Jennifer L. O’Donoghue
El 15 de enero de 2014, se convocó a la sociedad a participar en foros de consulta para la revisión del modelo educativo. Más de 28,000 personas se registraron para participar en los 20 foros que se llevarían a cabo de febrero a junio de 2014 en diversas sedes a lo largo del país, y se prepararon 14,680 documentos de propuesta. Mucha actividad dentro de unos meses y después… silencio.
En meses recientes se ha retomado el tema. “Pronto” se presentará el nuevo modelo educativo con “planes y programas de estudio renovados”. Sin embargo, el modelo educativo es mucho más que el currículo; implica varios componentes entretejidos y se refleja en las prácticas y los resultados.
Más allá de un “modelo” –estático, descriptivo o prescriptivo– mejor pensemos en un “proyecto” educativo –dinámico, propositivo, aspiracional– que expresa nuestros propósitos compartidos y que se traduce en avances reales, visibles, evaluables. Este proyecto debe responder a una serie de preguntas que en su conjunto definen qué educación necesitamos para llegar a ser la sociedad que queremos.
En primer lugar, ¿qué ciudadanos queremos para México? Aquí se refiere al “perfil de egreso” y nos pide pensar –antes que nada– en las personas. En México, encontramos el planteamiento más claro de esto en el Artículo 3º Constitucional, que en su versión actual especifica la convivencia humana, la dignidad de las personas, el respeto por la diversidad cultural, así como la igualdad de derechos. Estas características, a su vez, se han traducido en un perfil de egreso (“10 rasgos deseables”; Acuerdo 592), vigente, pero poco conocido socialmente.
El segundo componente es el currículo: ¿qué necesitan aprender las personas para ser los ciudadanos que queremos y cómo lo van a aprender? Aquí sí entran los planes y programas de estudio, que deben contemplar no sólo los conocimientos, habilidades y disposiciones por desarrollar en los aprendices sino también las estrategias para propiciar ese desarrollo. El currículo nacional, publicado en 2011, plantea como base el desarrollo de competencias para resolver situaciones de la vida diaria y busca articular y distribuir el aprendizaje en cuatro campos de formación, pero con actividades a veces poco relevantes y materiales inadecuados.
El currículo –la sistematización de qué se debe aprender– no equivale al proyecto educativo. Es necesario pensar también en quiénes y cómo van a propiciar este aprendizaje. En nuestro sistema educativo actual los maestros son los agentes designados a promover el derecho a aprender, y este tercer componente se refiere al aprendizaje profesional docente.
La formación docente debe ser un proceso integral, colaborativo, horizontal y continuo, que toma como punto de partida el aprendizaje de las niñas, niños y jóvenes: ¿qué necesitamos como maestros para satisfacer las necesidades de nuestros alumnos? El sistema de formación docente en México, en cambio, se ha caracterizado por otorgar cursos desvinculados del aprendizaje (ver nuestro estudio Prof. para más detalle).
La educación es un proyecto social, así que el cuarto componente contempla la participación. ¿Cómo se van a involucrar los aprendices mismos, las familias, la comunidad y la sociedad entera? La participación social, aunque tiene una historia más larga, sólo se ha concretado como parte del sistema educativo en las últimas dos décadas y todavía deja fuera a voces importantes. Hay mucho por hacer para aterrizarla y fortalecerla como factor impulsor en el proyecto educativo.
Para que estos componentes funcionen y avancen, se requiere de una red de apoyo, para activar las estructuras que deben servir a la escuela; un sistema de evaluación, para verificar los avances, monitorear las responsabilidades y reajustar el rumbo; y una inversión de recursos suficientes y en forma eficaz.
La historia de la educación en México está repleta de modificaciones a las partes –cambios en el perfil o el currículo, ajustes a la formación docente o la participación–, pero pocas veces hemos visto una reforma integral que contempla el paquete completo. Para tener una educación que garantice el máximo logro de aprendizaje, necesitamos saber a dónde queremos llegar y asegurar que nuestras acciones están orientadas para llevarnos –a todas y todos– allí.
Directora de Investigación de Mexicanos Primero
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