Dos perspectivas de las contribuciones de la educación en el desarrollo
- Pluma invitada
- 19 octubre, 2020
- Opinión
- rodolfo garcía
Rodolfo García Galván
Antes de explicitar las potenciales relaciones de la educación, entendida –con fines metodológicos– por los años de escolaridad de una población dada con el desarrollo como proceso multidimensional, es necesario precisar algunas nociones generales como el valor de uso, el valor de cambio, y la formación de capacidades y destrezas.
Las nociones de valor de uso y valor de cambio han sido desarrollados, ampliamente, en la literatura marxista. Sin embargo, en este ensayo se retoman del libro de Manuel Pérez (2018), Motivaciones y valores de la educación, en donde se contextualizan bien ambas nociones en el ámbito educativo. De entrada, el valor de uso puede entenderse como la valorización inherente que nosotros tenemos de algo, cuestión que se relaciona con las convicciones, los gustos, las preferencias de las personas y las expectativas. Por ejemplo, en México y en muchas otras sociedades, los campesinos y pequeños productores muestran sus deseos de seguir cultivando maíz, de manera permanente, sea por tradición, sea por convicción de continuar la rutina, o porque asegura su sobrevivencia produciendo un cereal que le permita satisfacer sus necesidades elementales de alimentación. Es lo que se conoce como agricultura de subsistencia y de traspatio. Así, en principio el valor de uso denota que no hay la intención de aprender o hacer algo para luego entrar en un proceso de intercambio, o al menos esa no es la principal finalidad.
Por otro lado, el valor de cambio de las mercancías –en el sentido amplio– es una noción fundamental en el ámbito de la economía de libre mercado o del capitalismo pleno. En este sistema rigen los criterios de la libre competencia, en donde los oferentes y demandantes convergen y se ponen de acuerdo, mediante precios dados, para intercambiar todo tipo de mercancías equivalentes en valor. El asunto aquí es que tanto los productores (oferentes) como los consumidores (demandantes) son impulsados, esencialmente, por el valor de cambio de sus mercancías, y entonces aquí se supone que el valor de uso pasa a segundo plano porque el autoconsumo no importa para el intercambio.
La adquisición de conocimientos, capacidades, habilidades, destrezas y formación de valores (ética, moral, estética), es muy importante tanto para el de uso como para el valor de cambio. No obstante, el nivel de preferencias de las personas o de una sociedad, sin duda, está influenciado por el contexto político, económico, social y cultural; es decir, si las convicciones políticas de los gobernantes en turno tienden hacia el libre mercado, entonces, habrá mayor presión, persuasión o coerción para capacitarse en pro de lograr un mayor intercambio que luego se reflejará en un mayor nivel de consumo, y esto luego en bienestar social y personal.
¿Cómo entender el valor de uso y el valor de cambio en la educación y el aprendizaje? En lo que toca al primero es importante preguntarse, simultáneamente, para qué queremos formarnos. Por ejemplo, si un estudiante de preparatoria piensa estudiar ingeniería civil porque ha recibido influencia de algún familiar, pero además le apasionan los trazos de las grandes obras viales y porque tiene inquietud en conocer las propiedades de diversos materiales de construcción. Adicional a esto, le preocupa enormemente la situación precaria de la infraestructura urbana en su colonia o en su barrio, y piensa que formándose como ingeniero podría contribuir a solucionar muchos problemas. Por tanto, los nuevos conocimientos y capacidades son más importantes como valor de uso. En efecto, el valor de uso de la educación y el aprendizaje conlleva la formación y capacitación en algo por el amor al arte (conocimiento), por convicciones personales, por inquietudes y desafíos autoimpuestos. En general, si tenemos en primer lugar el valor de uso es debido a que buscamos convertirnos en mejores personas (ciudadanos, padres o madres de familia, funcionarios, emprendedores, dirigentes sociales, docentes). El supuesto que se puede plantear aquí es que al recibir más y mejor educación se tiene la posibilidad de formar a las personas más integralmente, y esa formación integral empujará los niveles de exigencia en todos los ámbitos de la vida. Es un tipo de formación que empuja las fronteras de la civilización humana.
En la mirada del valor de cambio de la educación y el aprendizaje, la adquisición de más conocimientos y más capacidades-destrezas se pone en movimiento, fundamentalmente, por el pago que se espera alcanzar en el futuro. Por ejemplo, en la cultura mexicana, en las familias que alcanzan las primeras generaciones de profesionistas, es bastante conocida la gran expectativa que tienen padres o abuelos de que la nueva o el nuevo profesionista logre un mejor nivel de vida (de consumo), por el simple hecho de haber concluido exitosamente un plan de estudios, sea como abogado, administrador, politólogo, economista, o sea como ingeniero o médico cirujano. En realidad, lo que se espera aquí es que una vez que el o la profesionista comience a desempeñarse como tal comience a recibir pagos elevados, en comparación con los otros oficios, por la prestación de los servicios profesionales. El gran peligro es que si un preparatoriano, en proceso de elegir una carrera universitaria, se mueve por el valor de cambio, podría tomar una decisión en función de los pagos futuros esperados y no por la convicción de formarse y aprender por convicciones personales de amor al arte. En consecuencia, si alguien termina siendo abogado por el hecho de recibir la persuasión familiar de que un litigante puede volverse rico, y si el litigio no termina siendo lo suyo podría enfrentar frustración. Ahora bien, si un preso estudia leyes por el hecho de asumir su autodefensa, entonces lo que tenemos es un valor de uso de la formación, como lo establece Pérez (2018).
Otros autores, como Carlos Ornelas (2018), piensan en las políticas educativas que promueven la democratización o el capitalismo actual (neoliberalismo). Él piensa que en la dialéctica educativa, en realidad, se enfrentan estos dos grandes proyectos. Esto es más nítido en el contenido de su libro La contienda por la educación. Globalización, neocorporativismo y democracia, que de alguna manera se preparó para describir, explicitar y contextualizar la reforma educativa de 2013. Lamentablemente, la obra de Ornelas –en muchos de sus pasajes– termina haciendo una especie de apología de esa propuesta de reforma. Sin embargo, esta publicación también es de utilidad para poner cara a cara el valor de uso y el valor de cambio.
De hecho, dentro de las justificaciones directas de la reforma educativa de 2013, sobresalen aspectos como calidad, evaluación, estándares internacionales, competitividad, capital humano, disputas de hegemonía sindical, entre otras cosas señaladas por Ornelas (2018). Tan sólo tomemos los estándares internacionales y la competitividad para remarcar el sesgo hacia el valor de cambio. Se buscaba una reforma que sacudiera al sistema educativo mexicano y fuera capaz de remontar los pésimos resultados de las pruebas internacionales masivas y estandarizadas, y que mediante el mejoramiento gradual de los logros educativos y del aprendizaje, los estudiantes mexicanos –a través de la evaluación estandarizada masiva– demostraran estar a la par o muy cerca de los estudiantes de los sistemas de los países aglutinados en la Organización para Cooperación y el Desarrollo Económico. Pero además, un marcado énfasis en una educación y un aprendizaje que atendiera los principales requerimientos del “mercado laboral”, claramente la necesidad de más conocimientos, capacidades y destrezas para desempeñarse mejor en el ámbito laboral (valor de cambio). En apariencia, a veces importando más la cantidad que la calidad o la profundidad de los contenidos, y eso ha impactado también en el nivel superior, en el posgrado y en la generación y socialización del conocimiento. Casi todo hay que hacerse pensando en el valor de cambio.
Más allá de la necesidad de una reforma educativa de gran calado, es importante establecer la prioridad del valor de la educación. La gran crisis mundial multidimensional (sanitaria, económica, climática, política [uni-multilateridad] y social) actual, es una situación excepcional para replantearse seriamente la naturaleza y la finalidad de los sistemas educativos en el mundo y, muy particularmente, en México. Como lo dijo en algún momento Albert Einstein, en los momentos de crisis es cuando florece la creatividad, y como lo ha mencionado el francés Bruno Latour (2004), debemos evitar parecernos a aquellos juguetes mecánicos que siempre realizan el mismo movimiento cuando todo a su alrededor ha cambiado (o está cambiando).
Algunos rasgos contextuales a los sistemas educativos como el consumismo, el hedonismo, la idealización de la competencia entre los individuos, la evaluación y el monitoreo casi obsesivo y absoluto, no son precisamente compatibles o propicios para encarar los desafíos del siglo XXI. Tan sólo en lo que respecta a las condiciones del sector laboral, las vacantes que se abren distan mucho de la demanda de plazas por parte de los profesionistas recién egresados que buscan trabajar en los ámbitos en los que fueron formados (valor de cambio). No obstante, como lo establecí en un artículo hace algunos años (García-Galván, 2014), las diversas problemáticas exigen una reestructuración productiva, un cambio en las preferencias sociales, y la reasignación de los recursos escasos para impulsar más una educación y un sistema científico que tenga como prioridad la atención de las demandas sociales. Asimismo, el espejismo de lo pragmático y el utilitarismo de la educación han eclipsado la necesidad de los desarrollos científicos básicos, y de una formación para una ciudadanía del siglo XXI que empuje hacia regímenes más democráticos y equitativos.
En suma, las condiciones actuales, del mundo y de México, exigen redimensionar el valor de uso de la educación y el aprendizaje. Esto implica impulsar y persuadir para una educación que valga por sí misma, el amor al arte debe ser lo más importante desde los primeros años de formación. Más allá de los pagos esperados por la formación educativa, ésta tiene que revalorarse por sus enormes contribuciones a la auto-realización, la defensa de las libertades individuales y sociales, la participación en la solución de los múltiples y complejos problemas personales, familiares, comunitarios, regionales, nacionales y planetarios. Lo que ahora se requiere de los sistemas educativos y del aprendizaje es que centren más su atención en la formación para una mejor civilización humana, en medio de amenazas diversas, y para lograr un mayor bienestar generalizado sin comprometer las posibilidades y oportunidades de las generaciones futuras. Y como se dice en la jerga política, ahora mismo, hay algo “de urgente y obvia resolución”, lo cual quiere decir que es indispensable disminuir drásticamente la máxima presión a la que está sometido nuestro planeta.
*Es doctor en ciencias económicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, Investigador Cátedra-Conacyt adscrito al Instituto de Investigación y Desarrollo Educativo de la Universidad Autónoma de Baja California, y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Referencias:
García-Galván, R. (2014). Desempeño económico y factores que se encuentran detrás del rezago tecnocientífico en México. Cofactor, 5(9), pp. 111-146.
Latour, B. (2004). ¿Por qué se ha quedado la crítica sin energía? De los asuntos de hecho a las cuestiones de preocupación. Convergencia, 35, pp. 17-49.
Ornelas, C. (2018). La contienda por la educación. Globalización, neocorporativismo y democracia. México: FCE.
Pérez, M. (2018). Motivaciones y valores de la educación. México: Ariel.