Los alumnos, ¿para cuándo?

Pocas veces a través de la historia de nuestro país hemos tenido, como sociedad, la oportunidad de involucrarnos en un asunto tan relevante como la educación –problemas, retos, oportunidades y anexos–, como lo podemos hacer desde inicios del año 2013.

En 2013, la palabra “reforma” adquirió un matiz diferente como lenguaje social; varias organizaciones y un sinfín de personas han expresado su postura al respecto; el gobierno, sin cesar, ha emprendido campañas informativas en las cuales evidencia las bondades de la “reforma educativa”, aunque en los hechos muchas cosas que la contradicen están plenamente documentadas: los sindicatos en sus luchas permanentes, cada cual defendiendo sus intereses; comentaristas y analistas expresando sus reservas entre lo que se hace y se dice; otros más lanzando “porras” y “hurras”; algunos más siendo escépticos; y otros señalando que falta un largo camino por recorrer en este proceso.

En las calles, casas e incluso en los espacios sociales menos esperados (parques y plazoletas, entre otros), hoy, todos tienen algo que opinar respecto a la educación de México, algunos con fundamentos, otros tantos más por pura inercia, en fin resulta un tema de amplio contenido al cual le queda mucha “tela que cortar”. Tantos han sido los ruidos que ninguno de los individuos que arriba describo se ha tomado la molestia de dar un espacio en la discusión a ese personaje central, que da vida y sentido a la educación y a la escuela misma: los alumnos.

Tremenda omisión si no tomamos en cuenta que, sólo en el sistema educativo básico, actualmente asisten casi 24 millones de niñas, niños y jóvenes a espacios que dicen ser escuelas o representan un remedo de tal, de lo cual se desprende una reflexión inicial: ¿No tendría que ser su aprendizaje, la principal preocupación de quienes participamos de manera directa e indirecta en el sistema educativo?.

Durante este periodo, he seguido a detalle los resultados que nuestro país ha obtenido en las evaluaciones estandarizadas, nacionales e internacionales, esto con la finalidad de tener una perspectiva más clara acerca de la realidad educativa en el nivel básico de México, a partir de ello recuperé estos datos que pueden servir como eje de la siguiente reflexión:

  • La aplicación de PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos) se encuentra ya en su sexta edición, evalua a los educandos de 15 años, en áreas como la comprensión lectora, las matemáticas y las ciencias. ¿Conocemos acaso que el 95% de la población evaluada entre el 2006 y el 2012 se encontró atrapada en los tres primeros niveles de evaluación (ello considerando que el nivel seis es el máximo). O acaso sabemos que durante el mismo periodo, en la habilidad de la comprensión lectora, decrecimos en 0.2 puntos?.
  • ENLACE (Evaluación Nacional del Logro Académico) surgió en el 2006 como una prueba estandarizada desde la cual la Secretaría de Educación Pública tendría un instrumento, para evidenciar el nivel de logro de niños y jóvenes respecto a las competencias disciplinarias básicas de español y matemáticas. ¿Sabemos qué en el nivel primaria entre el 2006 y el 2013 en español se logró un avance solamente de 21.5 puntos?.

A partir de lo anterior, no descubrimos nada novedoso respecto a lo que evidencian los resultados educativos, por lo que resulta entonces preocupante que aún no existan políticas orientadas a darles voz y voto a los alumnos, como actores educativos claves en el quehacer educativo.

A partir de ello, seguramente se harían evidentes apreciaciones como las que a continuación presento acerca de la educación que reciben, la escuela a la que asisten o lo que piensan respecto a su proceso educativo:

  • “La escuela a la que asisto está fea”.
  • “Las computadoras para trabajar en la clase no alcanzan, estamos –apretaditos-“.
  • “Me acaban de dar una tablet, pero nadie me dijo cómo usarla, mucho menos que para ello necesitaría de internet”.
  • “Las tareas las hago antes de que llegue el profe”.
  • “Ni libros alcancé”.
  • “La profa de matemáticas es una enojona y nunca me da la palabra”.
  • “Los maestros de mi escuela se la pasan puro en las marchas, y cuando llegan a la escuela, no paran de platicar fuera del salón”.
  • “¿Para qué estudio?, si de todos modos de nada me sirve”.
  • “De la escuela prefiero…el receso…para platicar y jugar con mis amigos”.

Expresiones como las anteriores, seguramente serían ratificadas brindándoles voz y voto a los estudiantes, por lo cual resulta escencial recuperar estos espacios de difusión de sus necesidades, retos, sueños y anhelos, recordemos que la escuela como institución social tiene ese gran compromiso, formar a los ciudadanos del futuro, por lo que olvidarlos, no representa algo impropio, sino una cuestión que nos compete a todos evitar.

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