Mano de arquero: educar a nuestros hijos
- Pluma invitada
- 15 marzo, 2024
- Opinión, Sin categoría
- formación de educadores, Juan Martín López Calva, transformación educativa
Tus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas,
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti
porque la vida no retrocede,
ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual, tus hijos
como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad.
Kahlil Gibrán. Tus hijos no son tus hijos.
Juan Martín López Calva
Como mi trabajo es esencialmente la formación de educadores como profesionales de la esperanza que se incorporarán o ya están en funciones en el sistema escolarizado en todos los niveles y la investigación en ese ámbito, este espacio semanal se enfoca regularmente a proponer temas de reflexión en ese ámbito de la educación formal.
Sin embargo, aprovechando que en las últimas semanas he sido invitado a dialogar sobre dos temas distintos en foros dirigidos a padres de familia, quiero aprovechar la ocasión para reflexionar un poco acerca del rol fundamental que tienen en la educación de los futuros ciudadanos de este país y de este planeta en crisis multidimensional.
Creo que precisamente por esta crisis civilizatoria o cambio de época, como le llaman algunos autores, necesitamos repensar profundamente la función educadora de los padres y madres de familia para poder cumplir con el derecho y la responsabilidad que implica el desarrollo de personas sanas, integrales, íntegras, capaces de lidiar con la incertidumbre y no encerrarse en certezas, respetuosamente críticos de la tradición heredada y entusiastamente creativos para transformar el mundo en un lugar más pacífico, justo e incluyente.
En el ámbito pedagógico formal, el pedagogo francés Philip Meirieu planteaba en su conferencia inaugural del XVI Congreso Nacional de Investigación Educativa del COMIE, realizado en Puebla en noviembre de 2021, que por la hondura de los problemas en todos los campos de la vida humana, no bastaba con reflexionar sobre la manera de brindar servicios educativos -escolarizados- de mejor calidad sino que era necesario replantearnos de fondo el sentido de la labor educativa, es decir, el para qué educamos.
Creo que esta afirmación es válida también en el caso de los padres y madres de familia: estamos en una etapa de la historia nacional y mundial en la que no basta con capacitarnos o pensar cómo hacer mejor nuestra labor formadora de nuestros hijos, sino que tenemos que llegar a repensar profundamente el sentido de lo que hacemos.
En una reciente presentación del número actual de la Revista Latinoamericana de Estudios Educativos cuyo tema central fue precisamente: ¿Para qué educamos?, el Dr. Santiago Rincón Gallardo, coordinador de este ejemplar, citaba a Gramsci que definía la crisis como un momento en el que lo anterior -significados, valores, formas de vida, etc.- ha muerto pero lo nuevo aún no nace. Junto con él, yo creo que estamos viviendo una etapa de la historia de la humanidad que puede acomodarse perfectamente a esta definición.
La pregunta que surge entonces es: ¿Cómo educar a nuestros hijos en tiempos en los que no hay nada firme puesto que lo viejo ha muerto y lo nuevo no termina de nacer? ¿Cómo hacerlo si un buen número de los padres y madres fuimos formados en un mundo en el que todavía prevalecía la cultura anterior con sus certezas? ¿Cómo educarán a sus hijos los padres jóvenes que crecieron y fueron ya formados en un mundo incierto y líquido, pero tuvieron padres que habían sido formado en la solidez del mundo anterior?
Considero que hay mucho que reflexionar, investigar, tratar de comprender y de asimilar para poder cumplir con esta labor tan trascendente que hoy, como todo lo humano, está también en crisis. Porque en efecto, un gran porcentaje de los padres y madres se encuentran hoy en la confusión sobre lo que implica educar a sus hijos e hijas: unos aferrándose a las certezas antiguas ya disfuncionales hoy y otros en el otro extremo del péndulo, creyendo que educar es ser amigos de sus hijos y dejarlos hacer lo que quieran porque son libres y no hay que imponerles nada.
Me parece que ninguna de estas dos posturas extremas dará los frutos que el mundo en cambio de época necesita. Creo que la labor fundamental de los padres de familia hoy es, volviendo a las fuentes, ejercer la doble labor de comunicadores de una tradición viva -que muchas veces ellos mismos ignoran o descalifican- y facilitadores de los procesos por los cuales cada uno de los hijos vaya construyendo creativamente su propio proyecto de vida.
Lo anterior implica establecer ciertos límites y un marco de convivencia familiar incluyente, amoroso y de aceptación incondicional de cada persona, regulado por el diálogo y la reflexión crítica y ética que los guíe para tomar sus propias decisiones de una manera atenta, inteligente, razonable, responsable y amorosa -consigo mismos, con los demás y con la humanidad y el medio ambiente- en orden a ir construyéndose en libertad, a crear esa obra de arte esencial -según la llama Lonergan– que es su propio drama, su propia historia dentro de la historia.
Una condición esencial para lograrlo es partir del principio paradójico que da título al poema que sirve de epígrafe hoy: que nuestros hijos no son nuestros, que no son de nuestra propiedad, sino que han sido puestos a nuestro cargo, que nuestro derecho-deber es hacernos cargo de que construyan su propia vida en libertad y amor auténticos, no imponerles ni manipularlos para que su vida sea una prolongación de la nuestra o que realicen las metas que nosotros quisimos pero no pudimos cumplir.
Saber que nuestros hijos e hijas lo son de la vida deseosa de mantenerse y triunfar sobre la muerte, que no vienen al mundo de nosotros sino a través de nosotros lo que nos hace no propietarios sino mediadores entre ellos y el mundo, que podemos y debemos darles nuestro amor pero no nuestros pensamientos ni nuestras formas de vivir porque ellos definirán sus propios pensamientos y proyectos existenciales, que podemos y debemos abrigar sus cuerpos y cuidarlos, pero no poseer sus almas porque ellas son libres y “viven en la casa del mañana”, que no podemos presionarlos a ser como nosotros “porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer”.
Hoy más que nunca ser padre o madre consiste en ser el arco que lance como flechas vivas a nuestros hijos al mundo y solamente podemos afinar la puntería lo mejor que podamos para que el rumbo general sea hacia la felicidad de ellos y de todos y hacia su realización y la de la humanidad.