¿Pantallas o no pantallas? Esa NO es la pregunta

Papás y maestros de todo el mundo lucubran sobre qué tanto los niños y jóvenes deben estar pegados a la pantallas. Los niños y jóvenes de hoy pasan frente a las pantallas hasta 11 horas al día y muchas veces en modo multitasking. Más tiempo frente a pantallas y más multitasking, son dos nuevos hábitos del siglo XXI cuya evidencia sostiene que reduce el aprendizaje profundo y el bienestar físico y mental. Además, el multitasking disminuye la productividad en los adultos.

Sin embargo, la marcha digital es imparable. Existe un rosario de publicaciones en contra del uso ilimitado de las pantallas y una lista, menos abundante, a favor. Casi todos los que están en contra concluyen que la era de la “digitalización”, o como otros la denominan, la era de la “distracción” provoca que seamos más superficiales, más aislados, menos críticos, menos creativos, más adictos, menos lectores, y menos deportistas.  Otros concluyen que la era de las pantallas o digital no solo ha aumentado la inteligencia de la humanidad en la mayoría de los países, sino que la seguirá aumentando, en la medida que la digitalización y la tasa a la que los cerebros de los niños recibirán nueva información y nuevos productos crezcan.

No es lo mismo vivir en un mundo donde los cambios tecnológicos tardaban milenos o siglos, a uno donde esos cambios ocurren varias veces en un año. La digitalización es una navaja de dos filos: por un lado, podría aumentar la misma arquitectura de las conexiones neuronales en el cerebro y, quizá, la inteligencia misma, y, por el otro, hacernos más superficiales y menos inteligentes.

¿Cómo, una misma tecnología nos puede hacer más y menos inteligentes? En semanas recientes se han publicado varios artículos en la prensa que resaltan los efectos negativos del uso de los teléfonos inteligentes, entre ellos, el que señala que “El contacto humano es un lujo”. En contraste otro columnista también del New York Times, nos dice que “No me importa: Amo mi teléfono”.

En Sillicon Valley crece el rumor de que ejecutivos y creadores de la era digital les han prohibido el uso de pantallas como teléfonos y tabletas a sus hijos pequeños. Hay quienes sostienen que la nueva tecnología digital en forma de pantalla secuestra nuestras mentes y nos hace adictos. La digitalización y el uso masivo de datos también ha llegado a nuestra vida diaria a través de las empresas de auto-servicio digitales y físicas. Sin que lo sepamos, cada vez que compramos un producto dejamos un registro, que buscamos algo en internet, que utilizamos tarjetas de crédito, de débito o de lealtad dejamos una huella para siempre que es utilizada por las empresas para personalizar la publicidad a través de las pantallas y los cupones.

La Academia Americana de Pediatría y el Organización Mundial de la Salud, recomiendan No usar o usar moderadamente, pero nunca en modo “solo”, las pantallas para infantes entre 0 a cinco años. Por otro lado, el Colegio Real de Pediatría del Reino Unido, con una postura menos estricta deja la decisión a los padres de familia en función de cada hijo y qué tanto el estar con las pantallas elimina el sueño, aumenta la conducta sedentaria y el consumo de comida chatarra o reduce la interacción humana.

Con todo, la marcha es imparable y, nos guste o no, los niños del sigo XXI viven, desde que nacen, en un ambiente digital aunque no precisamente de aprendizaje, porque como me dijo la directora de una escuela finlandesa hace pocos días, “cuando llegan aquí a esta preparatoria, a pesar de que usan el teléfono todo el día, son iletrados digitales”.

A todo ello hay que sumar la inundación de publicidad de empresas tecnológicas y digitales, con sus nuevos artilugios y aplicaciones, que resaltan, en sus campañas, los beneficios “maravillosos y apetitosos” de sus productos.

¿Cómo podemos padres de familia, maestros, educadores y autoridades reconciliar esta batalla entre más y menos pantalla? Afortunadamente, existen puntos de encuentro.

Primero, uno debe escuchar más las voces de autores neutrales que las de quienes nos tratan de vender un producto, ya sea un artilugio, una aplicación o un método de aprendizaje. ¿Por qué? Por conflicto de interés. Los que tratan de vender un producto siempre lo presentarán como una maravilla; es parte de su misión.

Segundo, buscar la recomendación de la comunidad académica o de las organizaciones profesionales como las de pediatría, o internacionales como la Organización Mundial de la Salud, o los informes con base científica de instituciones como la OCDE o el Banco Mundial, siempre mediadas con el ojo crítico y neutral de pensadores académicos.

Tercero, reconocer que no podemos detener o negar la marcha tecnológica, y que todavía no sabemos el efecto que la digitalización a ultranza y las realidades virtuales y aumentadas ocasionarán en la arquitectura neuronal de los niños. Lo que sí sabemos, con certeza, es que la digitalización no debe sustituir a la interacción humana (los bebés y niños aprenden más con interacción humana directa que con programas digitales), ni a la actividad y juego físicos, ni a las horas de sueño, ni a los hábitos de comida, ni a la fascinación con la naturaleza.

La digitalización y las pantallas son un gran complemento no un sustituto. La respuesta no es No a las pantallas, sino cómo y con qué supervisión y conocimiento se deben usar.

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