Orgullo y prejuicio: las normales en México

A mis maestros de la primaria Artemio de Valle Arizpe

Hablar de las escuelas normales en México equivale a tocar una fibra muy sensible. Es evidente que este tema, junto con el de la enseñanza de la Historia y la educación sexual, provoca acaloradas discusiones, levanta múltiples voces reivindicatorias e incita a la reflexión. Por esto, me atrevo a celebrar la publicación del reporte La educación normal en México. Elementos para su análisis, que escribieron Verónica Medrano, Eduardo Ángeles y Miguel A. Morales del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE).

El reporte está organizado en cinco secciones que responden de manera didáctica a una pregunta. En la primera, se cuestiona cuáles han sido las acciones que se pusieron en marcha para “consolidar” la educación normal a partir de 1984. En la segunda, se describen las características de los planes de estudio para la formación inicial de los docentes en educación básica y además, se habla de las normas de control escolar. La evolución de la educación normal y su dimensión se trata en el tercer capítulo mientras que en el cuarto, se describen las características de los estudiantes y los docentes adscritos a las instituciones de educación normal. Para finalizar, el reporte del INEE hace una propuesta para agrupar a las escuelas normales en conglomerados.

Si se lee con atención el reporte, uno puede encontrar datos para cuestionar los prejuicios con que algunos actores políticos y sociales se han referido a las escuelas normales. El documento confirma que son las escuelas normales públicas las que, en mayor proporción, han formado egresados que alcanzan el perfil idóneo para ocupar puestos docentes. En el concurso de ingreso 2014-2015, por ejemplo, 49 de cada 100 sustentantes de las escuelas normales públicas lograron este perfil en contraste con el 35 y 27 por ciento de las normales privadas y de la Universidad Pedagógica Nacional, respectivamente. Esta evidencia está respaldada con datos recientes de la investigación realizada por Jorge Puga, Pascual Ogarrio y Juan-Ismael Martínez-Méndez, la cual, aparecerá publicada el número especial sobre “Evaluación y Gobernanza” de la Revista de Reformas y Políticas Educativas del Fondo de Cultura Económica.

Otra información que llama mucho la atención es la que se presenta en el primer capítulo sobre las políticas orientadas a la “consolidación” de las normales a partir de 1984. Dos lecciones se recogen al leer este apartado. Uno, las políticas y programas sobre formación inicial parece que han sido, históricamente, muy poco imaginativos. Se ha querido transformar la vida de las escuelas normales por medio de programas confeccionados para otro tipo de instituciones de educación superior. Planeación estratégica, FODAS, evaluación externa, o profesionalización docente por medio de la adquisición de títulos de posgrado son algunos instrumentos de política que se han intentado en las escuelas normales públicas sin lograr muy buenos resultados. ¿Es esto culpa directa de las escuelas normales o de los rudimentarios métodos para la hechura de la política universitaria? ¿O de ambas?

Segunda lección: el impulso centralista y controlador de la Secretaría de Educación Pública (SEP) ha ocasionado que, según el reporte, la educación normal viera truncadas trayectorias de formación en áreas como la educación especial, se cancelaran innovaciones locales y se desdibujaran los objetivos institucionales de cada tipo de escuela formadora de docentes. En esto último, según Medrano, Ángeles y Morales, tuvo mucho que ver la concentración de la línea de mando sobre las normales y las reglamentaciones de control escolar. Por lo tanto, la autonomía de las escuelas normales – como ha ocurrido actualmente con las universidades públicas – ha sido “arrebatada”.

Pero si la SEP intervino de manera centralista y además, impuso programas muy poco imaginativos para resolver la problemática académica de las normales, ¿se puede sostener que estas instituciones han sido “abandonadas” por el estado? No lo creo, a menos que se quiera construir una retórica victimizadora, que puede ser muy popular en estos tiempos pero poco fundamentada. A mi parecer, la defensa de las escuelas normales públicas va por un camino muy distinto al que algunos imaginan.

 

En este sentido, el repaso histórico y la fuente estadística dan pauta para delinear escenarios y aventurar algunas propuestas. Por ejemplo, llama la atención el número de escuelas normales privadas surgidas a partir del acuerdo de 1984, que fue cuando se elevó la educación normal a rango de licenciatura. En el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), la tasa anual de crecimiento de escuelas normales particulares fue de 36 por ciento cuando el crecimiento en el número de estudiantes era negativo (6.4). Esto sugiere que dicho acuerdo, aparte de homogenizar la oferta de las escuelas normales, también pudo haber creado un rentable negocio educativo.

Esto no sería problema si la mayoría de las escuelas normales privadas funcionaran con las condiciones mínimas y aseguraran una educación de calidad para todos. No obstante, el reporte presentado por el INEE señala que estas escuela parecen no estar operando con las condiciones suficientes para formar buenos perfiles para la enseñanza. 90 por ciento de los profesores en la educación normal privada, dicen Medrano, Ángeles y Morales, están contratados por horas, no cuentan con cuerpos académicos y tienen menos experiencia en el servicio docente que en las escuelas públicas. ¿No debería entonces la SEP tratar de regular de manera distinta a las normales privadas? Tratándose del sector privado, ¿no aplica el principio de querer recuperar la rectoría de la educación por parte del Estado? ¿Por qué el INEE no emitió una directriz en este sentido?

El reporte que presentó el jueves pasado el INEE contribuye, con datos, estadísticas y reflexiones, a que nos planteemos diversas preguntas sobre el desarrollo de las escuelas normales en México. Parece que la función de este material no es querer cerrar el debate, como algunos lo han querido hacer ver, sino incentivarlo. La mesa está entonces puesta y es cómoda para el buen argumentador.

 

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