Estimada Rosa: Esta es una respuesta amigable a la pregunta que haces en el blog de Excélsior al comentar mi pieza del domingo 3. Al parecer repruebas mi postura de que sería una tragedia que, al finalizar este sexenio, se cancele la Reforma Educativa. Sin embargo, pusiste en positivo tu crítica: expresas: “¿por qué no en uno de tus artículos detallas los principales logros de la Reforma Educativa (administrativa) que tú tanto defiendes, no los que se van a ver en 20 años, como dijo Nuño, sino los del presente”
No obstante que en un artículo es difícil hacer un resumen integral, acepto el reto, trataré de condensar lo que veo de bueno en la Reforma Educativa. En otros artículos expuse mis críticas y desacuerdos con la acción del gobierno de Enrique Peña Nieto con respecto a esta reforma, en especial las negociaciones en la Secretaría de Gobernación con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y la conexión corporativa con la corriente institucional del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Contacto que ratifica José Antonio Meade.
Primero, me agrada que ya no haya venta ni herencia de plazas magisteriales, uno de los mayores vicios del corporativismo sindical. Cierto, no se ha erradicado por completo, subsiste en algunas secciones estatales, pero son pocas y no están bajo el control de la Secretaría de Educación Pública, sino de gobiernos locales.
Segundo, aunque está lejos de la perfección, el Servicio Profesional Docente impuso orden en un mundo caótico donde había maestros (líderes del sindicato o allegados y parientes de burócratas) que tenían dos, tres o más plazas. La limpieza todavía no concluye, los chapuceros siempre encuentran formas de evadir responsabilidades. Los militantes de la CNTE son expertos en la defensa de privilegios, como lo observamos en estos días.
Tercero, con todo y que el SPD acentúa atributos del Estado evaluador, antepone el mérito a las relaciones clientelares y al compadrazgo que caracterizan al sindicalismo corporativo mexicano. No se ha terminado, pero las cifras son alentadoras.
Cuarto, ¡qué bueno que alrededor de 60 mil muertos ya no cobren su quincena! Cosa que hicieron hasta la segunda de septiembre de 2013. Cuando el Inegi publicó los datos del Censo nacional de maestros, alumnos y escuelas de educación básica y especial. Lo mismo que alrededor de 40 mil retirados que cobraban como trabajadores en activo; hoy recaudan su pensión.
Quinto, me da gusto que ese censo haya dado paso al Sistema Nacional de Información y Gestión Educativa. Es un aparato de información impresionante que no cumple todavía con su misión a cabalidad por la acción de la CNTE y la omisión de gobiernos locales.
Sexto, me complace que alrededor de 40 mil aviadores y otros tantos comisionados al sindicato y dependencias de los estados ya no cobren de la nómina educativa.
Séptimo, es grato constatar que miles de alumnos, maestros y padres de familia se hayan beneficiado del programa de Escuelas al 100. En charlas con directoras de varios planteles, me confirman lo que dice el gobierno: las comunidades escolares deciden cómo y en qué invertir los fondos, no la burocracia.
Octavo, no que sea una maravilla, pero el Modelo Educativo para la Educación Obligatoria ofrece un programa con muchos activos que, como señalan los conductores de la SEP y el Presidente mismo, no puede fructificar en el plazo corto. Me cuadran el enfoque humanista y las referencias a educadores que acentúan el aprendizaje, los valores, las emociones, el arte y la cultura. Eso implica la formación —y actualización— de docentes de nueva catadura. Es un itinerario de cambios que demandan continuidad —y ajustes, cierto— en la política educativa.
Estimada Rosa, si quieres relacionar esos cambios institucionales (no nada más laborales y administrativos) y en el planteamiento pedagógico contra un modelo ideal perfecto, la reforma tiene adeudos que nunca pagará. Pero si la comparas con el mundo en que vivíamos hace menos de seis años, no es poco lo hecho, con todo y sus defectos. Aquí cuentan las incongruencias de actores políticos que abonaron a su construcción y hoy —por así convenir a sus intereses— reniegan de lo que hicieron y hasta les gustaría que sus nombres se borraran de las minutas que muestran sus votos y discursos grandilocuentes en su favor.
Ratifico mi punto por convicción, no porque lo haya dicho el secretario de Educación Pública, Otto Granados: sería una tragedia cancelar la Reforma Educativa.