No somos “intelectuales” vende libros. Tejemos memoria, historia y cultura en nuestras aulas

Este trabajo periodístico fue publicado originalmente en
43 x 43. Manifiesto político educativo
Agradecemos la autorización de su coordinador Adán Morgan para reproducirlo en Educación Futura

 

Narrativa profesora Leticia

Caminábamos hacia la escuela, la maestra Leticia iba contando algunos detalles sobre la comunidad tzeltal. Su manera de referir los detalles cotidianos hacia que nuestra imaginación volara a otros espacios, historias contadas de generación en generación, historias de abuelos, padres, ancestros, misticidad, sueños. Era fácil reconocer que son dueños de un pedazo de mundo, dueños de su historia, tejida con intensidad presente.

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Un instante somero nos invadió a todos los que allí presenciábamos el relato de la maestra Leticia, sentimos un ajuste temporal, corporal y espacial que comenzó a circular por todos lados.

Recuerdo que entre que mirábamos y nos miraban, expresó:

–Esta es una comunidad compuesta por familias indígenas que hablan tzeltal. Su ropa tradicional le da sentido de pertenencia y color, pues el color rojo de esos trajes típicos guarda un significado especial. El rojo significa para los tzeltales, la salida del sol, la sangre, la vida, energía, fuego y sabiduría.

¿Acaso quería la maestra dejarnos entrever, la profunda relación que existe entre la pertenencia a un territorio, el color, la memoria, la resistencia y el tejer vida?

Para nosotros fue una verdadera presencia histórica que ganaba totalidad en nuestros cuerpos y pensamientos, que llenó de sentido la estancia de los fortuitos visitantes. Fue una especie de éxtasis, que alertaba a los desprovistos oyentes la entrada a un pedazo de mundo, “rojo” por definición, hecho de grandes ausencias que se evidenciaba por todos lados; pero también de presencias radicales que están prestas a dejar vislumbrar de lo que están hechos.

Caminamos un tramo pequeño cuando ya habíamos llegado al lugar, observamos inmediatamente las tres estrechas aulas que conformaban la escuela. Nadie musitó palabra, quedó más bien en el resplandor del día, un pensamiento que fue unánime para todos: versa así:

–¿Cómo cabe tanto en tan pocos metros de pared? Tanta singularidad presente: colores, afectos, garabatos, trazos, gestos, dolor, alegrías, sentidos, experiencias, fugacidad, tradición, aprendizaje…

–¿Cómo es que la ausencia de condiciones materiales logran soportar el paso indeclinable del tiempo, convirtiéndose en un collage cultural y en un espacio vital de aprendizaje?

–¿Será que el color rojo, los colores intensos, se llevan como memoria colectiva de resistencia que pretende hacerse presente en los cuerpos que lo portan?

¡Yo no quiero parecer quejona! Expresó la maestra Leticia.

–Es cierto acá tenemos nuestras aulas de concreto, pero es una lástima que se nos tome el pelo, que lo que se puede hacer con más recursos dignamente parece que se reduce cada vez más. ¿Cómo es posible que se hagan aulas para 20 niños donde hay 40? Eso es una locura. Entramos todos apretaditos, apenas si se puede dar vueltas en el salón, todo porque el gobierno quiere reducir gastos.

–Leí hace unos años a dos personajes que con solo recordar lo que dicen en sus escritos me da coraje. Cuando hacía mis estudios de posgrado eran lecturas obligadas las de García o de Sylvia Schmelkes, quienes hablan de infraestructura escolar y la calidad de la educación. Recuerdo que afirmaban que existían diversos estudios que informan que el ambiente físico, conformado por la infraestructura, es en sí mismo una fuente rica de información para los niños, pues éste influye en su aprendizaje y desarrollo integral. Además, dicha infraestructura es una condición para la práctica docente, pues es un insumo básico para los procesos educativos y su ausencia, insuficiencia o inadecuación pueden significar desafíos adicionales a las tareas docentes.

–Me pregunto ¿Hasta dónde puede llegar la incoherencia, la falta de responsabilidad, la mentira? ¿Por cuántos pesos se puede vender una persona, o por cuantas credenciales o títulos o reconocimientos en los libros por decir cosas que no sienten, que no viven, que no concuerdan con sus actos?

–Nosotros no somos vende libros o “intelectuales” de reconocido prestigio, pero una cosa si les digo, acá la palabra de las personas vale, vale por miles de letras escritas en los libros de personajes que desconocen la realidad de la educación. Nosotros no damos sugerencias a nadie, somos constructores y tejemos todos los días con nuestra gente, con nuestros niños, con las personas que se desviven por defender su historia, su memoria, su presente.

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–Miren ustedes, allá está el Centro de Educación Pre- escolar Mártires de mi Patria. Una escuela construida a medias, como decimos acá, a medias para no seguir molestando, a medias para que digamos que el gobierno cumple, a medias para que dejemos de meter oficios, solicitudes y otros documentos que nos implican gastos y recursos que ni yo como maestra, ni la gente de la comunidad tiene.

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Colgado casi de las estrellas, se encuentra ubicado en la comunidad de Crucilja, Municipio de San Juan Cancuc, Chiapas, a 1,366 metros sobre el nivel del mar, ¡Los Altos de Chiapas!.

A ese lugar, del que les hablamos, ese que está extasiado de guerreros, estrellas, cielos, cultura, sentidos y tradición, se llega sólo por vía terrestre. Se carece de recursos económicos, hay ausencia de servicios de agua, luz, drenaje, educación, comunicación. Por esta misma razón, los fantásticos personajes deben salirse de su comunidad a las poblaciones cercanas, el objetivo es trabajar, vender sus productos artesanales, ganarse el sustento diario.

En este pedazo de mundo, para ir a la escuela los pequeños guerreros deben recorrer grandes ausencias, la ausencia de vías adecuadas, en buen estado, pues en épocas de lluvias, pero también en el verano, representa para los niños verdaderas odiseas al querer transitarlas. Es así como los pequeños guerreros, muchas veces no pueden asistir a la escuela.

La maestra Leticia, con tranquilidad continúa su travesía con nosotros, nos sentamos en el borde de una banca. Nos aclara con vehemencia apenas entendible:

–¡La mayoría de los salones están desgastados, los muebles, las sillas, las mesas, los pizarrones, elementos indispensables para el desarrollo de la enseñanza y el aprendizaje. Todos estos, están acabados, rotos y feos!

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–Urge atención, pues esto incide en el logro de los aprendizajes. No contamos con una dirección, puesto que los materiales y archivos de la escuela se encuentran almacenados en cada uno de los salones, tampoco se cuenta con una plaza cívica ni mucho menos con un espacios de recreación!

–Teniendo en cuenta que sólo estamos 4 docentes atendiendo un numeroso grupo de niños, la atención que se les brinda es escasa, no es la mejor.

Nosotros la mirábamos atentos, para poder entender su preocupación y enfado. Para ese entonces una presencia histórica habitaba en cada relato contado. Es una maestra comprometida a la que le duelen las condiciones precarias, no porqué eso sea lo único que se deba cambiar.

La maestra Leticia, también reconoce y sabe que en donde se tejen significados, la memoria, en donde existe arraigo al territorio, saberes y prácticas culturales, existe la posibilidad de nuevas presencias y se gestan nuevas formas de hacer las cosas.

Ahí donde cabe tanto en tan pocos metros de pared; donde existe singularidad presente: colores, razones, sueños, mezclas, resistencias, y luchas. Ahí se teje cultura, cultura viva, no de lo exótico, sí de lo humano.

Ahí donde las ausencias se hacen presentes todo el tiempo, hay una memoria histórica que requiere ser contada, que requiere ser visibilizada.

La maestra Leticia, nos invitó, no solo a denunciar las pésimas condiciones materiales en las que se encuentra la comunidad, la escuela; nos invitó sobre todo a ser partícipes de la memoria histórica, herramienta eficaz de los pueblos, de los guerreros olvidados.

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