En contraste con la teoría contractual de la legitimidad, que tiene origen en las tesis de Rousseau, en su célebre Sociología de la dominación, Max Weber apuntó que la fuente de la legitimidad de un gobierno es la credibilidad que las masas tengan en él y en sus mandatarios. Si la gente deja de creerles se erosiona su autoridad.
La legitimidad del Estado democrático —racional burocrático— descansa en el respeto al Estado de derecho, en el hacer de las instituciones y no tanto en el carisma de un mandatario. Los líderes carismáticos —populistas les dicen unos— subvierten las reglas de la democracia, aunque hayan obtenido el poder por medio de la urnas.
Cierto, estos adalides populares adquieren preeminencia política porque los gobiernos anteriores fueron ineficaces o corruptos o ambas cosas. Sin embargo, por lo general, los regímenes que se basan en líderes carismáticos, dada la centralización del mando, tienden a ser incompetentes.
Hay dos formas principales de obtener credibilidad, una de corto plazo, en la plaza pública; la otra, perdurable, que se obtiene con la educación.
La plaza pública es voluble. Por muy buena que sea la estrategia de comunicación de un gobierno o de un gobernante, si las ofertas de campaña no se acoplan con la entrega de resultados, la credibilidad se desgasta, más cuando hay eventos (en el sentido original de eventualidad) que ponen a prueba la capacidad del grupo en el poder.
La formación de ciudadanos con carácter y atributos personales (como pensamiento crítico, iniciativa, prudencia), ofrece credibilidad a un régimen, a las instituciones, no a un líder. Educar a esas personas es una tarea dificultosa; demanda diseño, convicción, conceptos, teorías y textos. Pero, más que nada, de maestros convencidos y entregados a la causa democrática.
Parece que en buena parte del mundo los sistemas escolares han fallado en la formación de esos ciudadanos, por todas partes brotan líderes que usan medios democráticos para alcanzar el poder y luego actúan como autócratas. Lo hacen en la plaza pública, ya por los medios tradicionales, como prensa, radio y televisión, ya por las redes sociales, con el uso de tecnologías de información y comunicación.
Cuando los líderes carismáticos que desprecian a las instituciones tienen éxito se debe a la ausencia de una ciudadanía crítica, pensante. No obstante, cuando emerge una crisis, digamos de inseguridad o provocada por el coronavirus, y el gobierno no actúa con aptitud, la plaza pública le da la espalda, su credibilidad se deteriora. Llega entonces la crisis de legitimidad.
Su desenlace es impredecible, pero en aquellas sociedades donde la escuela y sus actores hicieron su labor (aunque sea en pequeña escala) y se constituyó una masa de ciudadanos cabales; las naciones sobreviven. De la crisis de legitimidad emerge un orden nuevo.
En cambio, donde no existe esa masa o es anulada por el poder, la crisis puede ser de larga duración.
¿En qué etapa estamos?