En México, el cambio educativo actual parte de una realidad adversa, porque, en la historia, los distintos gobiernos descuidaron, y politizaron, en sentido negativo, la educación, su estructura y funciones.
Tenemos una mala educación. Los diagnósticos internacionales (PISA, OECD) insisten en este punto. Los diagnósticos nacionales (INEE) resaltan al acceso, la inequidad, la deserción y la calidad como los cuatro principales problemas que necesitamos enfrentar. Los empresarios siguen sosteniendo que no encuentran técnicos y profesionistas que les permitan llevar adelante sus negocios. El reciente Censo Educativo mostró que hay miles de escuelas construidas con pésimos materiales y miles de profesores que no laboran en su centro de trabajo.
Hoy, más que en otros tiempos, preocupan las situaciones de vida a las que se enfrenta la niñez, la erradicación del analfabetismo y el rezago. También el desgano de los jóvenes para continuar estudiando porque, sin escuela y sin trabajo, no tienen salida en el país, y la política de juventud, sin directrices, alcances y recursos, no va a sacarlos adelante.
Casi la mitad de los desempleados se compone por personas que tienen bachillerato, profesional y posgrado, en parte, debido a la contracción del mercado laboral, por la falta de crecimiento. Los jóvenes se están fugando de alguna manera, porque el paso por la escuela no les entrega capacidades suficientes para participar en la compleja sociedad global en la que vivimos.
Estos problemas son un botón de muestra. Ante los desafíos, el gobierno emprendió una reforma educativa, que inició en 2012, y estableció el Programa Sectorial de Educación, 2013-2108. La reforma educativa instaló el Servicio Profesional Docente para que el ingreso, los estímulos económicos y la carrera magisterial se hagan por méritos. Asimismo, estableció la modernización del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, que ya se ha transformado.
Ambos, reforma y programa, tienen como su principal propósito lograr una educación de calidad “para todos los mexicanos sin importar su lugar de residencia ni su condición social o económica” (EPN). Los dos están orientados por el aseguramiento y fortalecimiento de la calidad, la integración de actividades deportivas y culturales y el impulso a la ciencia y la innovación. Pretenden que el Estado recupere la rectoría que le corresponde en la materia.
Ante los problemas educativos y las respuestas que se están dando surgen varias preguntas:¿cómo ha ido avanzando la reforma y el programa? ¿En qué medida y qué transformaciones se están dando en el sistema para que la educación sea de calidad y auxilie al desarrollo nacional? ¿Se ha recobrado la rectoría? Preguntas formuladas a raíz de muchas inquietudes que asaltan el análisis dirigido al logro de una mejor educación.
La educación no solo persigue que los estudiantes aprendan a conocer y a manejar el conocimiento y la información, sino también que adquieran valores en el aula y en la vida cotidiana de la escuela, en la convivencia pública de los actores educativos; se trata de que los alumnos reciban capital cultural. Su adquisición en la escuela es una de las tareas más difíciles a las que se enfrenta una sociedad para trascenderse y seguir adelante.
Está claro que el cambio educativo no es sólo de cobertura, sino de infraestructura. Requiere tener en cuenta cómo la educación para el futuro va a formar mejores personas, creativas y comprometidas, ciudadanos responsables con razonabilidad que contribuyan a que la vida en sociedad se finque en relaciones sociales que sean satisfactorias.
Son muchas las dimensiones del cambio, pero las que se refieren a la construcción de personas y a la producción de la sociedad son esenciales. Desde la academia hemos presentado un amplio conjunto de señalamientos para considerar en el cambio educativo. Aquí, resalto, de nuevo, tres que me parecen indispensables de enfocar, analizar y debatir para impulsarlo.
1. El cambio educativo no reside únicamente en mejorar los aspectos materiales. En la educación hay que prestarle atención a las subjetividades, que son un aspecto sustancial. La transformación educativa debe revisar y actuar constantemente sobre la práctica docente, el contenido del currículum, en función del entorno social, la lectura, los libros de texto. Y cómo influir para mejorar los ambientes culturales fuera de la escuela que estimulen el aprendizaje y la creatividad.
2. Al magisterio de educación básica hay que tratarlo como la pieza más importante del entramado educativo. Se requiere formar profesores académicamente sólidos y un programa permanente de superación académica. Lo que ha ocurrido con sus pagos es delicado, pero también es delicado el que no se logre fomentar una visión de la importancia de su papel social, ni promover relaciones políticas que pongan en un lugar adecuado a las organizaciones en las que se agrupa. El intento de recuperar la rectoría no puede quedarse en una renovación del corporativismo.
3. Hay que acercar la educación media superior y superior a necesidades reales de la economía, ejecutar nuevas políticas que cubran todo lo que se necesita para ampliar la cobertura y entregar un mayor capital cultural a los estudiantes. También, modificar la evaluación que se aplica a los académicos universitarios, porque nos está asfixiando.
En fin. Es ocasión de preguntar, hablar, investigar y escribir sobre las dudas y el alcance de las políticas educativas, y sobre los obstáculos para trasformar la educación en México, porque el tiempo apremia.
UNAM. Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPS.