—Si cambia la educación, cambia el mundo.
Anónimo
Debo confesar que durante mis años como docente, casi siempre he tenido ese sentimiento, esa sensación, esa fobia: el temor a quedar “obsoleto” en términos de conocimientos y habilidades frente a mis estudiantes. Y ese miedo fue más grande aún con la contingencia sanitaria por la que todavía atravesamos.
Cuando se dio a conocer la noticia de que el receso escolar de Semana Santa en 2020 se extendería dos semanas más, viví un período de total incertidumbre, misma que se quedó en mí durante los 40 días siguientes al final de las vacaciones.
Recuerdo que, al principio, tenía cierta aversión a usar Zoom, pero la necesidad de aprender y de estar en comunicación con mis estudiantes fue más fuerte porque, ¿qué es un profesor sin sus alumnos?
Durante el mes de abril me dediqué todos los días a aprender a manejar herramientas para trabajar a distancia. No importaba el nombre de la aplicación, no importaba el nombre del tutorial en YouTube, el Blog, la página Web, el vídeo en Facebook. Lo que importaba era conocer más herramientas para trabajar a distancia, tener la mayor cantidad de información sobre cultura digital y pensar cómo implementar esa información en la educación rural.
Mientras yo veía que algunos compañeros docentes compartían fotos de tareas de cuaderno, yo prefería usar los formularios de Google. Entre tantos cursos y tutoriales que busqué, me enfrenté siempre con el mismo problema: casi todos estaban centrados en enseñar cómo trabajar en línea con internet de velocidad estándar, pero muy pocos cursos tomaban en cuenta al profesor, al estudiante con acceso limitado a internet. Fue así que conocí infinidad de herramientas como Google Classroom, Canva, Moodle, EDX, Coursera, entre otros.
Las necesidades de las comunidades rurales son diferentes a las de las urbanas y semiurbanas, porque necesitan de herramientas que funcionen con poco internet o, inclusive, sin conexión a Wi-Fi; y eso es algo que hasta la fecha sigo explorando, filtrando, trabajando, para así compartirles a mis estudiantes este tipo de herramientas.
Parte del trabajo extraoficial del docente de bachillerato rural radica en hacer llegar a las comunidades rurales recursos que son más fáciles de conseguir en las ciudades y municipios urbanos, como internet de alta velocidad, librerías, material didáctico, etc. Las escuelas rurales —no es secreto para nadie— carecen de infraestructura: hay ausencia de aulas, baños, bancas, ya no digamos de canchas deportivas, auditorios…
Pese a todas las limitantes que podamos imaginar, mi búsqueda por mantener la escuela abierta a la distancia, y a través de la tecnología, continuó ganando fuerza.
Fue así como algunos estudiantes lograron notas destacadas al responder las actividades en Google Forms. Mis herramientas habían alcanzado a algunos, pero otros —por las razones que expliqué anteriormente— ni siquiera respondieron los mensajes. Al finalizar el semestre, era evidente que no todos querían seguir en la escuela a distancia. Inclusive, algunos padres de familia consideraban que la escuela a distancia no era “real” porque era algo intangible.
Durante mi experiencia en contextos rurales me di cuenta que había padres y madres de familia que tenían aversión, fobia, miedo a usar el teléfono celular para comunicarse. Observé que el cambio generacional ya estaba sucediendo y las familias estaban perdiendo el control de qué hacían sus hijos adolescentes con el teléfono celular.
Por fortuna, yo había dado un paso previo, porque en el mes de febrero del 2020 ya había realizado, con ayuda de mis compañeros, un taller de manejo del celular para los padres de familia. Fue corto pero satisfactorio: vi cómo los padres de familia hacían una llamada telefónica por WhatsApp, enviaban mensajes a un familiar residente de otro estado, vi cómo buscaban tutoriales en YouTube sobre agronomía, veterinaria, y otros temas de su interés.
Mi intención era cerrar la brecha generacional. La vida de los padres de familia en el campo está siempre relacionada con algo que se puede ver, que se puede palpar con las manos, que se puede sentir, cosa que no sucede en el mundo digital, por lo que el cambio tecnológico para ellos y ellas fue enorme.
Durante el breve semestre de septiembre a diciembre de 2020, implementé ‒y también mis compañeros‒ actividades mediante cuadernillos de trabajo, fotos de cuaderno, Formularios de Google, vídeos; todo a través de Facebook, Messenger y WhatsApp. La cantidad de alumnos de nuevo ingreso disminuyó, pero la calidad del trabajo y compromiso de los nuevos estudiantes fueron el motor y eje para crear herramientas y usar instrumentos para fortalecer el pequeño y frágil hilo de comunicación entre docente y estudiante.
A inicios del 2021, abrí un canal de YouTube para comenzar a compartir contenido de lo que necesitan no sólo mis estudiantes sino cualquier persona con recursos limitados de internet. Esta inquietud surgió en mí al no encontrar las herramientas para el diseño y creación de contenido audiovisual que se necesita en las comunidades rurales.
Yo crecí usando Microsoft Office pero mis estudiantes ya no usarán estas herramientas, muchas de las cuales se quedaron varadas en los primeros años del siglo XXI. Quizá algunas de ellas puedan sobrevivir esta década, pero las herramientas para nuestro siglo son otras, abordan diferentes necesidades y están más adecuadas a la nueva realidad. El SARS-CoV-2 nos obligó a cambiar y a profundizar en nuestra vida digital. Debemos procurar que el alumno supere a su maestro ‒o al menos esa es mi aspiración‒, mi misión como docente.
Creo que si la educación cambia, a su vez el mercado laboral cambiará para este decenio, que empieza de forma brutal. Y si la educación cambia, debemos hacer que cambie de una forma nunca antes vista, de una vez por todas. La educación en las comunidades rurales se transformará, no será como lo fue antes y tampoco será como lo es en la actualidad: la educación vivirá en forma de modelo híbrido. Para mí, esta es la oportunidad de que la brecha educativa entre la educación rural y urbana disminuya, pero si como docentes, no nos capacitamos, no nos preparamos para el futuro —que ya nos alcanzó—, esa brecha solo se hará más profunda. Es por eso que cierro esta reflexión con la cita anónima del principio: “Si cambia la educación, cambia el mundo”. Hagamos entonces, que el mundo cambie.
Acerca de la/el autor
Samuel Rodríguez Garza tiene más de 7 años de experiencia como docente en Educación Media Superior y es un apasionado de la educación, la tecnología, la economía y las políticas públicas. Ha trabajado en el Centro de Educación Artística (CEDART), el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y en el Instituto Nacional Electoral (INE). Actualmente, es docente rural de comunicación en el Telebachillerato Comunitario del Estado de Oaxaca (TEBCEO) en la Sierra Norte de Oaxaca en la comunidad de Santa Cruz Yagavila, Ixtlán de Juárez, Oaxaca y desde el 2020 ha sido participante en los programas de formación continua de Radix Education y Proyecto Nuevo Maestro.