y su activa participación en prácticas lectoras significativas, como escuchar a un adulto leer en voz alta o “leer” individualmente, dando un sentido personal a las imágenes. En esas experiencias lectoras (y en otras que describe Miryam Nemirovski), los preescolares aprenden a reconocer que las marcas en el papel son letras, que las letras forman palabras y que, a través de ellas —por medio del lenguaje— comunicamos ideas. Todo esto ha de ocurrir sin prisa, en un ambiente de juego y relajación, como parte del disfrute de los libros, del interés que generan las historias y la información contenida en sus páginas, y del gozo por la belleza y la sorpresa que evocan sus imágenes. Los niños aprenden que el lenguaje escrito es importante y valioso en una variedad de circunstancias y también que puede ser debatido y cuestionado. Cuando las educadoras incitan a los niños a hablar sobre lo leído, a imaginar un final distinto para la historia, a hacer analogías, por ejemplo, entre el espacio en el que habita el personaje principal y el paisaje que rodea a la escuela. Cuando promueven que los niños imaginen y reflexionen sobre la lectura y los involucran activamente en el análisis del contenido de los textos aprenden muchas cosas sobre el lenguaje y poco a poco desarrollan sus capacidades lingüísticas y su pensamiento; capacidades que les brindan un presente grato, pero que, al perdurar en el tiempo, les facilitarán otros aprendizajes en grados posteriores. Por ejemplo, comenzarán a hacer inferencias, que son el sustrato de la posterior lectura entre líneas, la cual es un aspecto central de la comprensión lectora y, ésta, a su vez, es un requisito indispensable para el buen desempeño escolar y laboral.

La presencia de libros en preescolar y su lectura familiariza a los menores con la cultura escrita, pero de ninguna manera busca que los niños aprendan prematuramente a decodificar el alfabeto. Este reto lo enfrentarán formalmente en la educación primaria. Países, como Finlandia, que destacan en el desarrollo de las capacidades lingüísticas comienzan a los 7 años la enseñanza formal de la lecto-escritura, pero impulsan la cercanía y el gusto por los libros, desde muy temprana edad, porque reconocen su valor como antecedente indispensable para el buen dominio de la oralidad, la comprensión lectora y la escritura.

Con todas estas evidencias, llama la atención que la iniciativa de reforma del Artículo Tercero del presidente López Obrador eliminara el derecho a la educación inicial. Afortunadamente, el dictamen presentado el 27 de marzo pasado reconoce la obligación del Estado de impartir y garantizar la educación inicial, y agrega un artículo transitorio —el décimo segundo— para que el Ejecutivo Federal defina —en un plazo no mayor a 180 días— una “Estrategia nacional de atención a la primera infancia” y determine su gradualidad. Esperemos que dicha estrategia contribuya a mejorar la atención a los pequeños, de 0 a 5 años. Reiteradamente, el presidente ha dicho que combatir la desigualdad es el principal propósito de su gestión. Por ello, genuinamente aspiro a que su gobierno valore la importancia de invertir en la buena educación preescolar y comprenda la importancia de hacer sostenible, en el tiempo, la dotación de libros a las escuelas. Invertir en libros no es un gasto innecesario, un lujo dispensable,es la mejor inversión y una condición necesaria para asegurar la equidad.

Elisa Bonilla Rius
Profesora visitante en la Universidad de Harvard en Estados Unidos.

Texto publicado originalmente en el Blog “Distancia por tiempos” de Nexos

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