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PISA: Comparar para entender

Dice el refrán que las “comparaciones son odiosas” y esto quizás sea verdad para las personas, pero en el ámbito de las políticas públicas no aplica igual este proverbio. Sin una comparación internacional de las acciones que propone el gobierno para tratar de solucionar los problemas sociales, es muy difícil establecer una valoración justa de su efectividad.

La reciente publicación de los resultados de la prueba PISA (Programa Internacional de Evaluación de Alumnos) nos puso, una vez más, frente a un cuestionamiento ineludible: ¿por qué México no logra mejores resultados educativos si hemos establecido una agenda educativa relativamente consistente por más de 25 años? Pocos podrán decir que no hemos tratado —sociedad, disidencia y varios gobiernos— de mejorar sustancialmente la calidad educativa para todos y ampliar la equidad para los más desfavorecidos. ¿Por qué nos va mal en comparación con otras naciones similares? ¿Será que los actores y los instrumentos de políticas están fallando?

La comparación internacional que nos ofrece PISA nos muestra que estamos limitados para hacer mejor las cosas y por eso considero que estos ejercicios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) son valiosos. Más allá de ensalzar oportunistamente la reforma, buscar culpables en los grupos políticos que no nos son afines o de asumir que PISA es el único referente normativo que debe tener la educación mexicana, creo que la comparación nos hace pensar y nos exige ser autocríticos.

Pero nadie dice que comparar es fácil. Con oportunidad y buen tino, Andrés Sandoval nos advierte de los errores que podemos cometer si hacemos comparaciones “crudas” de los puntajes obtenidos por cada país en PISA (http://educacion.nexos.com.mx/?p=392). El académico de la Universidad de Bath en Inglaterra sostiene que los resultados educativos deben leerse a la luz de los contextos sociales donde operan los distintos sistemas educativos, sin embargo, es cauto y afirma que también éstos tienen “margen de acción”. Esta aclaración de Sandoval es muy importante dada la inclinación que tenemos en el campo de la educación de México de atribuirle todo el peso al contexto, o la “estructura”, dirían algunos.

Fascinarse por un país que sale mejor posicionado en PISA tampoco es muy sensato, según sugiere Sandoval. Y esto se debe a que si ampliamos la base de información nos daremos cuenta que por cada “evidencia” que sostiene alguna de nuestras creencias, existe otra que la cuestiona o contradice. Por ejemplo, las escuelas de Finlandia mantienen grupos pequeños de estudiantes que salen bien evaluados, en cambio, Japón registra grupos numerosos y también es una potencia en términos educativos, por lo tanto, no es adecuado dar por sentado que una práctica escolar (determinado tamaño de grupo) funciona para todos por igual.

La comparación bien hecha es entonces útil para no asumir automáticamente que una “buena práctica”, programa o política puede funcionar y dar buenos resultados para todos por igual. El enfoque comparativo de las políticas es muy útil si se pretende con ello alcanzar una mejor intelección de los problemas educativos. ¿Estará ya el secretario Aurelio Nuño reuniendo a sus equipos de asesores para reflexionar sobre las causas que originaron los resultados de PISA 2015? ¿Se animará a organizar un foro, junto con el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), para explicar y discutir abiertamente las razones por las cuales la autoridad educativa y evaluativa piensa que no hemos avanzado lo necesario?

Utilizar los resultados de PISA para ensalzar oportunistamente las acciones del gobierno, evadir responsabilidades o culpar a los contrarios del impasse educativo nos muestra lo precario que es el debate público en México. Tristemente, antes, los titulares de la Secretaría de Educación Pública (SEP) ocultaban la información de las pruebas internacionales para “no generar problemas”, pero ahora que es pública parece que no sabemos qué hacer con ella. Vaya lección para la frágil democracia mexicana.

Fomentemos entonces el enfoque comparativo dentro de nuestras universidades para comprender más profundamente los problemas de la educación y saltar a la palestra pública con argumentos mucho mejor formulados. Preparémonos para el debate.

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