El Programa Analítico y los Libros de Texto Gratuito: ¿por qué la polémica?

Yo sí celebro que en las últimas semanas se esté hablando, tal vez como nunca se había hecho, del Programa Analítico y de los Libros de Texto Gratuitos (LTG). Ya sea en la televisión, en radio, en redes sociales, en las escuelas, en los hogares, fin, en cualquier espacio público las conversaciones se están dando y qué bueno; ello brinda la posibilidad de observar diferentes miradas sobre el hecho educativo; tema que es fundamental en la vida de los seres humanos, en este caso, de los mexicanos.

Esta situación hasta unos años era algo imposible o impensable porque, como se recordará, los Planes de Estudio, los Planes y Programas de Estudio o los Libros de Texto, eran diseñados conforme a ciertas políticas que, de cierta manera, eran ajenas a los propios intereses, demandas o necesidades de millones de estudiantes mexicanos. Claro, el enfoque basado en competencias tenía que implementarse porque, según se dijo, tenían que formarse individuos que fueran alguien en la vida, capaces de enfrentar los diversos obstáculos, ser parte de un mundo globalizado y, para ello, tenían que movilizar todos los recursos cognitivos que les permitieran hacer frente a todo tipo de situaciones. Recuerdo que por esos años se dialogaba mucho en razón de lo que podría entenderse o comprenderse por “competencia”, algunos expertos en la materia aludían a esa movilización de recursos cognitivos; otros, bajo esa misma premisa, también señalaban que ésta no era en sí misma conocimientos, habilidades, actitudes y valores, aunque sí movilizaban e integraban estos recursos. El diálogo, insisto, se quedaba en ese nivel, en el de los expertos y en el de los funcionarios de la Secretaría de Educación Pública (SEP), mientras que las maestras y maestros, alumnos y padres de familia, prácticamente esperaban en sus respectivos espacios el conocimiento emanado de esas fuentes de información, así como los materiales y recursos que tales actores iban a emplear durante el ciclo escolar. 

Cuando llegó el 2013 la cosa no cambió mucho que digamos, el enfoque basado en competencias fue sustituido por algo que se denominó “competencial”; ahí los aprendizajes clave no eran otra cosa más que los dominios de un conocimiento, una habilidad, una actitud o un valor que, concretados de esa manera, podrían dar pauta a lo que se conoció como aprendizaje esperado, en virtud de que la propuesta que se consumó en 2017, asumía que el currículo era algo más que un listado de contenidos. En consecuencia, la andanada de cursos, conferencias o programas de capacitación para el conocimiento de ese plan de estudios, cuyo enfoque era competencial, no se hicieron esperar. De nueva cuenta, las maestras y maestros, alumnos y padres de familia, tuvieron que esperar en sus respectivos espacios el conocimiento emanado de diversas fuentes de información, pero también, los materiales y recursos para que pudieran comenzar a realizar las actividades en sus respectivos espacios escolares.

Ahora bien, ¿qué es lo que ha pasado con la llegada de un nuevo gobierno al poder en 2018 y su consecuente plan de estudio?, ¿habrá cambiado algo el esquema descrito o, podría decir, esa cultura que a través de los años se fue construyendo y hasta fortaleciendo en el Sistema Educativo Nacional, caracterizada por el excesivo centralismo en la elaboración de un plan de estudio, de planes y programas de estudio y de los LTG?, ¿habrá cambiado en algo la posterior generación de conocimiento, capacitación o programas de formación para el conocimiento de un plan de estudio?

Desde luego hay que reconocer, que en varias cuestiones no se han superado de ese esquema o cultura que antecede al Plan de Estudio 2022; eso es un hecho innegable e inocultable y, para muestra un botón: los foros de consulta – y de los cuales también escribí en su momento – ni fueron totalmente abiertos ni desarrollaron la posibilidad de escuchar a muchos actores que serían fundamentales en este proceso, por ejemplo, a las maestras y maestros porque, como se sabe, en varios lugares las “huestes sindicales” cooptaron los espacios, pero también las autoridades educativas locales. En fin, repito, no reconocer esta cuestión sería ocultar que las cosas no se hicieron como deberían de hacerse desde el principio. Recuerdo haber escrito un texto donde señalé que los “foros de consulta” que antecedieron al plan de estudios 2017 habían cobrado vida para el plan 2022 y su consecuente legitimación. En fin.

Independientemente de lo escrito en el párrafo anterior, pienso que también ha habido algunos cambios importantes y, podría decir, hasta necesarios en algunos espacios de nuestro Sistema Educativo; cambios que han generado esa conversación a la que aludía al inicio de estas líneas porque, desde luego, han abierto la posibilidad de un debate que podría llevarnos a superar esa vieja o anquilosada idea de que todo tiene que emanar desde el centro, como si el centro fuera el todo y las partes no importaran. 

Por un lado, con todas los aciertos y vicisitudes, el conocido Plan de Estudio 2022 abrió la posibilidad de escribir lo que el docente siempre y en todo momento hace en la escuela y en el aula, independientemente del Plan de Estudio; escritura que podría llevarlos a construir un Programa Analítico como el que ha sido requerido. Al respecto, por ejemplo, Irma Villalpando hace unos días, en su cuenta de Twitter escribía: “La confusión del programa analítico es porque está sobre valorado y sobre explicado. Es algo así como poner por escrito lo que siempre hacemos en las escuelas. Si haces una buena planeación de clase ahí encuentras de manera implícita el analítico”. Y bueno, coincido totalmente con esta idea, porque en todo este tiempo, desde que comenzó a construirse dicho programa, en los diversos espacios escolares en los que he tenido la oportunidad de interactuar con los colectivos docentes, he podido identificar la zozobra o incertidumbre que genera este cambio, sin embargo, cuando se trabaja en ese reconocimiento (reflexión y análisis) de los que hacen como parte de su quehacer cotidiano, dicha zozobra o incertidumbre se va diluyendo, de ahí que sea necesario e indispensable este ejercicio de reconocimiento sin que la autoridad educativa, de nueva cuenta, determine el usar o no un formato que, dicho sea de paso, poco favorece en esta acción que parte de la reflexión y análisis, mismas que materializan lo que el profesor o profesora, con su autonomía, desarrolla en el aula.

Entonces, ¿acaso no pude haber mejor espacio de formación docente que el intercambio de experiencias, sabes o conocimientos al interior de un colectivo de maestras y maestros?, ¿por qué habría que esperar que desde el centro llueva una “capacitación” cuando, como su nombre lo indica, refiere de manera inmediata que aquel que recibe dicha “capacitación” carece de algo?, ¿no acaso el docente, independientemente de su formación inicial, viene actuando en razón de algo y a partir de ello generando algo en sus respectivos espacios escolares?, ¿no sería indispensable y necesario compartir eso que hace o hacen para generar algo y con ello generar otras propuestas que pueden ser materializadas por grado o fase? Obviamente, no niego que escuchar una conferencia, ver un video, tomar un artículo o leer un libro no sea de gran ayuda en este proceso formativo, sin embargo, tales insumos son eso, parte de un proceso y no el fin mismo, porque los principales actores en dicho proceso han sido, son y serán las y los maestros. De ahí que sea imperante no comprar esos manuales que “guían” la “construcción” de un programa analítico. 

Finalmente deseo señalar que, si bien es cierto que los LTG presentan algunas áreas de oportunidad necesarias, no podemos negar el hecho de que docentes en servicio de diversas latitudes del país hayan sido participes en su construcción; sí, fueron maestras y maestros que aportaron lo que, desde su experiencia, saber o conocimiento consideraron pertinente y viable incluir en éstos. Es obvio que dichas aportaciones son eso, una propuesta que el docente puede enriquecer o, tal vez, ignorar para dar cabida a sus propias propuestas, lo cual me parecería magnífico y extraordinario llevar a cabo en el aula. ¿Por qué no habría que considerar su puesta en marcha y solicitar se atiendan esas áreas de oportunidad que, por ejemplo, han sido detectadas? 

Personalmente, prefiero tener esa posibilidad, la que solo brinda la autonomía profesional, que estar sujeto a materiales o recursos educativos que, muchas veces, no encuentran sentido en mi aula. Es obvio que los problemas reales que los maestros y maestras vivimos diaria y cotidianamente en los salones, no son atendidos a través de un plan de estudio ni un libro de texto; partir de ese problema para diseñar momentos de intervención didáctico-pedagógica en el salón de clases y en la escuela se convierte en un eje relevante en la acción docente, cosa que los docentes generalmente realizan en sus espacios escolares.

Y bueno, cierro estas líneas con un par de palabras que siempre empleó en mis escritos: al tiempo. Porque el tiempo habrá de definir si el magisterio opta por mantener esa cultura “tradicionalista y vertical” u opta por dar paso a una “activa y horizontal”.

Es cuanto.

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