La planeación docente: ¿didáctica o plan de estudios?

Desde hace varias semanas el tema de la planeación didáctica y de los Libros de Texto Gratuitos (LTG) de la Nueva Escuela Mexicana (NEM), han ocupado un lugar importante en las conversaciones entre propios y extraños; es decir, entre quienes se encuentran dentro del Sistema Educativo Mexicano, como en quienes, de alguna u otra forma, han visto en estos temas la oportunidad de obtener buenos dividendos, ya sea políticos o económicos. Para muestra un botón: ¿qué necesidad había de destinar varios millones de pesos para la elaboración y distribución de una serie de “cuadernillos” mal hechos a cientos de estudiantes en las escuelas del estado de Chihuahua cuando era de esperarse que la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvería en contra del gobierno de esa entidad? En fin; insisto, el tema más allá de lo político, tiene un tono educativo que me parece importante retomar.

Como se ha dicho en reiteradas ocasiones, la implementación del Plan de Estudios 2022, más allá de la pésima y fracasada estrategia de comunicación de la Secretaría de Educación Pública (SEP), brinda la posibilidad de que la autonomía profesional y curricular se haga una realidad en las escuelas; sin embargo, tal cuestión, aunque parece ser lo más idóneo porque con esa autonomía el docente puede tomar las mejores decisiones en razón de su contexto, escuela, grupo y alumnos (con sus respectivos aprendizajes), la verdad de las cosas es que desde que comenzó el ciclo escolar 2023-2024 está costando un poco de trabajo debido a que, buena parte de las maestras  y maestros no la consideran como tal porque, como se sabe, por años les ha sido limitada su libertad como profesionales de la educación; asunto que si se analiza bien no es nada sencillo de reconocer porque, desde hace décadas el docente ha respondido a lo que desde la propia SEP se ha diseñado para que sea operado en los planteles escolares; ello permite comprender, porque el profesorado mexicano se ha visto como un simple ejecutor de los planes de estudio que han emanado del centro. En consecuencia, pienso, que más allá de las filias y fobias que puedan existir en razón del gobierno que impulsa este giro vertiginoso en materia educativa, habría que reconocer y aprovechar esta posibilidad que se está brindando para diseñar planes de clase contextualizados al entorno inmediato, tanto del docente como de sus alumnos, considerando que no todos los seres humanos aprenden igual, al mismo ritmo, de la misma forma y en el mismo lugar.

Es por ello que sigo pensando que la planeación didáctica, hoy por hoy, debe y tiene que ser uno de los ejes bajo los cuales se fortalezca el trabajo docente porque, como se sabe, ésta representa el momento previo que organiza los saberes, habilidades, experiencias y conocimientos de aquel que enseña para, posteriormente, generar momentos de aprendizaje entre todos los participantes. Visto de esta forma, dicha planeación no tendría por qué tener ese carácter administrativo y burocrático que desde hace décadas se le ha asignado. Pienso, que la creatividad surge sin que medie la pronta entrega de este documento en una oficina o plataforma en la que solo se acumula o, de plano, se tira a la basura. Pienso también, que las preguntas qué planear, por qué planear, con qué planear y para qué planear, cobran singular importancia. ¿Se planea para organizar esas actividades de aprendizaje o se planea para cumplir con un requisito administrativo? Cualquiera que lea esta pregunta podría responder que es obvio, se planea para organizar momentos de aprendizaje partiendo del conocimiento del docente y de las circunstancias que prevalecen en su grupo, pero, ¿realmente sucede esto? O, mejor aún, ¿qué es lo que sucede cuando se tiene que realizar este ejercicio? Pregunta que me pareció de lo más importante y que me motivó a escribir unas líneas porque, precisamente, el qué sucede debería ocupar a los diseñadores de políticas educativas y de formación del profesorado mexicano, cosa que en los últimos años ni se ha considerado ni se ha contemplado en los “esquemas” de formación, es decir, prácticamente ha sido un tema que ha estado en el olvido porque, seguramente se piensa, que con lo que han aprendido los egresados de las instituciones formadores de docentes o universidades, es suficiente para que éstos puedan desenvolverse ante cualquier reto que se le ponga en frente, y no es del todo cierto porque, como es conocido, el qué sucede implica la puesta en marcha de un conjunto de variables, factores, circunstancias, aspectos (como quiera llamársele) para que se pueda realizar este ejercicio que, al final del día, flexible como lo es, solo prepara el terreno para aquello que se ha conocido como proceso de enseñanza y de aprendizaje que se vive en un salón de clases y escuela.

Entonces, los profesores con distintos propósitos planean, eso se tiene claro; aquí el meollo se encuentra en dilucidar que aquello que planean tenga relación con lo que acontece en su grupo, escuela, comunidad, etcétera, asunto nada sencillo para quienes no tienen o han tenido un acercamiento a una escuela multigrado o de organización completa con matrículas inimaginables, pero bueno. Pongo un ejemplo que traigo a colación a propósito de este tema: hace unos días comentaba con una profesora de una escuela primaria sobre algunas de las cuestiones que, con el transcurso de los días, había podido identificar en sus alumnos; se trataba de una situación que es muy común en varias escuelas del país: una limitada alimentación saludable y nutritiva que, a decir de ella, podría afectarles en su salud en futuros meses o años. Expresaba, palabras más palabras menos, que muchos padres de familia les ponían de “lunch” a sus hijos “comida chatarra” y hasta sopas “maruchan” ya preparadas y, aunque la escuela contaba con desayunador, buena parte del alumnado no hacía uso de éste porque no era de su “agrado” lo que ahí servían. En consecuencia, dicha maestra se dio a la tarea de diseñar un proyecto que denominó ¿Qué le hace daño a mi estómago? con la intención de que, paulatinamente, fuera abordando contenidos y aprendizajes establecidos en su Plan y Programa de estudio, pero también, considerando otros elementos como los libros de texto o la visita del médico de la comunidad para que explicara el proceso de digestión e ingesta de alimentos nutritivos o no nutritivos, por ejemplo, de esas sopas que consumen los niños o de lo que se conoce como comida chatarra.

Si se analiza con detenimiento el caso expuesto, en las escuelas, con los alumnos y maestros, acontecen infinidad de situaciones que llevan a actuar a los docentes de diversas maneras. Es decir, a veces se parte de una situación o problema para desarrollar un proyecto/actividad que intenta generar un conocimiento; otras, por el contrario, se antepone el contenido (no necesariamente mediante un proyecto) para atender alguna situación o problema que se identifica en el contexto (inmediato). Sin embargo, hay que reconocerlo, porque es lo que ha prevalecido mayormente en el Sistema Educativo Mexicano, en las últimas décadas se ha partido de lo que establece un programa para “generar” aprendizajes sin la consideración de una situación o un problema lo cual, desde mi perspectiva, dio paso a la conformación de una cultura que bien podría ser catalogada como la de “planear por planear”, algo que desde luego es preocupante, porque el quehacer docente no puede ni debe ser considerado como un ejercicio “robotizado” cuyo sentido no tenga sentido, es decir, que se limite a planear lo que tenga que planearse sin pensar en los alumnos, el contexto en el que se encuentra, pero sobre todo, en los aprendizajes que se pretenden generar en ellos.

Esto última cuestión, desafortunadamente, es lo que difícilmente podrá erradicarse en tanto la SEP siga sin modificar o transformar su estructura totalmente vertical y fiscalizadora; pero también, hay que decirlo y reconocerlo, tampoco podrá erradicarse si el docente no se da la oportunidad de modificar o transformar su actividad de enseñanza.

Hoy por hoy, para nadie es desconocido que la SEP sigue manteniendo esas mismas prácticas educativas añejas y “ocultas” que no encuentran sentido, sobre todo cuando se exige un cambio en el quehacer docente, pero también, que hay algunos docentes que tampoco están dispuestos al cambio por diversas razones que, de cierta forma, son válidas, como la inmensa carga administrativa asignada, la escasa formación continua, el paupérrimo salario, la desvalorización docente, entre otras. ¡Vaya que tenemos un bonito dilema!

Yo me quedo pensando en la maravillosa oportunidad que tiene el magisterio para hacer valer esa autonomía y arrebatarle a quien tenga que arrebatársele esa libertad que les ha sido negada por años. Pienso, que un momento tan importante como lo es organizar las actividades de aprendizaje que se materializa en una planeación, no debe maniatarse a la intención de una autoridad educativa, ya sea SEP, supervisor o director; más bien, se trata de que estas figuras acompañen e impulsen lo que los colectivos docentes propongan a partir de lo que se está viviendo en ese momento en un determinado espacio escolar y educativo teniendo, como parece obvio, un plan de estudios para la consideración de un contenido que posibilitaría la generación y obtención de un aprendizaje y, para ello, como bien se sabe, no tendría que haber receta alguna, más que aquella que el mismo docente construya continua y paulatinamente, muchas veces, sin darse cuenta. ¿Se podría avanzar en ello?

Al tiempo.

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