La Nueva Escuela Mexicana redimensionada (Segunda Parte)

Sergio Martínez Dunstan

En la primera parte de esta colaboración pretendí fundamentar lo que en mi parecer es el redimensionamiento de la Nueva Escuela Mexicana (NEM) desde la Nueva Ley General de Educación (NLGE). Como si no hubieran sido suficientes las ideas plasmadas en la reforma al artículo tercero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Quizá porque la perspectiva desde donde se veía, como una obligación del Estado Mexicano, parecía alejado del quehacer cotidiano de las autoridades y los colectivos docentes. Una vez definido con mayor precisión el papel de los maestros, directores y supervisores escolares en la Nueva Escuela Mexicana es propicio reflexionar su labor como agentes fundamentales del proceso educativo y coadyuvantes para la transformación social según la Nueva Reforma Educativa.

La NEM se convierte de facto en el instrumento de política pública muy valioso. Representa el eslabón entre el sistema y el aula. En la NEM descansa en buena medida la mejora. Mejorar significa, según la Real Academia Española, medra, adelantamiento o aumento de algo. Proviene del verbo mejorar que a su vez se concibe como adelantar, acrecentar algo, haciéndolo pasar a un estado mejor. El tránsito de un estado inicial a otro de mayor desarrollo o evolución. Mejorar la sociedad es conducirla hacia un estadio superior de evolución. Mejorar la educación implica conocer el estado actual para conducirla hacia otro más elevado. Mejorar los espacios educativos es hacerlos funcionales para los propósitos educativos. Mejorar la enseñanza implica maestros competentes didácticamente para el logro de los propósitos curriculares. Y para la NLGE, mejorar el aprendizaje tiende hacia la búsqueda del desarrollo humano integral. En un texto que escribí hace algún tiempo titulado “7 Propuestas para la Ley General del Sistema Nacional de Mejora Continua de la Educación” (http://bit.ly/2LzbGck) había aludido a la importancia de definir conceptual y operacionalmente la mejora educativa y sus indicadores de resultados así como fundamentar la necesidad de mejora, la propuesta de acción, su implementación y valoración. A qué le llamamos mejorar y cómo se medirá.

En el apartado antecedente a éste, resalté tres dimensiones de la mejora: macro, meso y micro. Una primera dimensión socio-sistémica llamada mejora continua de la educación. Una segunda dimensión intermedia situada en la escuela y nombrada mejora escolar. Una tercera dimensión ubicada en el plano áulico conocida como mejora del aprendizaje o excelencia relacionada también con la mejora de la práctica docente a fin de que ésta se oriente hacia al mejoramiento permanente de los procesos formativos que propicien el máximo logro de aprendizaje de los educandos. También había apuntado al respecto en un artículo titulado “Planeación y evaluación de la mejora continua. Conectar la escuela con el sistema educativo” (http://bit.ly/2H9Shfe).

Y es aquí donde existe un resquicio para que los diseñadores y ejecutores de las políticas públicas, los responsables de la política educativa, se delineen. Que trasladen la responsabilidad hacia la escuela y en particular, al maestro. Formar a un nuevo mexicano requiere muchas cosas entre otras la definición curricular. Aunque se han planteado algunas ideas que revelan hacia donde se orientarán los planes y programas de estudio su planteamiento y enfoque pedagógico, el anunciado modelo educativo, se implementará gradualmente a partir del ciclo escolar 2021- 2022 con la expectativa de generalizarlo al siguiente.

Por lo tanto, es previsible la imposibilidad de valorar el cumplimiento y efectividad de la política educativa al término del sexenio gubernamental por la sencilla razón de la ausencia de referentes de comparación. Me parece que se está sobrerregulando el trabajo docente. Me cuesta trabajo imaginarme, a estas alturas del ciclo escolar, la construcción de la Nueva Escuela Mexicana con más normas y menos pedagogía. Establecer la mejora del proceso de enseñanza aprendizaje así como el plan y los programas de estudio como precepto constitucional, es un exceso. Encuadrar el contenido curricular y sujetar el trabajo de los maestros a una determinada metodología didáctica, aunque fuese ésta de vanguardia, coacciona la innovación, mata la creatividad. Limita la libertad de cátedra. Se obliga al maestro acatar las orientaciones que bien pudieran recomendarse en el modelo educativo. Se prescribe en lugar de sugerirse. Se busca industrializar el arte de enseñar. Es en serio, no en serie, el noble acto de educar. Parafraseando al filósofo: Bríndenle al maestro la Nueva Escuela Mexicana, y un punto de apoyo, y transformará la realidad social.

Carpe diem quam minimun credula postero

 

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