En busca de una cultura compatible con la ciencia
- Educación Futura
- 21 abril, 2014
- Política Educativa
- ciencia y tecnología, MÉXICO
Marcelino Cereijido *
Los seres humanos tenemos dos maneras de interpretar la realidad, una inconsciente, en virtud de la cual reconocemos que ese elemento presente en el contenido intestinal a medio digerir es hierro, lo captamos y enviamos a la médula ósea, que lo usa para sintetizar hemoglobina. Esta manera inconsciente es tan antigua que la compartimos con bichos ancestrales, pues cuando se analizan nuestros mecanismos en el nivel celular y molecular se constata que son virtualmente idénticos a los que utiliza una lagartija, especie surgida hace más de 350 millones de años (unas 150 veces más antigua que la nuestra). Y así sucede con todas las moléculas e iones vitales (glucosa, calcio, potasio, tirosina, etcétera) Nuestra segunda manera de interpretar la realidad es consciente, y tiene apenas 50 mil años. Así Humphry Davy pasó a la historia en 1808 porque demostró (conscientemente) que existe un elemento llamado calcio. Pero cuando a un bebé le escasea el calcio, gatea hasta una pared y come de su revoque porque “sabe” que lo contiene. Tanto las maneras inconscientes como conscientes son por supuesto productos de la Evolución, pero en este artículo sólo nos interesa la evolución de las maneras conscientes.
El Universo es tan descomunal y complejo que hasta hace apenas unos siglos todos los pueblos de la Tierra lo interpretaban asumiendo que había sido creado por deidades. La ciencia moderna es la primera manera de interpretar que puede hacerlo sin invocar dios alguno. Pero así como los Homo sapiens surgimos de la evolución de unicelulares, peces, reptiles y mamíferos, los modelos conscientes de interpretar la realidad lo han hecho a través de animismos, politeísmos, monoteísmos, es decir, etapas religiosas que duraron miles de años.
Desgraciadamente, menos del 10% de los países (Primer Mundo) logra interpretar la realidad “a la científica”, sin por ello abandonar sus creencias atávicas religiosas. El resto (Tercer Mundo) no lo ha logrado (analfabetismo científico) y sigue embotado en modelos religiosos. Es que la ciencia es extremadamente difícil de generar; de hecho sólo ha sido forjada por la cultura del occidente europea, el resto (Japón, China, Estados Unidos, etcétera) la han recibido “de segunda mano”, independientemente de las maravillas que hoy hagan con ella. Además de esta dificultad intrínseca, hay factores poderosos que intentan impedir que el Tercer Mundo consiga desarrollarla1. Por ejemplo, si bien México ha logrado forjar una comunidad de investigadores de excelente nivel internacional, carece de una ciencia moderna al estilo del Primer Mundo, desastre que apabulla si tenemos en cuenta que en pleno siglo XXI ya quedan pocas cosas de envergadura que se puedan llevar a cabo sin ciencia modernas y tecnología avanzada (comunicarse, fabricar, transportar, generar energía, sanarse, cultivar). Sin duda, un promisorio primer paso hacia el desarrollo de nuestra ciencia moderna sería forjar una cultura compatible con ella, cosa que nuestros líderes culturales jamás han intentado con éxito.
Cuidado: no estamos hablando de una “cultura científica”.
Diremos que una persona tiene una cultura científica cuando está empapada de saberes como qué hicieron Galileo, Pasteur, Planck, Fermi, para qué se construyó un acelerador de hadrones, por qué es necesario suponer que las galaxias contienen materia negra, así su profesión sea la abogacía, el periodismo o la contabilidad. Pero no nos estamos refiriendo a esta cultura.
Cultura compatible con la ciencia
Cuando afirmamos que México tiene buena odontología, nadie pasa a suponer que aquí todos somos dentistas. Habrá, digamos, un dentista cada cien o doscientos habitantes, el resto tiene una cultura compatible con la odontología, en el sentido de que cuando siente dolor de muelas, padece gingivitis o quiere hacerse una corona, recurre a los primeros. En esa vena se suele señalar que los norteamericanos son creacionistas, xenófobos y plutócratas. Independientemente de que pueda tratarse de meras calumnias, dicha descripción nos impide ver que así y todo, dicho pueblo tiene una profunda cultura compatible con la ciencia, puesto que en cuanto los soviéticos orbitaron la Tierra con satélites artificiales, produjeron bombas de 50 megatones y cohetes capaces de arrojárselas al enemigo y llegar a la Luna, el susto los llevó a triplicar o cuadruplicar sus presupuestos científicos: apostaron a que la solución la lograrían promoviendo la ciencia. Y en la misma línea, en otras oportunidades destinaron sumas astronómicas para enviar sondas a Marte, luchar contra el Alzheimer, y llegaron a destinar tanto dinero para estudiar, prevenir y tratar el cáncer, que en congreso de fisiólogos el director del National Institutes of Health nos confió “Hoy en nuestro país (Estados Unidos) hay más gente que vive del cáncer que personas que mueren de dicho mal”.
¿Y por México cómo andamos?
Cierta vez, al eximio futbolista Salvador Cabañas le pegaron un balazo en la cabeza, que hubiera sido mortal en casi cualquiera de los 194 países del mundo. Pero gracias a la sabiduría y esfuerzos de nuestros amigos, los doctores Julio Sotelo y Teresa Corona, sucesivos directores del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN) que habían adquirido cierto equipo quirúrgico de origen alemán que combina tomografías, software de computación ad hoc, expertos en patologías neurológicas, y qué no. Costó unos 40-50 millones de pesos. ¡Lograron salvar a Cabañas! y la Avenida Insurgentes se taponó con fanaticadas portando estandartes de la Virgen de Guadalupe, a quien atribuían la “milagrosa” cura. No se trató del comprensible desborde emotivo de adolescentes allegados desde ciudades perdidas. El viernes 20 de enero del 2012, el suplemento Cancha del periódico Reforma mostró en su tapa una foto del recuperado jugador, con un cartel que aseveraba a la sociedad mexicana “Obró Dios”. Esto se llama “intoxicación cognitiva”.
¿A qué hubiéramos llamado “una cultura mexicana compatible con la ciencia”?
Hoy, por cada paciente mexicano que se logra salvar con el bendito chirimbolo del INNN, hay docenas de paisanos que mueren diariamente porque ese único equipo apenas alcanza a utilizarse con un puñado de personas por semana. Si lográramos imitar la reacción de los norteamericanos cuando se asustaron del poderío soviético, el club América al que pertenecía Cabañas hubiera jugado un partido contra el Guadalajara, el Cruz Azul otro contra el Toluca y así el Puebla contra el Monterrey para comprarle al INNN dos o tres equipos más, y se hubieran establecido cinco o diez becas para que profesionales mexicanos de la electrónica, la computación, la patología cerebral, e instalaciones auxiliares fueran a Alemania a aprender a producirlos aquí en México.
El Primer Drama del analfabeta científico es, por supuesto, carecer de ciencia moderna, pero el Segundo es que, al revés que otras calamidades, en las que la sociedad afectada es la primera en señalar correctamente el déficit, cuando lo que falta es conocimiento científico el analfabeta científico es incapaz de advertirlo ni entender de qué se está hablando. Para que nos quede claro analicemos una noticia aparecida en un periódico subdesarrollado: “A pesar de sus problemas, Japón aumenta el apoyo a la ciencia”. Es como si dijéramos “a pesar de estar enfermo, Babalucas fue al hospital”. ¡No! es justamente al revés, fue al hospital porque está enfermo. Japón tuvo una reacción típica de país de primer mundo: tenía problemas y ¡por eso se apoyó en la ciencia! como habíamos visto hacer a los norteamericanos.
¿Qué hacemos? ¿Prevenimos o seguimos lamentando?
Urge desarrollar una cultura COMPATIBLE CON la ciencia. Se trataría de una campaña gratuita en la todo mexicano puede y debe intervenir. Pero bosquejaremos un plan el próximo miércoles.
*El autor es investigador emérito del Cinvestav y del SNI e integrante del Consejo Consultivo de Ciencias
1 Cereijido, M. Hacia una teoría general sobre los hijos de puta. Tusquets.
Publicado en La Crónica