Abelardo-Carro-Nava

La escuela no puede con todo. ¿Cómo despertar del letargo?

Más de dos décadas de constantes visitas a diversos contextos rurales e indígenas me han permitido confirman el letargo en el que se encuentra la escuela pública. No es para menos, hay lugares en nuestra República Mexicana en los que el tiempo se detiene, al menos así parece; tal vez el único cambio o actividad que se percibe se encuentra en quien, desde una silla, al interior de un salón o en la misma escuela observa y escribe estas líneas; claro, sin olvidar a aquellos actores conocidos durante muchos años como maestros y alumnos; figuras que, independientemente de las políticas educativas que predominen en la época, han sido, son y serán los protagonistas de esta historia. En fin, los años inexorables como lo son, por un lado, han causado estragos en el cuerpo más no en el espíritu de este observador y, por el otro, han favorecido el desarrollo y/o crecimiento de los que ayer se observaban en su infancia corriendo en los pasillos de su escuela para ser lo que algún día pensaron y dijeron ser: maestros. Años, al fin de cuentas… ¿y la escuela?

Es curioso, la escuela, ese edificio que alberga las más increíbles mentes humanas no ha dejado de ser un edificio; un inmueble al que mucha responsabilidad se la ha conferido: la formación de los seres humanos. ¿Qué ha cambiado entonces? En ciertos contextos, como en el rural o indígena, los pizarrones verdes han sido sustituido por los de acrílico, el gis por unos cuantos marcadores de los más diversos colores; las mesas o sillas, a veces han sido sustituidas por la aportación que algún padre de familia realiza; no obstante, el metro, la regla, la escuadra o el compás siguen siendo de madera; la misma madera, resistente e inquebrantable, de muchos ayeres que han formado a varias generaciones. 

Tal vez, y lo digo con cierto pesar e incertidumbre, más de dos décadas sería poco tiempo para una valoración un tanto seria, pero, cuántas cosas o sucesos no han pasado en el mundo entero en esas dos décadas… ¿y la escuela? Los edificios han permanecido casi idénticos, los actores han ido cambiando, como es natural con el paso del tiempo, sin embargo, la enorme responsabilidad que se la ha asignado ha ido en aumento, y no es para menos. Con el pasar de los años se ha construido una imagen a la que se le ha atribuido, a veces, las más absurdas e inverosímiles ideas. 

 Es claro, por ejemplo, que un plan de estudios no cambia ni cambiara a una escuela; el edificio ha permanecido y permanecerá inerte ante este tipo propuestas; de hecho pienso que esos planes de estudios han llegado a convertirse en unos visitantes de unos cuantos años – por ciertas modas pasajeras con tintes de ocurrencias –, cuando mucho sexenales, intrascendentes, y tal vez, con escaso significado para quien en la misma mesa, con la misma silla, en el mismo edificio vive la “escuela”; pero entonces, cómo bajar las políticas educativas a los diferentes contextos cuando las condiciones de vida son tan complejas y tan diversas en los sectores más vulnerables y no tan vulnerables. Pienso, efímeramente, que en la diversidad podría estar la clave, y tal vez no en una idea poco sustancial como lo fueron las competencias o lo que hoy se conoce como Nueva Escuela Mexicana; ambas, con claros tienes de calidad y excelencia cuando en la escuela, con las mismas mesas, las mismas sillas y bajo el mismo edificio, difícilmente podría hablarse de calidad o excelencia. O ¿será que la calidad solo aplique para un proceso, aunque el edificio se esté cayendo?

Es claro, un plan de estudios no puede ni podrá implementarse o desarrollarse de la noche a la mañana, ¡No sé qué estarán pensando en las oficinas centrales de una Secretaría que continuamente cambia de personajes sin tomar en cuenta que, en ciertas comunidades, las necesidades y demandas sociales y educativas siguen siendo las mismas! Liberales y conservadores, al final de cuentas, son actores pasajeros que, lejos de la batalla y desde los escritorios han dirigido un sistema empobrecido por esas mismas políticas que ellos mismos han diseñado y que sólo han paliado, a veces, las dificultades comunales, pero que indistintamente enriquecido los bolsillos de los mismos de siempre: los que nunca han estado en una escuela. Aquí es donde le dolor quema.

 No, no basta con tener un salón, mesa o silla – que muchas ocasiones son mantenidos o entregados por comités de padres de familia de ciertas comunidades -, para que un plan de estudios o política educativa aterrice en la escuela. No, no basta con la formación inicial y continua del profesorado para asegurar la implementación de un plan de estudios o política educativa que mayormente se siente impersonal, impropia e impuesta por aquellos que no la operan como si de operar se tratara la educación y/o los procesos formativos. No, no bastan los discursos demagógicos y/o populistas, con palabras pomposas más o menos adornadas, para hacer que funcione un sistema. No, no basta con que el titular de una de la Secretarías más importantes en el país haya emanado del magisterio para lograr que se movilice su gremio y su propia Secretaría; no obstante, a fuerza de ser sincero: ¿qué moviliza ese sistema?, ¿realmente se mueve? O, peor aún; ¿hacia dónde se mueve y por qué se mueve? 

La escuela, es innegable, no puede ni podrá con todo. Su función es clara, pero, sin temor a equivocarme, puedo asegurar que está maniatada por ideas efímeras fincadas en lo administrativo y no en lo formativo: calidad o excelencia educativa le llaman.

Luego entonces, si la escuela no puede ni podrá con todo – como parece ser obvio –  es natural que el docente tampoco puede ni podrá ser un todólogo; no imagino a un médico arreglando los desperfectos de los consultorios donde realiza sus intervenciones quirúrgicas. Como profesional de la salud, en mayor o menor medida recibe o ha recibido las mejores condiciones para ejercer su labor; ¿por qué el docente no es ni ha sido concebido como un profesional de la educación?, ¿será que el mismo no se conciba como profesional dada la inercia y décadas de sometimiento, desprestigio y desvalorización o será que la misma sociedad y las estructuras gubernamentales han cooptado esa idea para insertar la del empleado cuasi obrero del campo educativo?

 ¿Cómo despertar de ese letargo? 

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