Autobiografía de un maestro de historia

Luis Omar Montoya Arias

Donde no hay narrativa, no hay historia (White, 1992, 44). La narrativa como contenido es narratividad. La narrativa es una modalidad de representación verbal que habla de sociedades. Las historias históricas se distinguen por su contenido y por su forma. La narrativa es un meta código. La política es objeto de estudio de la historia. La fecha da coherencia al acontecimiento. Hablemos de prácticas interpretativas y de políticas de interpretación (White, 1992, 75). Es importante considerar a la narrativa como problema de la historia académica. La objetividad y la subjetividad, son criterios lingüísticos (White, 1992, 19).

La literatura es un instrumento idóneo para representar el pasado (White, 2010, 13). Narrar es ofrecer un relato del pasado, admitiendo que el narrador es el creador del relato. Narrativizar es entender que el relato se encuentra en los hechos mismos. Pensemos en la historiografía como narración y en la historiografía como representación. Escritura es el modo narrativo de la representación historiográfica. La narrativa es un modo representacional. La historia contada es alegoría (White, 2010, 60).

No cualquier secuencia de eventos es historia, hay que atender hechos y trama. Construir un relato no es lo mismo que compilar una crónica (White, 2010, 62). La narración contada es la forma del mensaje, frente a sus contenidos. La historiografía también es arte literario y se ocupa de la composición narrativa. El modo discursivo incluye procesos históricos (White, 2010, 58). Los hechos tienen una función descriptiva y una función narrativa. La narratividad tiene que ver con la temporalidad. Existe historia contada, historia vivida, historia anecdótica e historia relato (White, 2010, 60). La escritura es central en la historia, como disciplina y como ciencia. Quien no escribe, puede aspirar a distintas etiquetas, menos a la de historiador. El oficio de historiar conlleva la escritura como actividad cotidiana.  

Memoria

Mi primera experiencia como docente ocurrió a los 17 años, siendo estudiante de sexto semestre de preparatoria en el CECyTEG, plantel Irapuato. Desde mis primeros días como estudiante del bachillerato tecnológico en electrónica, me destaqué como integrante del juvenil equipo que cada año concursaba en el área histórico-social. El semillero era liderado por la Mtra. Hortensia Granados Avilés, quien al paso de los años se convirtió en flamante líder sindical magisterial.

La profesora Hortensia me pidió que cubriera su clase durante dos sesiones, casi para finalizar el sexto semestre, y por ende, la preparatoria. Le di clase a mis compañeros de generación. Fue extraño, pero gratificante. Sin duda, la maestra Hortensia confiaba plenamente en mí. La maestra Granados Avilés, es normalista formada en la Ciudad de México. La profesora daba, en realidad, pocas sesiones al semestre, pero cuando se comprometía, era admirable, envolvente, punzante, reflexiva, combativa. Gracias a ella conocí los libros de Josefina Zoraida Vázquez, profesora-investigadora del Colegio de México, centro de investigación CONACYT.  

Durante numerosas noches de los tres años del bachillerato, me preparé con los libros de Josefina Zoraida Vázquez que, por cierto, eran grandes y bellamente ilustrados. Gané el concurso estatal del área histórico-social, cuando cursaba el quinto semestre, en León, Guanajuato. El director estatal del campo social dentro del CECyTEG, era un licenciado en filosofía, egresado de la UNAM, Martín Méndez Vázquez, extraordinario ser humano, igual que el maestro, Luis Manilla Velásquez. 

El profesor Manilla me dio clase de historia durante los tres años de mis estudios secundarios en la Técnica 32 de Irapuato, Guanajuato, México. Era un maestro poco expresivo, pero decente y con vocación magisterial. Compartía perspectivas oficiales de la historia, pero no menos importantes que las versiones que en la Universidad de Guanajuato, descubrí al lado de Javier Ayala Calderón. 

Luis Manilla Velásquez estudió en una de las normales de Hidalgo, llegó a Irapuato en la década de 1980 y formó generaciones de alumnos en la técnica 32. Como maestro, tenía una gran virtud: confiaba en el alumno. Siempre me impulsó a participar en concursos de oratoria y declamación. Debo decir que este tipo de artes, nunca fueron mi fuerte. Es curioso que en el 2019, trabajando como docente en El Colegio Magno de Salamanca, entonces de inspiración legionaria, guíe en su triunfo, a un estudiante de preparatoria llamado Enrique. ¡Gran emoción!

Aprendí de José Luis Castillo, director de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG). En marzo del 2002, Castillo nos preparó, a dos compañeras de la Facultad de Filosofía y Letras, y a un servidor, con el objetivo de participar en el magno evento que tuvo lugar en el Teatro Principal de la ciudad de Guanajuato, el 19 de aquel mes y año. Con este se Inauguró la Semana Cultural, la XLIV Feria del Libro, los 270 años de la máxima casa de estudios, que en sus inicios fue jesuita; y los 50 años de las Escuelas de Artes Plásticas y Músicas, de las Facultades de Filosofía y Letras, de Química, de la Orquesta Sinfónica y los inicios del Teatro Universitario. Fue una celebración en todo lo alto. Genaro Ángel Martell Ávila, filósofo, entonces Secretario Académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UG, mi alma mater, me eligió para declamar reflexiones de Cicerón y Herodoto. Castillo y Martell, músico de conservatorio y filósofo con pasado seminarista, fueron mis maestros; ayudaron tanto en mi formación académica, como espiritual. 

El maestro Manilla y la maestra Hortensia, ambos normalistas, me formaron en historia patria, y debo decir, lo hicieron generosamente y con éxito. Los primeros maestros que me transmitieron la historia como materia escolar, fueron normalistas. Ellos confiaron en mí, apoyaron mis talentos, me impulsaron: educaron con el ejemplo. Profesores éticos, rectos, serios, estrictos, talentosos y muy disciplinados. Cuando comencé a dar clases con 17 años edad, sin duda, ellos se erigieron como mis primeros modelos de docencia. Observé, aprendí y apliqué. ¡Imitación!

En sentido estrictamente pedagógico, mi primera maestra de historia fue Concepción Cano, mi abuelita materna. Nací en el seno de un matriarcado en donde ella era la jefa máxima. Originaria de Pénjamo, hija de españoles hacendados, supo transmitirme su pasión por la historia. Es posible que ella usara la historia familiar para entretener a los nietos, sin pretensiones educativas. Cano y Arias, dos familias penjamenses ligadas a la historia: testigos presenciales de la Independencia de México, de la Guerra Cristera y de la revolución institucionalizada. Los Arias son herederos de Miguel Hidalgo, la familia Cano de Pancho Narciso, guerrillero del XX. 

En la Universidad de Guanajuato también conocí a Luis Fernando Macías García, doctor en filosofía y psicoanálisis, por la Universidad Católica de Lovaina, centro de estudios de habla francesa, ubicado en Bélgica. Aunque su fundación es anterior al surgimiento de los jesuitas, su historia es vinculante a la orden de Francisco. El Dr. Luis Fernando fue mi tutor durante los casi seis años que duró mi licenciatura en historia en la UG, además de mi maestro de epistemología en la Facultad de Economía. Brillante y gran ser humano. Siempre me trato con exquisitez y elegancia. Macías García, al igual que Martell Ávila, son filósofos estudiados en colegios, seminarios y universidades católicas. Ambos fueron mis maestros.  

Los años como estudiante de licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Guanajuato (2001-2006) fueron cruciales en mi formación profesional y en mi desarrollo personal. Recuerdo al maestro de Taller de estudios literarios, fumando marihuana en al patio del ex convento, el día de la bienvenida a nuestra generación. La Facultad de Filosofía y Letras de la UG, ahora departamento, se encuentra en un ex convento católico, a espaldas del templo de Valenciana, en la ciudad de Guanajuato. Acontecimientos como el descrito, pueden enjuiciarse desde la moralidad. A mí me formaron. Este tipo de eventos te ponen de lleno, frente al relativismo cultural. Ciertamente los valores son universales, pero cómo los practica cada individuo, depende de su familia, de su cultura, de sus viajes literarios y de sus aventuras corpóreas. Cultivas la tolerancia. Lo vivido es importante cada vez que trabajo como maestro, al interior del salón de clases. 

Enfrentarte con la crudeza del mundo, te vuelve más sabio, más tolerante y más inclusivo. Evitas juzgar y te concentras en entender. ¿Por qué Miguel Ángel, estudiante del rancho fresero, en el cual trabajé como docente de telesecundaria estatal, es violento con su entorno, con las personas y consigo mismo?, ¿qué implicaciones negativas tienen en su formación, en su carácter y en su comportamiento, el consumo de drogas en el que, desde hace años, incurre su padre y sus tíos? Aquel día del 2001 que vi a mi maestro de literatura fumando marihuana en la universidad, comencé a entender la presencia de las drogas en nuestra sociedad. Sabes que las personas se narcotizan, pero mirarlo, es fuerte. Aquello me brindó herramientas. Hoy como maestro de secundaria, insto a mis estudiantes a que eviten consumir drogas, que es mejor llevar una vida sana. En Guanajuato, siendo estudiante de licenciatura, vi a compañeros perderse en el mundo de las drogas, muchos no terminaron sus carreras y otros murieron. ¿Cómo incorporas, positivamente, esas vivencias a tu práctica docente? Esa es la cuestión. 

El maestro valenciano era fanático de Julio Cortázar, al grado de tenerle un altar en la sierra de Santa Rosa; su cabello largo y su barba, evocaban al escritor argentino, autor de Rayuela, uno de los grandes clásicos de la literatura hispanoamericana. El día que el maestro, en pleno desarrollo de una de las sesiones, me hizo tirarme al piso, para luego patearme y ordenarme que maullara como gato, entendí que el consumo de drogas era algo cotidiano en su existencia. Las drogas destruyen, es malo consumirlas. Eso transmito a mis estudiantes. El ejemplo educa, arrolla.  

Además de la crudeza descrita, el maestro emulador de Cortázar, también me permitió conocer la obra de Roland Barthes y Algirdas Greimas, semiólogo y lingüística francés, respectivamente. La lectura de estos teóricos, fue importante durante mis estudios de doctorado en historia, en el CIESAS, en el año 2010. Un maestro te forma dentro y fuera del aula, no siempre con buenos ejemplos. ¿Qué maestro elijo ser dentro del salón de clases?, ¿cómo me construyo cada día como docente?, ¿cuánto de mi comportamiento fuera del aula, impacta a mis alumnos?

Guanajuato también fuer importante porque compartí aulas y fiestas con compañeros magníficos. Recuerdo a Julio, estudiante de 55 años, periodista, alcohólico, buen conversador, en extremo leído, culto, sabio y divorciado con hijos. Su papá murió en una borrachera, ahogado por su propio vómito, según recuerdo. Me gustaba acudir a sus reuniones, no por el alcohol, sino por las pláticas. Se aprendía mucho. Eso también es formativo. Ir a la universidad conlleva las clases con los maestros en la facultad, las fiestas y las reuniones estudiantiles; la ciudad misma en donde vives por cinco años. Guanajuato capital es cosmopolita, globalista y globalizada, culta, letrada y bella en su arquitectura. Guanajuato me regaló el Festival Internacional Cervantino, el día del estudiante y las tamboreadas de civil.   

Gracias a Mariano, Gabino, Gustavo, Julio César, Iván, Enrique, Ricardo, Sergio y Cruz, conocí la música de Pink Floyd, Los Fabulosos Cadillacs, Lila Downs, Los Leones de la Sierra de Xichú y de Joaquín Sabina. Hoy, 20 años después de lo vivido, amo la música de Sabina. Hay conocimientos que se transmiten entre pares. Claro. Es un fenómeno antiguo en la educación. Que apenas los modelos educativos globales se estén dando cuenta de ello, es otra cosa. Vas a la universidad, no sólo por el conocimiento enciclopédico del maestro, sino por las experiencias de vida, por los compañeros, por los viajes y por los amores. Es una educación integral. Son clases intensivas sobre la vida. Por eso, cada vez que me es posible, invito a mis estudiantes de secundaria a que se comprometan consigo mismos y con sus estudios. La universidad los espera. El conocimiento es inagotable, inabarcable, enigmático, emocionante y espiritual, sin lugar a dudas. 

Debo decir que durante los 5 años y medio que duraron mis estudios de licenciatura en la Universidad de Guanajuato, dicté un taller de historia en la casa de la cultura de Irapuato, los viernes a las 5 de la tarde, como parte de mis actividades para cumplir con el servicio social universitario. Ahí tuve de alumno a Víctor Manuel Zanella Huerta, ahora legislador por el Partido Acción Nacional (PAN). En aquellos años, las licenciaturas que ofertaba la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, eran de las más largas de México: llevabas tres semestres de tronco común y un año de investigación. Ingresé en agosto del 2001 y me titulé el 5 de diciembre del 2006, en una ceremonia a la que acudió mi familia.  

Como nota al margen, durante el primer semestre de la licenciatura, compartí casa en el callejón del Erizo en Valenciana, con Sergio Arzola, Oscar Chapula y Carlos Ramírez Vuelvas, hoy Secretario de Cultura de Colima. Con Carlos y Oscar, probé, la cerveza en un bar de Alonso, en una tarde jueves. Gracias a Carlos llegué a Retórica y poética de Helena Beristáin. Ricardo Romero Pérez-Grovas, compañero de carrera y de casa, escribió el prólogo de mi más reciente libro. Así se teje la vida.

Elva de la Parra y Elías Guzmán, fueron mis maestros de didáctica y enseñanza de la historia en la licenciatura. Ambos normalistas y docentes en la ENSOG. 

Las masas asumen que estudiar historia es aprenderte y recitar efemérides, vistas por la historia oficial. La licenciatura en historia es profesionalizante, poco tiene que ver con las ideas generalizadas sobre esta disciplina burguesa. La filosofía, la historia y la literatura, desde la antigüedad, son campos del conocimiento asociados a las élites intelectuales. La historia se estudia por vocación, no por mercantilismo. 

El historiador recibe clases de archivística, de museografía y de paleografía. Su formación incluye herramientas teóricas y viajes de campo, lo que en antropología se denomina, etnografía. Ver a un historiador como un ente que declama, apelando a la memorización, hechos inmóviles, fechas y personajes, es reduccionista e infantil. El historiador es un intelectual capaz de problematizar sobre diferentes tópicos, echando mano de la Contrahistoria, de la historia social, de la historia política, de la historia cultural, de la historia de las mentalidades, de la psicohistoria, de la historia de las religiones y de la semántica histórica o historia de los conceptos. 

El historiador utiliza herramientas metodológicas en su quehacer profesional. Idea de la historia, es un libro escrito por George Collingwood, filósofo inglés, que atiende problemas centrales de la ciencia de Herodoto. Que usted tenga una idea sobre la historia, construida desde sus prejuicios, no significa que sea atinada ni correcta. 

Fueron muchos los viajes de campo que hice con el profesor Carlos Trejo Juárez y con compañeros estudiantes, a zonas arqueológicas mayas en el sur de México y en Centroamérica. Visitamos, recorrimos e hicimos trabajo etnográfico en museos de la Ciudad de México, Yucatán, Campeche, Chiapas, Oaxaca y Quintana Roo, a lo largo de cinco años. Durante el mismo tiempo, y como fenómeno académico paralelo, participé como ponente y como delegado, en una docena de encuentros regionales y nacionales de estudiantes de historia, siendo estudiante de la licenciatura en la Universidad de Guanajuato. Estas experiencias me formaron. 

Cuando un profesor de historia enseña dentro del aula, están consigo todas sus experiencias, todos los viajes, todos los libros leídos y los problemas solucionados. Desde luego, la pedagogía (la reflexión sobre los procesos educativos) y la didáctica (las formas, las estrategias, las maneras en las cuales transmites el conocimiento) son importantes e ineludibles en el trabajo del maestro, pero la sustancia, el conocimiento, el bagaje intelectual, también juega su papel. Debe existir un equilibrio entre ambos universos. Es importante cómo voy a enseñar, pero también hay que ocuparnos del qué voy a enseñar. Situándonos desde la historia, el maestro sujeto del estudio, puede ser grandioso transmitiendo conocimiento, pero si la información proviene de libros de texto maniqueos que enseñan al niño a odiar a personajes de la historia (pienso en Porfirio Díaz), no se abona al pensamiento crítico ni a la enseñanza en valores. Promover el rencor histórico, no debería formar parte del currículo escolar. Hoy que la educación se ocupa de lo integral y del respeto a los derechos humanos, reciclar versiones de la historia patria es un contrasentido. La enseñanza de la historia en secundaria, debe profesionalizarse. 

La historia debe ser una materia ponderada, en todos los niveles educativos, a la par de las matemáticas y la filosofía. No se nos enseña a utilizar la historia. De saberla aplicar, nuestras decisiones durante las votaciones, por ejemplo, serían menos emocionales y más objetivas. Desde luego, la estigmatización que sufre la historia es provocada, meditada y ejercida por las élites. Al sistema económico global, no le conviene que los ciudadanos sepan utilizar la historia, porque cuestionarían las decisiones políticas. Nos han hecho creer que las ciencias sociales y las humanidades, no sirven. La verdad es que el uso crítico y pragmático de las mismas, pone en riesgo la estabilidad del sistema político. Si pensamos en las grandes revoluciones, nos percataremos que comenzaron en la difusión de ideas progresistas; en la filosofía, en la historia, en las letras, en las humanidades.

Dios, por cierto, no es una persona que vendrá a salvarte ni hará las cosas por ti. Dios es una energía que habita dentro de ti. Si quieres despertarla y mantenerla en constante flujo, necesitas trabajarla a través de la meditación, la lectura y los actos bondadosos. En el catolicismo existen los ejercicios espirituales ignacianos de los Jesuitas. No es lo mismo retiro que ejercicio espiritual. Dios se hace presente en tu vida, trabajando, siendo humilde y generoso. Dios se manifiesta en el amor, entendido éste, en sus profundidades y complejidades. Acercarse a Dios desde una mirada paternalista, habla más de la cultura política de quien lo hace, que del sentido espiritual del concepto. Jesús de Galilea es un mediador, un personaje histórico, un filósofo y un revolucionario (no en el sentido vulgar de las izquierdas latinoamericanas). Hablar de Dios y de Cristo como sinónimos, es un error teológico. A Dios se le busca y se le encuentra en el interior, en el corazón. Hay que leer filosofía, teología, literatura e historia; es en estas disciplinas donde podrán desarrollar una estructura de pensamiento. El Cristianismo es una forma de humanismo. Esta también es una discusión de la historia científica, por ejemplo. 

Todas las revoluciones comienzan en las ciencias sociales. El sistema educativo evita a la historia y a la filosofía porque estas disciplinas politizan a la gente. Un ciudadano politizado cuestiona y exige. Muchas carreras que hoy están en boga como negocios internacionales, comercio internacional y relaciones internacionales, son, en origen y esencia, historia. La historia es la madre y origen de muchas de las carreras que hoy se venden como innovadoras. En términos económicos, resulta más eficiente contratar un historiador, porque hace el trabajo de cinco. Un historiador recibió formación en latín y griego, en ordenación y catalogación de archivos. Un historiador pertenece a la élite intelectual, desde tiempos de Herodoto.

Mi idea de la historia no está en la memorización de datos y fechas, ni en la reproducción de visiones maniqueas. La historia no se trata de buenos y malos, sino de procesos sociales. En la historia oficial siempre estamos buscando la maldad y la bondad, situándonos desde el estudio del personaje. La historia no se agota en visiones estereotipadas y moralizadoras. La historia está en todas partes, sólo hay que aprender a reconocerla. Ésta debe hacer ciudadanos críticos. Si se nos enseñara a utilizar la historia, nuestras sociedades aspirarían a la equidad.  

Luego de años de trabajar como docente frente a grupo en primero de secundaria, dictando la materia de historia, he llegado a la conclusión de que los estudiantes tienen una visión cinematográfica de la historia. Es la suástica o esvástica asociada con el Nacional-Socialismo de Hitler, el símbolo que más usan para definir a la historia. Los alumnos se acercan a la historia desde el cine. Agregaría que los estudiantes asocian a la historia con la violencia. ¿Y la historia la enseñamos desde los fenómenos culturales y restamos importancia a las batallas, y a las guerras? 

Ni la historia ni los maestros deberían enseñar a odiar a Porfirio Díaz ni a santificar a Benito Juárez. El positivismo debe permanecer en la búsqueda de fuentes, no en su tratamiento. La historia debe hacer ciudadanos pensantes. La historia es dinámica, está en los nombres de las calles y en el papel-moneda; en las playeras de los equipos de fútbol, en la goma de mascar y en el color de los ojos. ¿Cuál es la relación del peinado de Cristiano Ronaldo con los nazis alemanes y Adolf Hitler?

Quiero que mis estudiantes aprendan a utilizar la historia. No se debe memorizar sin atender los contextos. Dejemos de acercarnos a la historia desde una lógica matemática y comencemos a abordarla desde el pensamiento social. Si el conocimiento no se aplica en la cotidianeidad, es intrascendente y obsoleto.

La visión que comparto ha estado anidada en la historia científica desde la década de 1960. La Nueva Escuela Mexicana retoma, en realidad, la visión científica de las ciencias sociales, y la incorpora en la enseñanza de todas las materias. Se aspira a la humanización del conocimiento. Nos concentramos en cómo enseñamos y olvidamos qué enseñamos. La historia debe ser transmitida por los historiadores. 

Me titulé de la licenciatura en historia, el 5 de diciembre del 2006. Mi alma mater es la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. A finales de enero del 2007, luego de una crisis existencial que me provocó lumbalgia, comencé a trabajar como docente frente a grupo en dos colegios católicos y en la preparatoria oficial de Irapuato, adscrita a la Universidad de Guanajuato. Di clases de historia, español, economía y taller de lectura, en El Colegio Juan Duns Escoto (franciscano), en el Colegio Marcelino Champagnat (marista) y en la EPI-UG. La experiencia duró un año. Entendí que con licenciatura aspiraba a muy poco. Debía seguir estudiando. 

Así fue. En enero del 2008, estaba de regreso en Culiacán, en la Universidad Autónoma de Sinaloa. En el 2005, siendo estudiante de licenciatura en la UG, obtuve una beca ANUIES que me permitió realizar una estancia de investigación de seis meses, en la Facultad de Historia de la UAS, bajo la asesoría del Dr. Samuel Octavio Ojeda Gastelum. Gracias al Dr. Ojeda, regresé a la UAS, obtuve una beca del CONACYT, realicé y concluí mis estudios de maestría en historia. Mi tesis de licenciatura abordó la cuestión de los narcocorridos y la de maestría el asunto de las bandas de viento. Comencé a volverme referente en los estudios sociales sobre las músicas populares en América Latina. En el 2009, hice una estancia de investigación, becado por CONACYT, en la Universidad del Rosario, Colombia. 

Faltando seis meses para concluir la maestría, recibí invitación para cursar el doctorado en historia, primera generación, en el CIESAS Unidad Peninsular. Todo salió bien. En agosto del 2010 estaba instalado en Mérida, Yucatán. Inicié el doctorado en el 2010 y lo concluí en noviembre del 2014. Mi tesis fue un estudio histórico sobre la música norteña mexicana en Colombia, Bolivia y Chile. El esfuerzo fue grande y los resultados importantes. Mi producción académica me hizo referente en los estudios de la música norteña mexicana. El impacto de mi investigación es tan importante que académicos norteños como Luis Díaz Santana, José Juan Olvera Gudiño, Ramiro Godina Valerio y Sergio Navarrete Pellicer, retomaron mis planteamientos, mis categorías de análisis y las metodologías empleadas por un servidor. En el 2013, el INAH, a través de su fonoteca, liderada por Benjamín Muratalla, editó el número 59 de su colección, Testimonio Musical de México. Música de acordeón y bajo sexto. La música norteña mexicana, se convirtió en un referente historiográfico. Fue una investigación etnomusicológica que revolucionó los estudios de la música norteña mexicana, en México y en Estados Unidos. 

Entre la maestría y el doctorado, di un par de clases en Colombia, un curso en la Universidad del Rosario (Bogotá) y otro en la Universidad de Caldas (Manizales). Dicté conferencias y cumplí con estancias de investigación en Estados Unidos, Bolivia y Colombia. Viajé mucho, investigué demasiado, conocí personas, rodé el mundo y crecí intelectualmente. Diferentes experiencias me nutrieron profesionalmente. Aprendí de mis maestros, todos, científicos formados en universidades y centros de investigación de competencia internacional. Estaba listo para regresar a las aulas como docente frente a grupo. Esto ocurrió en enero del 2015. Mi retorno fue como profesor de historia en nivel preparatoria, en Irapuato. 

De agosto del 2015 a julio del 2017, cumplí con una estancia posdoctoral-CONACYT, en la maestría y doctorado en artes de la Universidad de Guanajuato, perteneciente a la División de Arquitectura, Arte y Diseño, en la capital del Estado. Debo decir que durante los dos años que duró el posdoctorado, mi tutor académico se dedicó a mermarme, a bloquearme y a perjudicarme, abiertamente. Con dificultades pude dar dos cursos en maestría, dirigir una tesis de posgrado y producir un programa radiofónico en la frecuencia universitaria, al cual llamé: Diálogos con las músicas populares mexicanas. Una de las mafias académicas que gobierna a la Universidad de Guanajuato, sacó del aire el programa y me cerró las puertas. 

Entre agosto del 2017 y junio del 2020, he sido profesor en la Universidad Pedagógica Nacional, en la Universidad Incarnate Word, en la Universidad Iberoamericana-León, en el Instituto Kipling de Irapuato, en el CECyTEG-Irapuato, en el Colegio Magno de Salamanca y en el sistema estatal-gubernamental de telesecundaria. La estabilidad laboral es muy difícil de conseguir en el contexto educativo mexicano. Está lleno de mafias, podredumbre y corrupción. Más allá de eso, que desde luego es desagradable y frustrante, he sumado importantes, destacadas y valiosas experiencias profesionales como docente frente a grupo. 

Recién incursiono en el mundo de la educación atemporal, a través de la Universidad Virtual del Estado de Guanajuato (UVEG). Hasta hace unos meses, esta institución de educación superior, se encontraba en Irapuato, pero por caprichos de Miguel Márquez, ex gobernador panista de Guanajuato, fue trasladada a Purísima del Rincón, pegado a San Francisco del Rincón y León de los Aldama. Purísima del Rincón es un municipio improductivo, en todos los sentidos. Sabemos que en política, los berrinches mandan y las venganzas dominan las decisiones de los políticos, por cierto, cada vez menos preparados, intelectual y espiritualmente. 

Siempre estudié en instituciones públicas. Tuve maestros normalistas y las perspectivas pedagógicas religiosas católicas, me marcaron. A lo largo de mi vida he tenido a importantes maestros jesuitas: Luis Fernando Macías García, José de Jesús Gómez Fregoso y Ricardo Lapuente Aguilar. En Guanajuato capital, siendo estudiante de licenciatura, José Aguirre “Padre pollo”, sacerdote jesuita, fue una guía y un apoyo importante. La propia Universidad de Guanajuato, en sus inicios, fue jesuita. Las experiencias como maestro en la IBERO y en la UII, recintos jesuitas, también me formaron e hicieron que mis lazos con el mundo ignaciano, se fortalecieran. Mi visión, mis reflexiones y mi práctica educativa, son muy jesuitas. 

Las maestras y los maestros normalistas, han sido importantes en mi formación. Recuerdo a María de Jesús Navarro Vásquez y a Luis Manilla Velásquez, mi maestra de español y mi maestro de historia, durante los tres años de secundaria. Académicamente, me enseñaron todo. Siempre fueron ejemplos, guías, referencias. En el bachillerato tuve a la maestra Hortensia Granados Avilés, normalista. Excelente docente de historia. En la Universidad de Guanajuato, recibí clase de Elva de la Parra, mi maestra de didáctica de la historia. También normalista y docente de la ENOI. Reconozco el valor y la importancia de los normalistas en mi educación.

Todas las experiencias y referencias descritas con anterioridad, me nutrieron profesional y personalmente. Han sido un modelo dentro del salón de clases. Todos esos maestros que enumeré, son inspiración que enmarca mi práctica docente. 

Ser maestro de historia en secundaria te obliga a trabajar desde la creatividad y la innovación. Los estudiantes son niños que tienen como premisa el juego. No puedes dar clase como si estuvieras en un aula universitaria; tus estrategias deben ser otras. Aquí es donde radica el valor máximo de la experiencia de ser docente de historia en secundaria: se adquieren más tablas, se mejora en la práctica y el maestro se complejiza en el uso de herramientas didácticas. No hay mejor curso de actualización y capacitación que el campo, que la práctica, que la experiencia.  

Estudié mi doctorado en historia en el CIESAS, Unidad Peninsular. Centro de investigación especializado en antropología social y lingüística. La mía, fue la primera generación del doctorado en historia. Jorge Amós Martínez Ayala y Jesús Jáuregui Jiménez, dos referentes de los estudios socio musicales en México, se formaron en el CIESAS. Ricardo Pérez Montfort es investigador en el CIESAS, igual que Sergio Navarrete Pellicer y José Juan Olvera Gudiño. Todos especialistas en estudios sociales de la música. Es interesante que muchos de los académicos que generan conocimiento sobre el arte de Euterpe, tengan que ver con la historia y con el CIESAS. Aunque no es una institución mediática como El Colegio de México, el CIESAS es un centro de investigación de vanguardia y de competencia mundial. Se ubica entre los espacios académicos latinoamericanos más importantes en la generación de productos de investigación que narrativizan a los mundos del arte. 

Cierre

La historia hace hablar al cuerpo que calla (De Certeau, 1995, 16). La escritura se integra por un sujeto que sabe leer y por un objeto que se supone escrito. El hacer historia tiene que ver con el poder político. Historia es la explicación del pasado. Hay que distinguir entre el aparato explicativo y el material explicado. La historia conmuta a la ciencia y a su objeto: la explicación que se dice y la realidad que pase. Relación entre la operación científica y la realidad analizada. La actualidad es el comienzo (De Certeau, 1995, 25)

La historia remite a una práctica. Es un discurso cerrado (De Certeau, 1995, 35). Lo real como conocido, materia abordada por el historiador. Lo pensado y lo vivido. La sucesión lineal es un cuadro vacío. La historia es relato. La historia no cesa de encontrar al presente en su objeto y al pasado en sus prácticas. La historia es humana porque su práctica reintroduce en el sujeto de la ciencia lo que ya había distinguido como su objeto (De Certeau, 1995, 52)

La historia es humana porque su práctica reintroduce en el sujeto de la ciencia lo que ya había distinguido como su objeto (De Certeau, 1995, 52). Lo no histórico es indispensable a lo histórico. La historia es un texto que organiza unidades de sentido. La historiografía constituye un relato o un discurso que cuenta el trabajo del pasado. Aun las ciencias exactas se ven obligadas a exhumar su relación con la historia (De Certeau, 1995, 60).

La escritura es una escenografía literaria en la que se hace y se cuenta una historia. Mediante la narratividad, la historia proporciona representaciones. La historiografía se sirve de la muerte para enunciar el presente (De Certeau, 1995, 118). En el texto, el pasado ocupa el lugar del rey. Existe pues, una conversión escriturística. La escritura constituye una tumba para el muerto que se teje desde el lenguaje. Ésta cumple una función simbolizadora. La escritura plantea un itinerario narrativo y una relación entre acontecimiento y hecho. La estructura del discurso produce un tipo de lector (De Certeau, 1995, 112).

La historia habla de la sociedad y de la muerte (De Certeau, 1995, 82). Se define por una relación del lenguaje con el cuerpo social. La historia está mediatizada por la técnica [paleografía y archivística] (De Certeau, 1995, 81). Lo que la historia dice de las sociedades. La historia expresa la posición de una generación en relación con sus precedentes. Las sociedades se narran a través de la historia. La historia establece inteligibilidad epistemológica. La historia como ficción y la historia como reflexión epistemológica (De Certeau, 1995, 60). Construir la verdad de lo que ha pasado. Escritura, escenificación literaria y representación. La historia convertida en texto del tiempo presente. 

La escritura historiadora o historiografía, es una práctica social. Hablamos del cuadro ficticio del tiempo pasado (De Certeau, 1995, 103). ¿Qué es lo que crea el historiador cuando se convierte en escritor?, ¿qué cree el historiador cuando hace historia? El discurso se establece como un saber del otro. El relato es heurístico. “La historiografía es un relato que funciona como discurso organizado por el lugar de los interlocutores y fundado sobre el lugar que se da el autor respecto a sus lectores. El lugar donde se produce es el que autoriza al texto, y esto es revelado antes que por ningún otro signo, por el recurso a la cronología. Ésta hace posible la división en períodos” (De Certeau, 1995, 105).

Mientras que la investigación es interminable, el texto debe tener un fin. Las técnicas de la novela o el cine, han suavizado la rigidez del orden cronológico. La investigación histórica va del presente al pasado (De Certeau, 1995, 105). La historiografía conduce al tiempo. Trabaja en unir el presente. Operación escriturística: el lugar de producción del texto se cambia en lugar producido por el texto. La cronología de la obra histórica es un segmento limitado, por ambos lados. Posibilidad de historización. Que el relato descienda hasta el presente, es el objetivo. Propósito globalizante (De Certeau, 1995, 108).

La semantización refiere a la edificación de un sistema de sentidos. El relato da lugar a un trabajo (De Certeau, 1995, 108). El discurso histórico pretende dar un contenido verdadero que depende de la verificalidad, pero bajo la forma de narración. La verificabilidad de los enunciados se sustituye por verosimilitud. El discurso necesita de la autoridad para sostenerse. Entonces aparece la lógica. Se plantea como historiográfico el discurso que comprende a su otro. “La estructura desdoblada del discurso funciona como una máquina que obtiene de la cita, un verosimilitud para el relato y una convalidación del saber. Produce la confiabilidad. Dicha estructura implica un funcionamiento epistemológico y literario, de los textos estratificados” (De Certeau, 1995, 110).

Fuentes consultadas

De Certeau, Michel, La escritura de la historia, México, IBERO, 1995.

White, Hayden, El contenido de la forma, Barcelona, Paidós, 1992.

White, Hayden, Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica, Buenos Aires, Prometeo, 2010.

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México

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