El ocaso de las lenguas indígenas

Miguel Ángel Rodríguez

Para el fin del siglo XXI, lamentablemente, más de 7 mil 400 lenguas de comunidades indígenas del mundo habrán desaparecido, y, con ellas, quizá las reservas culturales y morales para escribir otras historias posibles del ser del hombre. Es imposible no pensar que es en las regiones dónde habitan, desde hace siglos, donde mejor se ha conservado la naturaleza.

 Las antropotecnias de los pueblos indígenas, las plurales formas del cuidado del ser, las terapias y hierbas medicinales, los caminos secretos de las plantas sagradas, también están llamadas al ocaso, como la muerte lenta de un inmenso sol que matamos a diario, mueren víctimas del cinismo ilustrado. 

El horizonte histórico del mundo es borrado por la indiferencia con la que participamos de la extinción de las lenguas indígenas, pero, eso sí, en medio del grandilocuente discurso de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que, ya sabemos suficientemente, desembocan en la destrucción y la muerte del planeta.

Está claro que los fines de la razón cínica global están al servicio de la verdad de la técnica, de la voluntad incondicionada de poder de la técnica, que provoca al extremo, como sistema, a la naturaleza. No sabe hacer otra cosa, no puede, como lo ilustra la soterrada carrera armamentista, la técnica subordina a la ciencia para sus fines de dominio y destrucción: ¿quién frena la industria de la guerra? 

Por eso el afán de aplastar con evaluaciones estandarizadas la autoestima y las energías vitalizadoras de la mayoría de las comunidades escolares de México. ¿Por qué insistir en la política evaluadora rigurosa de lo que ya sabemos, por anticipado, que saldrá mal o muy mal?, ¿qué psicopolítica perversa es posible distinguir en ese sistemático proyecto de repetirles a las escuelas pobres, a los estudiantes indígenas y afrodescendientes de México, que es imposible cualquier salida de su condición de miseria…? ¿Qué seres humanos estamos formando en un sistema que tiene como finalidad, voluntaria o involuntariamente, repetirles a los chavos y chavas de México que, comparativamente con los estudiantes de Finlandia, o de cualquier otro país escandinavo, sus capacidades y habilidades son muy limitadas? 

¿Y los escasos estudiantes que salen muy bien?, ¿no estamos, acaso, formando éticamente a nuestros estudiantes destacados a ser y sentirse comparativamente mejor que los demás, a presumir que todo se lo merecen gracias a su mérito individual? ¿por qué no hemos aprendido las lecciones del estruendoso fracaso meritocrático del sistema universitario norteamericano…?, ¿es necesario insistir tanto en que el proyecto educativo meritocrático cultiva una ética contraria al bien común…? 

Son esos criterios meritocráticos, que no solo no combaten la desigualdad sino que la legitiman, los que fundamentan los prejuicios del  sistema educativo nacional, en general, contra las lenguas indígenas y, lamentablemente, con una ética de dominio señorial, de supremacía intelectual, construyen representaciones sociales en las que las lenguas aparecen como un lastre para el despliegue de capacidades y habilidades formadoras de seres humanos integrales, por eso el sistema educativo las valora muy poco o nada, por eso la carencia de materiales didácticos en esas lenguas –pienso en la lengua tsotsil de Mitontic.

La lengua nahua es aglutinante, poética, metafórica, imaginativa, risueña, ¿por qué  no enseñar el nahua, el maya, o cualquier otra lengua indígena, en el curriculum escolar de primaria…?

La respuesta parece estar en el dominio global que necesita uniformar, colonizar, domesticar a los seres humanos, por eso el sistema educativo nacional está subordinado a enseñar contenidos pragmáticos, funcionales, científicos, sin gota de contenido estético y filosófico, crítico -y las lenguas indígenas, pienso en el tojolobal, tienen palabras de sentido profundamente comunal que podrían hacer descarrilar el yo triunfante del narcisismo occidental.

Lo cierto es que la fuente del pensamiento crítico quedó prácticamente sellada hace varias décadas, por lo menos tres, del sistema educativo nacional

En ese escenario nada puede resultar más cínico que declarar públicamente la formación de profesores y estudiantes críticos, desde el preescolar hasta el posdoctorado, y, al mismo tiempo, prácticamente amputar uno de los hemisferios cerebrales, el derecho, justamente el que potencializa la capacidad creadora e imaginativa, emancipadora de la verdad cosificada. Veamos.

 Evaluamos ciencias, comunicación y matemáticas. Muy bien, ¿quién podría ir contra la ciencia?, pero enterramos la otra cara de la verdad, la que no es comprensible ni comunicable en el lenguaje lógico y racional, cultivamos exclusivamente la verdad de los entes, de las cosas y, como hemos visto por la historia de violencia del mundo occidental contra los otros, se trata de una verdad muy excluyente, pues ni por equivocación se pregunta por la primera pregunta de la filosofia: la pregunta por el ser del hombre.

Todo empezó con Platón, pues la voluntad de poder de la moral platónica expulsó a los artistas de la República, porque, en su opinión, estaban poseídos y, con sus palabras e imágenes, sembraban el caos y la confusión entre el auditorio. En los hechos se trataba de excluir los otros caminos para la comprensión de la verdad del ser y así vamos desde entonces.

Fue la misma razón excluyente por la que calificó a Diógenes, el perro, de ser un “Sócrates enfurecido”, porque el oriundo de Sinope fue el creador de otro lenguaje subversivo, una comunicación desde abajo, con mayor eficiencia comunicativa, porque era con imágenes y no a través de conceptos como enseñaba su forma de vida. Era un lenguaje comprensible para todos, para que lo entendiera el común de los mortales, preñado de un risueño filosofar que coronó con una antiplatónica masturbación pública en el Ágora.

 Una pantomima muy materialista y una enorme carcajada deconstruyen el idealismo platónico y afirman la naturaleza, el animal que habita en el hombre. Lo mismo que, muchos siglos después, harían Freud y Nietzsche en obras monumentales que deconstruyen la verdad científica de los entes y las cosas con el inconsciente y la voluntad de poder…

 De todas maneras se impuso el lenguaje de Platón en el mundo occidental y todo se volvió aburridamente monocultural y logocéntrico. Y, desde entonces, el único lenguaje de la verdad en los sistemas de educación pública es el que se puede calcular, medir, ver y probar, cualquier otro camino de comprensión de la verdad, cualquier otro lenguaje fue gradual o radicalmente absorbido y aniquilado de la faz de la tierra cuando así fue necesario a los intereses del gran capital.

 En realidad Platón estaba tan convencido de la verdad pitagórica que llegó a prohibir la puesta en escena, más de una vez, de las grandes tragedias, porque era de tal manera la conmoción del estado de ánimo colectivo, que, decía, propiciaba la intestabilidad de la República. Un episodio que debiera llamarnos a reflexionar sobre la fuerza pedagógica, la capacidad formativa del teatro y la poesía griegas sobre el temple de los ciudadanos de la Hélade, pero a Platón le pareció pernicioso ese otro lenguaje del ser y el no-ser que cultivaba Heráclito, por eso lo condenaba. Detrás de la iniciativa de Platón se encontraba la intención de dar cristiana sepultura, literalmente, al propio cuerpo como criterio de verdad. Triunfaba la logocracia.

 Las lenguas de la verdad, desde entonces, han sido las europeas, de la mano de ellas vienen lo bueno, lo verdadero y lo bello, como lo puede muy bien testimoniar la historia de 500 años de saqueo, crimen y rapiña colonial.

 Las lenguas indígenas del mundo se mueren y poco hacemos por salvarlas. Habitan ahí los poemas, la música, los mitos, las leyendas, las alucinantes y alucinógenas cosmovisiones, el erotismo, las danzas y, en conjunción, constituyen esferas de calidez y cuidado para la naturaleza y para el todo.

 Yo lo sé de cierto, porque pocas veces he experimentado tanta calidez humana como en una comunidad indígena y, mucho mejor, si estoy bailando colectivamente xochipitsahua en la Sierra Norte de Puebla, curado e iluminado o no, sagradamente, por el santo y verde yolixpa.

 Qué verdades tan risueñas y barrocas, tan ellas mismas y tan otras, metafóricas y danzantes verdades plurales, como los giros prodigiosos de sus lenguas, como el vértigo del ser que uno experimenta con la palabra nahua tonalmalacat...

 

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