Escalofriantes fueron las imágenes y sonidos que pudimos apreciar a través de lo que diversos medios digitales difundieron el pasado 26 de septiembre, con motivo de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, Gro. Los gritos, los disparos, la confusión, el temor, la angustia, la desesperación, en fin, un cúmulo de escenas que, por más que se diga lo contrario, enchinan la piel del más escéptico.
A 24 meses de este lamentable acontecimiento, la incógnita sigue presente en la memoria de miles de personas que el lunes pasado, se dieron cita en diferentes partes de mi querida República Mexicana – y en el extranjero –, para exigir justicia y se esclarezcan los hechos. Desafortunadamente, las investigaciones siguen empantanadas. De hecho, la verdad histórica que ofreció el ex procurador Murillo Karam, se encuentra en el caño, y las versiones que hasta la fecha han dado las autoridades mexicanas, no han tenido ni tantita claridad, objetividad y certeza.
Se ha dicho que los culpables están tras las rejas; ahí tenemos al matrimonio Abarca y alguno que otro inculpado. Sin embargo, la incertidumbre sigue latente: nada se sabe de ellos y nadie ha dado una versión que satisfaga la razón y el juicio de los seres humanos. Que si fueron incinerados, enterrados, descuartizados, trasladados, evaporizados, vaya de todo se ha dicho, solamente falta que a alguno de genios que laboran en la Procuraduría u otra instancia gubernamental, se le ocurra afirmar que un grupo de extraterrestres se los llevaron.
La seriedad en este caso, estuvo, temporalmente, en un grupo de expertos (Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes) quienes, para acabar pronto, vinieron a enseñarles a varios de los integrantes de la Procuraduría General de la República (PGR), cómo es que se deben realizarse ciertas investigaciones en materia de desaparición forzada. Un tema que en México se conoce pero que se desconoce. Razones hay de sobra para ello.
Ahora bien, los temas que muchos de los que hemos escrito sobre este triste acontecimiento, se dirigen a analizar, desde diferentes perspectivas, lo que sucedió ese día y lo que se ha hecho. Sin embargo, muy pocos nos hemos puesto a pensar en lo que vivieron y viven otros actores que, indiscutiblemente, se han visto afectados por este proceso: los padres de los 43. Me explico.
Generalmente, como seres humanos pensantes, crecemos con la idea de que en este mundo nacemos, nos desarrollamos y morimos. Como parte de ese desarrollo – y del cúmulo de constructos sociales –, los hijos llegan porque tienen que llegar. La idea básica es que, como generadores de otras vidas, tenemos que hacer lo necesario para que nuestros descendientes se desarrollen y, cuando estén viejos, fallezcan. Indistintamente, ver crecer a nuestros hijos, es uno de nuestros objetivos.
Desde este punto de vista, difícilmente llega a pasar por nuestra mente, el que en algún momento tengamos que soportar la pérdida de uno de nuestros seres queridos. La explicación, ante tal hecho, sería harto confusa y, con seguridad, las secuelas mentales que nos dejaría, serían de dimensiones considerables. ¿Por qué? Porque, repito, lamentablemente en mi amado México, no nos preparamos para ello.
Si usted coincide con este efímero planteamiento, ¿puede imaginar lo que pasa en la mente de los padres de familia de los 43 estudiantes desaparecidos? Si, así como lo lee: desparecidos. Tengo claro que perder a un ser querido, sacude nuestras estructuras mentales y emocionales como jamás lo hubiéramos imaginado pero: no encontrar al alguien, no saber de su paradero, no encontrar las respuestas a las miles de interrogantes que pueden surgir es, sencillamente, un infierno.
Morir en vida, es una idea a través de la cual busqué dar respuesta a la pregunta: ¿qué es lo que ha pasado con los padres de los normalistas? Hemos conocido que varios de ellos continúan exigiendo la aparición con vida de sus hijos ante las instancias judiciales y/o gubernamentales. También, hemos sabido que otros más, han regresado a sus hogares con la intención de cuidar sus tierras y a sus pequeños. Lo grave del asunto es que, ante la falta de capacidad para resolver este incidente, el gobierno federal y estatal no ha hecho mucho sobre esto.
¿Qué tipo de apoyos se han brindado a los familiares de las probables víctimas?, ¿cuáles son las medidas que se han adoptado para brindarles apoyo psicológico, por ejemplo?, ¿qué acciones se han emprendido para aminorar la incertidumbre por la desaparición de sus hijos? Si las autoridades han afirmado que buena parte de los culpables se encuentran tras las rejas, ¿por qué no se ha atendido a los padres de familia como debiera?
Albert Einstein afirmó la existencia de dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Y, si no me equivoco, considero que estamos ante la mayor estupidez que se haya cometido en la historia de México. El tema del 68, las muertas de Juárez, la desaparición de los 43, son acontecimientos que duelen en el alma. Y duelen aún más, cuando observamos que el Presidente de nuestro país, en lugar de hacerse cargo de estos asuntos, sale al extranjero a ser testigo de un pacto por la paz cuando en su territorio no se goza precisamente de ello.
Morir en vida no es vivir, es una agonía que lentamente mata y eso, señor Presidente, además de la desaparición de estos jóvenes, se acumulará en la memoria de los mexicanos pero, también, en su conciencia, simple y sencillamente, porque usted también tiene hijos.
¡Vivos se los llevaron!, ¡vivos los queremos! Serán los gritos que seguirán retumbando, sin lugar a dudas, en mi México querido.