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CONACYT, becas, UAM

Lo que escribo hoy me atañe, pues afecta al programa de Doctorado en Ciencias Sociales, de mi Casa abierta al tiempo. En éste dedico la mayor concentración de mi docencia de posgrado, tengo estudiantes bajo mi tutoría e imparto un seminario a la generación que ingresó en enero de este año. Cuando les llegó la noticia de que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología dijo no a su postulación a una beca, cundió el pánico, una computadora rechazó su solicitud. Ellos dependen de la beca como medio de supervivencia.

El gobierno del presidente Luis Echeverría fundó el Conacyt en 1971, en la etapa desarrollista y del nacionalismo revolucionario. Por ello se cimentó sobre la premisa de que para fortalecer el desarrollo de México era fundamental promover el desarrollo de la ciencia y la tecnología.

La vertiente desarrollista se notó hasta en el nombre de los programas y dependencias del Conacyt. No se hablaba de científicos o estudiantes, todos eran “recursos humanos”. Y la institución ha sido consecuente con los principios iniciales. Hoy tiene muchas variantes, pero la principal sigue siendo la formación de científicos de alto nivel. Para ello se instituyeron programas de becas.

Lustros más tarde, el proceso de racionalización burocrática empujó al establecimiento de criterios de “excelencia” de los posgrados nacionales —que crecían como hongos— y las becas se ligaron a un Programa Nacional de Posgrados de Calidad. La idea de competencia —lo digo con convicción— no era descabellada, por más que acarreaba efectos perversos en muchas áreas. Siempre hay que cuidar los otros recursos, los no humanos, el dinero. En consecuencia, se formó un artilugio de evaluación y acreditación. Las becas, pues, se destinan para estudiantes de posgrados solventes, bajo criterios de evaluación de pares.

Entrar o permanecer en el padrón del PNPC resultó crucial. Me consta que preparar la documentación para la evaluación, más aún durante las visitas de los pares, genera inquietud y hasta ansiedad en los colegas responsables de conducir el proceso. Ingresar, permanecer o ascender en la jerarquía era —es— motivo de satisfacción institucional. Los posgrados tenían un incentivo poderoso para aplicarse a cumplir con los criterios: había cierta garantía de que los estudiantes de esos programas obtendrán una beca.

No obstante, los dineros no alcanzan, menos aún en tiempos de recortes. Cierto, el programa de becas del Conacyt creció en 385 millones de pesos de 2016 a 2017, pero hay 120 nuevos posgrados en el PNPC. Para lidiar con ello, el Consejo decidió asignar este año el mismo número de becas que en el periodo enero-junio de 2016. Pero en la Universidad Autónoma Metropolitana, tenemos posgrados de ingreso bienal.

Ante la amenaza de perder la beca, los estudiantes se organizaron, protestaron, criticaron al gobierno, al Conacyt y a las autoridades de la UAM. Su movilización tuvo consecuencias —positivas espero— pues el Conacyt escuchó.

El primer logro de los estudiantes de posgrado de las cinco unidades de la UAM fue enganchar a los dirigentes universitarios a que se pusieran de su lado e hicieran gestiones. Algo tardío, pero el jueves hubo una reunión del rector general y los rectores de las cinco unidades con directivos del Conacyt. Se sembró un viso de solución, pero no definitiva. El Colegio Académico publicó ayer un desplegado en apoyo a los estudiantes.

No conozco el acuerdo al que llegaron la UAM y el Conacyt, pero entiendo que hoy el balón está en la cancha de la Universidad. Las autoridades y los coordinadores de los posgrados tendrán que platicar y ponerse de acuerdo, aplicarse, pues. El trimestre avanza a velocidad rauda. Los estudiantes requieren de certidumbre de que obtendrán la beca para realizar su tarea.

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